En la noche del 3 de agosto de 1806, parte Santiago de Liniers desde Colonia en la banda oriental del Río de la Plata y emprende el cruce río más ancho del mundo. Gracias a un oportuno tempora, “sudestada” , las cinco cañoneras británicas afectadas a la vigilancia de la costa norte del río son forzadas a alejarse. La niebla y la lluvia, por su parte, amparan a los expedicionarios.
El 4 de agosto, con unos 1300 hombres, desembarcó Liniers en en el fondeadero del río Las Conchas en el Tigre. En Olivos desembarcan otras tropas procedentes de Colonia, como la Compañía de Granaderos Voluntarios. Pronto se les unen 300 marineros de la flotilla del Río de la Plata al mando del brigadier Juan Gutiérrez de la Concha, futuro mártir de la lealtad.
La proclama de Liniers reza así:
“Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra patria, acordaos, soldados, que los vínculos de la nación española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios que tendrán rubor de encarecerlos”.
A la noche una violenta lluvia azota las posiciones de Liniers. Beresford organiza una expedición contra Liniers pero debido a la falta de caballería y las condiciones climáticas decide posponerla. Este fenómeno fue destacado en un sermón por Fray Grela, quien afirmó que se trató de una ayuda del cielo para nuestras tropas, que de esa manera pudieron avanzar con paso firme hacia Buenos Aires sin ser detenidos y encabezados por el “héroe Reconquistador”, con el apoyo de hombres, mujeres y niños, a modo de Cruzada.
En la mañana del 5, bajo la lluvia y con inundaciones y lodo, los españoles y criollos comienzan la marcha. Se le une una tropa voluntaria de caballería al mando de Pueyrredón sobrevivientes del combate de Perdriel unos días antes.
Finalmente, el 8, Liniers detiene la marcha en San Isidro a la espera de una mejora en el clima. Estando la expedición reconquistadora en peligro, Liniers organiza rezos del Rosario para pedir una mejora en el tiempo que permita continuar la marcha. Así también el ilustre capitán Liniers ordenó al Pbro. Letamendi que se cantara una Misa solemnísima en el altar de la Virgen del Rosario y que no se dudase de la victoria con la ayuda de la Reina del Cielo.
El 9 amanece con mejores condiciones y Liniers ordena proseguir. Las primeras tropas “auxiliadoras” alcanzan la Chacarita de los Colegiales ese mismo día.
Mientras tanto, el Cabildo de Buenos Aires prepara hombres y armamentos que hace llegar al francés. Muchos pechos de los voluntarios lucían el santo escapulario, lo que hizo exclamar a Beresford que deseaba avistarse con la gente del escapulario. Asimismo, el Ejército Custodio de la Fe y de la Patria portaba reciamente el estandarte de la cofradía del Santísimo Sacramento.
El 10 Liniers llega a los Corrales de Miserere. Beresford piensa retirarse a través del Riachuelo hacia Barragán para reembarcarse pero no le dan los tiempos para una evacuación. En la tarde de ese mismo día 10, el capitán Hilarión de la Quintana, emisario de Liniers, presenta a los británicos una intimación de rendición que Beresford rechaza por razones de honor. Los británicos se concentran y atrincheran en torno a la Plaza Mayor. Liniers se desplaza en una marcha de flanco sobre el Retiro. En el camino de las fuerzas reconquistadoras se suman hombres ya en forma masiva y entusiasta.
En la madrugada del 11 Liniers alcanza el Retiro con 1936 hombres, 6 cañones y 2 obuses. El líder de la Reconquista marchaba a la cabeza de las tropas y no parecía vulnerable a las balas enemigas.
Dijo el deán Funes, el mismo que lo traicionaría a él y al Rey unos pocos años después:
“¿Deseáis otros convencimientos del favor particular de esta Señora? Acercaos, pues, a su devoto General, y los muertos que caen a su lado como sus vestidos pasados de balazos os harán ver, o que el plomo respetaba su persona, o que sólo se acercaba para dejarnos señales de una vida que el cielo protegía”.
La ciudad estalla en rebelión abierta. Desde las azoteas y balcones se dispara sobre los británicos. Estos intentan evacuar el Retiro y dirigirse hacia la Plaza Mayor, pero son derrotados. El almirante Popham baja a tierra, se entrevista con el general Beresford y juntos deciden emprender esa misma noche la retirada.
Ese mismo día, Juan Martín de Pueyrredón, con un grupo de soldados criollos entre los cuales se encontraba Martín Miguel de Güemes, se apoderó del barco británico H.M.S. Justine, que había quedado varado en la playa frente a Buenos Aires. ¡Tanto heroísmo en quienes unos pocos años después se unirían a este mismo enemigo contra su Rey legítimo!
Después de desalojar a los ingleses de sus posiciones en la Plaza del Retiro, el 12 de agosto Liniers marchó hacia el Fuerte donde se hallaba acantonado el general Beresford con casi todas sus fuerzas de infantería.
Por las calles avanzan las distintas unidades de los reconquistadores. La Companía de Granaderos del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires, con 94 soldados, 1 teniente y 1 subteniente, al mando del capitán Juan Ignacion Gómez, compone la principal fuerza, avanzando por la calle Florida, la del Correo (actual Perú), luego San Francisco (Moreno), hasta llegar a la calle de la Merced (Defensa).
A las 10 de la mañana, Liniers instala su cuartel general en el atrio de la iglesia de la Merced e inicia el ataque final. Soldados y pueblo atacan en aniquilación a los británicos refugiados en la Recova que cruza la Plaza. Tras la muerte del capitán George W. Kennet, Beresford ordena la retirada hacia el Fuerte y pide parlamento.
Escoltado por Quintana, Beresford se reúne con Liniers, quien lo felicita por la resistencia y le comunica que sus tropas deberán abandonar el Fuerte y depositar sus armas al pie de la galería del Cabildo.
A las 15 el Regimiento 71 desfila por última vez en la Plaza Mayor de Buenos Aires y los soldados escoceses dejan sus fusiles. Con 1600 prisioneros, 36 cañones, 4 morteros y 4 obuses, además de hacer entrega de la bandera del célebre 71 escocés.
Mientras tanto y traicioneramente, Popham ataca la batería de Ensenada y la inutiliza, luego parte hacia Montevideo para reunirse con el resto de la flota.
Los británicos habían perdido 48 muertos (incluyendo oficiales), 107 heridos y 10 perdidos. Pero dejaron prisioneros y, lo que es peor, dejaron ideas que pocos años después llevarán a la traición y al perjurio. Y al asesinato de los pocos incorruptibles, leales y fieles. Pero eso es otra historia.
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