"Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia."

martes, 29 de noviembre de 2011

Rescatan del olvido la figura del virrey Abascal

El profesor español Juan Ignacio Vargas Ezquerra comenta en su bloc de notas, ¡Averígüelo Vargas!, su tesis doctoral El gobierno peruano del virrey Abascal: Categorías de poder y gestión política (1806-1816) que fuese defendida en la Fac. de Filosofía y Letras de la Univ. de Zaragoza en 2007, obteniendo un sobresaliente cum laude por unanimidad. Esta tesis fue la base del libro Un hombre contra un continente: José Abascal, rey de América, editado por Akrón en 2010, con prólogo de Antonio R. Peña Izquierdo (y que se puede adquirir aquí).



En su tesis, el Dr. Vargas demuestra cómo "el virrey José Fernando de Abascal y Sousa (1806-1816) sobrevivió hábilmente a la crisis dinástica de 1808 y salvó al virreinato del Perú del conflicto interno, que trastornó a los virreinatos de Río de la Plata, Nueva Granada y Nueva España, así como a las capitanías generales de Caracas y Chile desde 1809-1810. Por medio de su política de reciprocidad, Abascal pudo trascender la tensión entre españoles y americanos con la perspectiva de volver del revés la política carolina desde la década de 1770. La política conservadora de Abascal combinó la defensa del orden establecido con una contraofensiva exterior...", reestableciendo el control del Perú sobre Quito, el Alto Perú y Chile. 

"Abascal se presentó como el auténtico virrey en el momento de la Emancipación. Él fue realmente el único virrey del momento... Fue un hombre con energía, decisión e iniciativa propia, lo contrario del tipo de virrey creado por las reformas borbónicas, recortado en sus atribuciones y simple ejecutor... Por el hecho de no resignarse a actuar débilmente en una época crítica, Abascal procedió como autoridad independiente.

"...Abascal salvó la crisis constitucional con un verdadero alarde de tino político, mediante el que fue capaz de conciliar la obediencia al gobierno metropolitano, reprimir los intentos revolucionarios, recompensar a sus servidores, mantener los Reales Ejércitos, socorrer fuera del Virreinato a todas las autoridades en peligro de ser rebasadas por los insurgentes, en unas circunstancias en las que todo le era necesario y todo era poco para las atenciones del propio Perú, y lograr la formación de un partido americano criollo realista para hacer frente a los partidarios de la Independencia. La actitud firme e irreconciliable del Virrey hacia los revolucionarios y descontentos fue, quizá, el factor más decisivo en el mantenimiento de la autoridad española. Contrario a otros débiles representantes, que se rendían dócilmente a la presión en otras partes del imperio, estaba constantemente en guardia, decidido a sostener el sistema absolutista [sic] en el que creía, desaprobando no sólo la vacilación de sus colegas en otras partes de la América española, sino también las políticas conciliadoras de los sucesivos grupos que habían tenido la autoridad en la Península. Reveló en tan difíciles circunstancias talento, sagacidad y decisión, dotes que se pusieron reiteradamente de manifiesto cuando el ejemplo de las revoluciones americana y francesa, además de los conflictos en la propia metrópoli, agitó a todos los estamentos del Perú. Su prestigio personal y sus cualidades de estadista, a la par de su actitud recta e inquebrantable, le ganaron el respeto y la simpatía de la población limeña, si bien es verdad que la contrapartida de esta adhesión fue de veras onerosa en el campo económico. Con este objetivo, Abascal adoptó una política de conciliación y acercamiento a las elites americanas, especialmente a los intereses ya concedidos por la política borbónica del siglo XVIII. Su política en Perú no fue innovadora, ni mucho menos abrupta, sino continuadora de un proceso de acercamiento entre el gobierno virreinal y las elites limeñas, que ya había comenzado. La habilidad política de Abascal le permitió sobrevivir en una situación potencialmente peligrosa en la cual la elite limeña, sinuosa e intrigante como siempre, estaba buscando maneras para promover sus propios intereses."

Para continuar leyendo, ir aquí.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Un clero corrompido...

Ya nos hemos referido al papel primordial que en la difusión de los principios revolucionarios tuvieron los clérigos. Pero volveremos a repetirlo todas las veces que haga falta para derribar el mito de la "revolución católica" en que tanto se empeñan los nacionalismos-católicos americanos.

Como hemos dicho, no son éstas lecturas de tipo racionalizadas luego de ocurridos los hechos, sino que ya, en su tiempo, los protagonistas pensaron efectivamente que eran los frailes y sacerdotes los principales agentes de la propaganda revolucionaria en medio de un pueblo católico pero poco instruido. En el artículo citado más arriba, copiábamos como epígrafes, dos expresiones que confirman nuestro aserto: "el triunfo o derrota de la Guerra de la Independencia se deberá a lo que hicieron los sacerdotes" (el general realista Goyeneche) y "el triunfo se debe a los curas que siempre han estado de nuestra parte" (el jefe revolucionario Castelli en comunicación a la Junta de Buenos Aires; sí, el mismo que protagonizó misas negras y blasfemias en el Alto Perú). Y, de un tiempo posterior, es la afirmación del realista Pezuela, luego de Vilcapugio: "el espíritu revolucionario se ha formado principalmente por los perniciosos ejemplos e influjos del clero de esta parte de América".

Para entender el grado de corrupción doctrinal de estos clérigos revolucionarios nada mejor que el siguiente texto:

El derecho que yo promuevo no es el de los incas, dueños naturales del país: sus cenizas, sí, deben sernos respetables, y su desgraciada suerte armarnos siempre contra la tiranía y el despotismo. La causa que yo defiendo es la de todos los hombres: aquellos derechos, digo, imprescindibles e inalienables que a nadie le es permitido renunciar. Hacía mucho tiempo que hollados éstos por el gobierno español, debía la América haber pegado un grito que… despertase a todos de su letargo.” 
-- Pbro. Miguel Calixto del Corro, “Oración patriótica… en la iglesia catedral de Córdoba” del 25/V/1813.

Son claramente los principios de la Revolución Francesa, aunque se lo quiera disfrazar de Suárez, Vitoria o la escuela de Salamanca.



miércoles, 9 de noviembre de 2011

La ayuda de Inglaterra

Se menciona una profecía escrita en un antiguo templo del Sol en El Cuzco según la cual, la liberación de América del Sur sería realizada por la nación del inglés. Dicha profecía estaba destinada a verse realizada puesto que este continente en gran medida debe su emancipación del yugo español a la cooperación del gobierno y el pueblo de Gran Bretaña. Canning declaró desde el escaño ministerial en la Cámara de los Comunes que “dio existencia a un Nuevo Mundo para cambiar el equilibrio del viejo”, y tan calurosamente expuso la causa de América del Sur que los capitalistas de Londres libremente abrieron sus tesoros a los agentes de las nuevas repúblicas, mientras que miles de valientes soldados de fortuna pusieron sus espadas al servicio de Bolívar y los otros jefes patriotas. Incluso antes de Canning, el gobierno de Pitt dio aliento al General Miranda, que hizo varias visitas a Inglaterra en nombre de Venezuela, y uno de los resultados de los esfuerzos de Miranda fue la misión especial de Sir James Cockburn a Caracas en 1808. Miranda fue arrojado injustamente en un calabozo por los patriotas venezolanos, y murió encadenado.

Cinco años después llegó la primera expedición de voluntarios ingleses del Gral. MacGregor, y en el intervalo desde 1813 hasta el fin de la guerra en 1824, casi 5000 súbditos británicos cayeron peleando bajo las banderas independentistas.

Según Lord Palmerston, las distintas repúblicas sudamericanas costaron a Gran Bretaña la enorme suma de 150 millones de libras esterlinas, incluyendo los préstamos concedidos en Londres que aún estaban impagas.

Sin embargo, fueron los logros de los comandantes británicos en las flotas y ejércitos de América del Sur los que preservarán para la historia la ayuda de Gran Bretaña a los patriotas. En el curso de los capítulos siguientes narraré muchos gloriosos hechos de armas llevados a cabo por mis compatriotas, reflejando no menos lustre de las banderas bajo las cuales pelearon como del heroico suelo en el cual nacieron.

El Almirante Brown destruyó el poderío naval español en la costa Este del continente mientras Lord Cochrane lo hacía en la costa Oeste.

O’Higgins y MacKenna se cubrieron de Gloria en Rancagua y Membrillar en Chile, al mismo tiempo que MacGregor expulsaba a los españoles de Nueva Granada.

La decisiva batalla de Ayacucho fue ganada por el General Miller, quien allí ganó la distinción de Gran Mariscal del Perú; y tenemos el testimonio del General Bolívar de que la dura victoria de Carabobo se debió al coraje de la Legión Anglo-Irlandesa. “¡Gloria a los salvadores de mi patria!” fue la exclamación de Bolívar, cuando la pequeña banda de 600 sobrevivientes marchaban frente a él tras finalizar la batalla.

“Vale la pena remarcar”, dijo un escritor hace poco, “que no sólo Inglaterra envió grandes sumas de dinero y cantidades de armas a América del Sur, sino también que el coraje de sus hijos fue principal instrumento para asegurar la independencia de las repúblicas sudamericanas. Fue la firmeza de la Legión Británica la que ganó la batalla de Carabobo (junio de 1821) y decidió la independencia de Colombia, y la carga de la caballería del General Miller en Ayacucho la que procuró la gran victoria que destruyó el último baluarte español en el Perú.”

Así comienza la tercera parte de un libro muy ilustrativo que veremos citado muchas veces aquí en esta bitácora: The English in South America de Michael G. Mulhall (Buenos Aires, 1878). Sea ésta una muestra de lo que vendrá.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Woodbine Parish: Aventurero, rivadaviano y rosista

Woodbine Parish nació en Londres el 14 de septiembre de 1796. Provenía de una familia aristocrática de Axholm en Lincolnshire que había perdido su posición por devoción a la causa monárquica en los días de la Revolución inglesa.

Su abuelo Henry Parish, capellán de Lord Townshend, acumuló una apreciable fortuna siguiendo a su protector en sus destinos militares y políticos. Casó con una dama de apellido Woorbine y tuvo cinco hijos: Henry Williams, Sarah, Woodbine, Frances y Charles Compton.

El Reverendo Henry tenía un hermano, John Parish, fue superintendente de ordenanzas de la Torre de Londres durante años y casó con Elizabeth Planta, hija del capellán del Rey. Así quedó cimentada una importante alianza entre los influyentes Planta y los Parish que daría sus frutos en las próximas generaciones.

A la muerte de su capellán y abuelo de nuestro biografiado, Lord Townshend tomó a su hijo mayor, Henry Williams Parish, bajo su cuidado. Henry W. fue enviado al Woolwich College y luego obtuvo, por recomendación de su protector, una comisión en el Real Regimiento de Artillería del Duque de Richmond. Estuvo en Gibraltar, en Canadá y en la expedición a China de Lord Macartney que exploró las costas de África y Brasil, las Indias Holandesas, Malaya y Cochinchina, antes de llegar a destino. Años después, sería ayudante de campo y paje de Lord Cornwallis en Irlanda.

El menor de los hijos del Reverendo Henry, Charles Caompton Parish, se unió ya de muy joven a la marina mercante y ya a los 23 años poseía en propiedad el velero “Acalus”, con el que comerciaba en las Antillas. Al estallar las guerras de la Revolución francesa, realizó misiones en el Mediterráneo y, cerca de la costa española, fue capturado por fragatas francesas. A pesar de estar prisionero, el Capitán Parish logró establecer contacto con antiguos socios en Marsella y Génova, gracias a los cuales pudo escapar. Como capitán de otros buques mercantes, logró sacar ventaja de las siguientes guerras napoleónicas y, en 1814, fue designado superintendente de puertos de las Antillas Británicas. Ocupó este cargo durante veinticuatro años, para retirarse luego con una pensión en Inglaterra.

Siendo el tercer hijo y el segundo varón, Woodbine Senior sólo tenía cinco años cuando su padre, el clérigo anglicano, murió. Fue adoptado por su tío materno, William Woodbine, residente en Yarmouth. En 1777 lo envió a Lieja, a estudiar en el colegio jesuita inglés, que funcionaba en el antiguo palacio del Elector Palatino de Baviera. Sólo otro niño, además de Parish, era protestante. Pero la educación clásica brindada era excelente y el precio era mucho más accesible que en los colegios ingleses. Aunque nunca dejó su anglicanismo, sin embargo, siempre lamentó la Reforma como un gran daño. En 1783 regresó a Inglaterra y se estableció con su tío en Londres por breve tiempo. William Woodbine era un comerciante en crecimiento y envió a su sobrino a Livorno como su representante en Italia. Con el fin de independizarse de su tío, aceptó un nombramiento como oficial de la East India Company. Recorrió la costa africana y el Sudeste Asiático, hasta llegar a China, donde pasó 6 meses. Regresó luego por la vía del Mediterráneo, haciendo buenas relaciones en Italia y España. Al llegar a Londres se asoció a su tío que al año, murió. Junto a sus primos Planta, recorrió Francia, Alemania y Holanda, haciendo los mejores negocios. En 1795 casó con la única hija del clérigo henry Headley, rector de North Walshan (Norfolk), quien, por sus conexiones, le abrió la puerta a la aristocracia de ese tiempo, convirtiéndose en amigo íntimo de personajes como Lord Perceval (futuro primer ministro), el Coronel Herries (padre de un futuro ministro de economía británico) y Nicholas Vansittart (futuro ministro de economía y Lord Bexley, y quien daría a Miranda todo su apoyo en la causa de las independencias americanas). Así fue que obtuvo el cargo de presidente de la junta de impuestos de Escocia. En 1823 obtuvo su retiro con una renta anual de 1000 libras y fallecería diez años después.

Nuestro biografiado, hijo del anterior, se educó primero en una escuela primaria de Essex. Allí fue que, en un accidente, quedó con una cojera que lo acompañaría toda su vida. Luego, gracias a los contactos de su padre, pasó al aristocrático Eton College.

Al salir de Eton en 1812, John Charles Herries, hijo del amigo de su padre, lo llevó consigo a trabajar en el Departamento del Comisario Jefe de abastecimientos militares.

En 1814, Herries le dio su primer destino diplomático en Sicilia, para ayudar en la evacuación de las tropas británicas y, también, contactarse con líderes anti-borbónicos unionistas. Como explica su nieta y biógrafa, “Sicilia era de vital importancia para Inglaterra si quería mantener su supremacía en el Mediterráneo, y ahora que había una crisis, la única alternativa viable para los ingleses, si no querían abandonar la isla, era establecer un gobierno decente bajo su control”. Los Borbones, endeudadísimos con Gran Bretaña, y sin control real sobre la isla, se vieron obligados a aceptar la constitución liberal que les impusieron.  

Se vio involucrado en los eventos que siguieron a la victoria sobre Napoleón en Waterloo. En 1815, Parish viaja en la expedición inglesa que restaura la Casa de Borbón en Nápoles y derrota finalmente a los partidarios de Murat.

Luego regresó a París como secretario de Lord Castlereagh, colaborando en la redacción del borrador del Tratado de París de 1815. Allí, en la embajada británica parisina, volvió a reunirse con su primo Planta y con Edward Cooke, otro orgulloso etoniano como él. Lord y Lady Castlereagh tomaron mucho cariño al joven Parish, habiendo sido conocidos también de su tío Henry en Irlanda.

En este puesto de primer orden, conoció personalmente a Metternich, Blücher, Wellington, Luis XVIII y el Zar de Rusia, entre otros personajes de primer orden. Durante todo este tiempo en el exterior mantuvo actualizada y detallada correspondencia con su padre en Edimburgo. Quien, a su vez, le comunicaba noticias de sus parientes dedicados al comercio y a la diplomacia, distribuidos por todo el mundo.

“Casualmente”, se hizo íntimo amigo de Sir Peregrine Maitland, hermano del general escocés Thomas, amigo de José de San Martín y posible estratega del plan del cruce de los Andes e invasión del Perú. También se hizo amigo de Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, ambos presentes en París como asesores del Rey de Prusia.

Terminados los asuntos de París que mantenían ocupado a Castlereagh, éste decidió regresar a Inglaterra, tomando a Parish como su secretario privado, mientras su primo Planta continuaba como secretario de asuntos exteriores, casi como un viceministro. Pero los recortes posteriores a la guerra, lo obligaron a aceptar en 1816 una misión en la isla de Corfú, donde Sir Thomas Maitland había sido designado Alto Comisionado de las Islas Jónicas. En este puesto se encontró involucrado en las negociaciones con los turcos por el destino de Albania y algunas de las islas griegas que habían sido tomadas por Napoleón.

Al regresar a Londres, trabajó con su primo Planta, a quien iba a acompañar a Aquisgrán para asesorar en las negociaciones de las potencias europeas. Pero poco antes, tuvo una “curiosa entrevista” con el viejo Nathan Meyer Rothschild. Nathan era el tercero de los hermanos Rothschild, distribuidos en Viena, Nápoles, París y Frankfurt. A él le había tocado Londres, allí se estableció en 1797 y tan sólo siete años después obtenía la ciudadanía británica. El Secretario del Tesoro británico lo usó como agente para colocar los subsidios a las potencias extranjeras en plenas guerras revolucionarias y napoleónicas. A su vez, tomaba los dineros de los príncipes extranjeros y los colocaba en bonos ingleses, los famosos Consols. Durante la expedición de Wellington en la Península Ibérica, Rothschild fue el principal financista de sus campañas, obteniendo luego de la misma, importantes monopolios en España y Portugal. El viejo Rothschild quería que Parish lo ayudara a cobrar los pagos debidos por el Rey de Prusia que haría a través de uno de los miembros de la dinastía bancaria. Así se hizo, y Nathan, que poco después sería creado barón del Imperio Austríaco, quedaría para siempre agradecido con Parish.

A su regreso desposa a Amelia, la única hija de Leonard B. Morse, un abogado y principal subcomisario general de las Fuerzas Armadas de Su Majestad, de una familia que decía descender de los Plantagenet, la dinastía de los reyes normandos de Inglaterra.

Tras haber mantenido durante una década una política ambivalente frente a los gobiernos americanos insurgentes, apoyando según los momentos a la metrópoli o a aquéllos, o incluso a ambos al mismo tiempo, hacia 1820, se hizo evidente que el gobierno británico debería reconocer oficialmente las independencias americanas. Fue así que Canning, en 1822, resolvió enviar representantes a Buenos Aires, México y Bogotá con el fin de buscar tratados comerciales ventajosos a cambio de los reconocimientos. Estaba claro que el gobierno en Madrid no podía darse el lujo de romper relaciones con Gran Bretaña y, por otro lado, se trataba de ganar una carrera que el gobierno de los Estados Unidos había comenzado en México y América Central, y que los franceses amenazaban con emprender también.

En 1824, Woodbine Parish fue designado encargado de negocios, con rol de cónsul general, en Buenos Aires. El nombramiento fue hecho por Joseph Planta, en nombre de Canning. En parte, Parish fue elegido por ser primo de los hermanos John y William Parish Robertson, comerciantes que se establecieron en el sur de América durante las guerras revolucionarias, presenciando “por raras casualidades las cosas más importantes de la revolución americana” (como reconoce José María Rosa) y haciendo —de paso— una impresionante fortuna.

“Casualmente”, José de San Martín se topa con John P. Robertson poco antes del combate de San Lorenzo. Otra vez, otro Robertson, William, estará con Artigas en el campamento de la Purificación. En 1815 el director supremo Alvear encargará misiones a los hermanos. En el ’20 establecerán excelentes relaciones con los jefes federales sin menoscabar las ya existentes con los directoriales. En 1822, “casualmente”, otra vez, uno de los Robertson estará presente en las negociaciones de Guayaquil entre San Martín y Bolívar.

Revelando documentos del Foreign Office, José María Rosa asegura su pertenencia al servicio de informaciones británico y describe su red. “Su guía y enlace era su pariente [abuelo materno] John Parish, radicado en la ciudad de Bath, a quien escribían cariñosas e informativas cartas que el Parish de Bath se apresuraba a mandar a otro pariente, Joseph Planta [sobrino político de John Parish], subsecretario del Foreign con Castlereagh y jefe del negociado para Hispanoamérica con Canning. Las familiares misivas donde los Robertson contaban todas las cosas de nuestra tierra: los propósitos militares de San Martín, el apego de Rivadavia a los intereses británicos, la desconfianza de Artigas o Francia [el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia] hacia los extranjeros, el estado de la economía y la situación militar, están correctamente catalogados en el archivo del Foreign. [Public Record Office, Foreign Office. 6/1]”

Tan pronto como se enteró de la designación de una especie de cónsul en la capital del Plata por parte del premier Canning, el ministro Bernardino Rivadavia decidió retribuir el gesto enviando a John Hullett a Londres como su representante. Hullet era socio de la firma Hullet Brothers & Company, establecida en Buenos Aires, y de la que Rivadavia sería socio en un emprendimiento minero. La designación molestó a Canning, quien, por intermedio de Parish, intentó convencerlo de designar a José de San Martín. Pero, como explicó Rivadavia, esto no era conveniente por los deseos del “Libertador” de instalar un monarca europeo en América del Sur.

Antes de llegar a Buenos Aires, el buque “Cambridge” que lo transportaba hizo escala en Río de Janeiro. Allí, los pasajeros fueron recibidos por Lord Cochrane, quien en ese momento fungía como Primer Almirante de la Armada Nacional e Imperial del Brasil, luego de haber cooperado en el plan de San Martín en la invasión de Chile y Perú. Sobre Cochrane, que desde sus días de corsario al servicio de “la Libertad” de América terminaría sus días como almirante de la Real Armada Británica, hablaremos en otra ocasión. Pero quede aquí esta no casual entrevista. Lord Cochrane pondrá al tanto de los sucesos de América a nuestro biografiado y el peligro de incursiones francesas y españolas en la zona; finalmente, se ofrece a tomar para el gobierno de Londres cada una de las plazas fuertes entre el Cabo de Hornos y California si le daban la autorización para hacerlo.

Por ese tiempo llegó a Buenos Aires un proyecto de Madrid para un tratado comercial. El mismo, bajo la supervisión de Parish, fue rechazado por Rivadavia pues consideraba que violaba los principios de libertad e igualdad de comercio. “Casualmente”, luego se firmaría con el gobierno británico uno que violaba estos “principios” de manera mucho más burda.

En sus informes a Canning, Parish lo urge al reconocimiento del Estado rioplatense. Sus relatos estaban algo “condimentados”, pintando prosperidades, seguridades, modernidades y calmas que no existían realmente. Pero Canning, más pragmático, no se preocupaba y buscaba convencer al Rey de cualquier modo. Sin embargo, una parte del gabinete y la corte, liderada por Wellington, se oponía al proyecto.

Woodbine Parish lamenta el retiro de Rivadavia, “tan apegado a lo que es inglés”, pero se alegra de que, en su lugar, quede Manuel José García, “perfecto caballero británico” (sic). En Londres, Canning había tenido un éxito frente al Rey cuando le presentó a los ministros plenipotenciarios de la nueva Colombia.

Haciendo uso de su cargo, finalmente, Parish firmó con García el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con la Argentina el 2 de febrero de 1825, que incluía el reconocimiento oficial de la independencia argentina por parte del gobierno británico y otros puntos de los que ya hemos hecho alguna referencia. El 8 de diciembre Canning logra la aprobación del Parlamento. A cambio de un reconocimiento meramente nominal, sin implicancias de ningún tipo más allá de una esperable protesta diplomática de Madrid, Gran Bretaña se aseguraba el monopolio comercial en los puertos y ríos del Plata. Por otro lado, el gobierno de Su Majestad se aseguraba que las Provincias rioplatenses no pudiesen ponerse bajo protección de ninguna otra potencia.

Mientras tanto, Parish asesora a los diputados del Congreso en Buenos Aires, “se necesita la más grande paciencia, temperamento y perseverancia para llevarlos al camino recto y mantenerlos allí”. Los diputados no podían entender una alianza donde Gran Bretaña no ayudaría de ninguna manera a la América del Sur en sus luchas independentistas.

Según Temperley, biógrafo de Canning, a poco de comenzar Parish sus gestiones, el comercio de Gran Bretaña con Buenos Aires superó los seis millones de libras, representando más de un octavo del total de todas las exportaciones británicas, incluyendo las colonias. Eso era mucho más que el comercio bilateral de Londres con los Estados Unidos para la misma época.

El General Miller le escribe a Parish sobre la batalla de Ayacucho, contándole todos los detalles, para que éste remita el informe al Foreign Office. Otro día hablaremos de Miller, ¿patriota o agente británico?

A lo largo del ’25, el cónsul intenta persuadir a García sobre la inutilidad de una guerra con Brasil. No sólo porque un bloqueo del puerto de Buenos Aires, perjudicaría el comercio británico, sino porque la Armada brasileña empleaba oficiales británicos, atrayendo la simpatía de Londres por la causa del imperio.

Al estallar las hostilidades, el gobierno de Buenos Aires da el mando de su pequeña flota al almirante William Brown, un súbdito británico que ya había combatido bajo la bandera bonaerense y se encontraba en ese momento retirado. Muchos británicos, estadounidenses y voluntarios de otros países se unieron a la flota como marinos. En otro momento, nos referiremos también a Brown.

Fue una movida interesante por parte del gobierno porteño, como manifestó en su correspondencia Parish, en los combates navales entre Brasil y las Provincias Unidas, sólo había bajas británicas. Por lo que se urgía al gobierno de Londres a intervenir favoreciendo la paz.

Tan bien metido estaba en la política local que se entera, antes que nadie, en diciembre del ’25, que en febrero del año siguiente asumirá al frente del gobierno el ex ministro Rivadavia.

Junto a Joseph Barclay Pentland, Parish recorrió gran parte de los Andes bolivianos entre 1826 y 1827. Pero sus exploraciones geológicas tenían otras intenciones. La Argentina y Brasil se encontraban en guerra y los británicos se las ingeniaron para continuar la exportación de oro por vía diplomática.

Desde septiembre del ’26 se pone a las órdenes de Lord Ponsonby, ministro plenipotenciario de Su Majestad Británica en el Río de la Plata. Ponsonby era nieto del famoso presidente de la Cámara de los Comunes de Irlanda que tanto intrigara contra Lord Townshend, protector del abuelo de Parish. Planta escribió a su primo que Canning le aseguraba que este nombramiento no debía tomarlo como algo personal, sino que lo hacía con el único fin de llenar las expectativas de esnobismo de estos gobiernos sudamericanos por tener a alguien de rango noble. Por su parte, Ponsonby se dedicó casi exclusivamente a mediar entre los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro para poner fin a la guerra con los rioplatenses y lograr una solución para la cuestión sucesoria de Portugal.

Las relaciones entre Lord Ponsonby y Dom Pedro no fueron fáciles. Éste acusaba a los británicos de querer anexarse la Banda Oriental como colonia y amenazaba con levantar un gran empréstito en Europa para continuar la guerra en el Río de la Plata e intervenir en la Península Ibérica. Por su parte, el primero hablaba de una escalada de la guerra con la posible intervención de una fuerza conjunta sudamericana a las órdenes del “Libertador” Bolívar, “amigo de Gran Bretaña”.

En su correspondencia a Canning y Planta, lamentó la imprudencia de Rivadavia en su lucha contra los federales y augura una larga guerra civil. Lamenta también que sólo García entiende que, según el gobierno de Su Majestad, la independencia de la Banda Oriental es la única solución al conflicto.

Cuando fracasa la misión de García en Río y se conocen los términos de la propuesta británica, la opinión pública porteña estalla. A la insumisión de casi todas las provincias del Interior se suma la anarquía en Buenos Aires. Lord Ponsonby pide que se lo reemplace por un ministro de inferior rango dado que se trata de un continente de “semi-salvajes”. Más medido y curtido, Parish informa a Planta la verdadera situación y culpa a la guerra con Brasil de haber hecho encallar el gobierno “más avanzado… de América del Sur”, en referencia a la renuncia forzada de Rivadavia. Por las dudas, el almirante Sir Robert Otway, comandante en jefe de la Estación Británica en América del Sur, despachó sus buques para vigilar la costa de Buenos Aires durante las elecciones.

Como a su jefe, le produce a Parish rechazo el gobierno plebeyo de Manuel Dorrego y prevén los peligros desatados por la revolución unitaria de Lavalle. Pero ya entonces ven con buenos ojos a Juan Manuel de Rosas, comandante de la campaña bonaerense, que tiene el poder de ganarse a los gauchos e inducirlos “a volver a sus casas”.

Cuando se produce la cuestión de la formación de un batallón de voluntarios extranjeros para la preservación del orden, Parish ordena al almirante Sir Thomas Thompson, del H. M. S. Cadmus, que patrullaba el Río de la Plata, que llame la atención al almirante Brown, al mismo tiempo que él presenta una queja formal.

“Casualmente”, Parish está presente en las conversaciones entre Lavalle y Rosas en Cañuelas. El advenimiento de Rosas al poder lo confunde. Por un lado, se alegra de que el “Restaurador” mantenga al “gentleman” Manuel José García en el gobierno. Por el otro, el carácter arrogante del nuevo gobernador y su populismo, le hacen pedir a Lord Aberdeen (el nuevo ministro del Exterior) su traslado.

Ponsonby, finalmente, obtiene su traslado y pasa a Río de Janeiro, a la corte del Emperador, ahora en excelentes relaciones con Gran Bretaña. En su reemplazo es nombrado Henry S. Fox, sobrino de Lord Holland, pero que se demora en llegar a Buenos Aires, dejando a Parish como amo y señor de la política británica en el Río de la Plata.

En 1830, y con la aprobación de Juan Manuel de Rosas, Parish coloca la piedra fundamental de la iglesia anglicana de San Juan, que aún existe en Buenos Aires.

Una de las primeras negociaciones de Parish fue con el dictador paraguayo Francia, que mantenía una difícil situación con los Robertson, y que mantenía detenido al naturalista Aimé Bompland, amigo de Alexander Humboldt. Recién en 1831 logra su liberación. Y, poco después, son liberados otros exploradores suizos y franceses que habían sido detenidos por Francia durante más de cinco años.

En 1832, aprovechando la destrucción de la colonia argentina en las Islas Malvinas, por parte de corsarios estadounidenses el año anterior, presenta una protesta de derechos al gobierno de Buenos Aires, al mismo tiempo que el H. M. S. “Clio” hace acto de soberanía “simbólico” en Port Egmont. Al año siguiente, y ante la falta de acciones por parte argentina, el gobierno británico establece una colonia permanente y nombra un gobernador.

Finalmente, en 1833, Parish es reemplazado, aunque continuará como asesor de asuntos rioplatenses por el resto de su vida. Rosas lo nombra ciudadano argentino y coronel de caballería honorario. Además le concede el curioso privilegio de usar el escudo nacional argentino como blasón hereditario. El “Restaurador” le organizó toda una fiesta de despedida.

A su regreso a Londres, Parish es recibido por Lord Palmerston en persona. Además de aprobar su conducta durante el período en que ejerció sus funciones en el Río de la Plata, le obtiene una pensión de 1000 libras anuales.

A fin de año, parte hacia Francia para investigar el asunto del peaje que se cobraba a los buques británicos.

Posteriormente, en 1835, gestiona una condecoración que le permitirá anteponer el pomposo “Sir” a su nombre. Sus ocupaciones en el Foreign Office, leyendo despachos y periódicos sudamericanos, le dejaban bastante tiempo.

Durante su estadía en América del Sur, Parish había combinado su trabajo diplomático con su hobby por la geología y la paleontología, además de los negocios. A su regreso en su país, se dedicó entonces a pasar en limpio sus descubrimientos y observaciones. En 1839 publicó en Londres Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata, sobre sus descubrimientos geológicos y de fósiles.

En el Natural History Museum de Londres, Sir Woodbine presentó los huesos de un megaterio. Y le siguieron agregaciones como miembro pleno de la Royal Society, de la Geological Society y de la Royal Geographical Society. De esta última fue, posteriormente, vicepresidente. Además fue corresponsal de Charles Darwin.

En 1838 se le ofreció la negociación con el gobierno de Rosas durante el bloqueo del Río de la Plata, pero se negó acusando a sus sucesores de destruir la influencia británica en América del Sur, lo que con tanto trabajo le tomó años hacer.

Sirvió como Jefe Comisionado en Nápoles entre 1840 y 1845. El objetivo era forzar al gobierno de Fernando II de las Dos Sicilias a firmar un nuevo tratado comercial sobre la producción y comercialización de sulfuro y otros minerales. Apenas llegar a Nápoles, Sir Woodbine y su familia fueron invitados al gran baile de carnaval organizado por Salomone Rothschild, a quien había conocido en Aquisgrán en cumplimiento de un encargo de su hermano Nathan, y al que asistirían los Reyes.

Una vez obtenido el tratado, Lord Palmerston lo instruyó para implementarlo y monitorear su vigencia. En ese tiempo, los Parish vivían de fiesta en fiesta de la Corte napolitana.

Terminada su misión, regresaron lentamente atravesando toda Italia. Hasta Florencia, para asistir al funeral de uno de sus hijos, Leonard. Allí, se alojaron en casa de Lord Holland, ministro plenipotenciario británico.

A su regreso a Londres en 1847, la casa Baring Brothers le ofreció cuantiosos honorarios para gestionar con “su amigo” Rosas el pago del empréstito concedido a la Argentina en tiempos de Rivadavia. Pero Sir Woodbine se negó por razones que no nos quedan claras. Tal vez porque conocía el carácter difícil de Rosas. Tal vez para no manchar su nuevo status social con cuestiones tan crematísticas.

Tras la caída de Rosas, éste se embarcó en el H. M. S. “Conflict”, donde John Parish, uno de los hijos de Sir Woodbine, era el primer teniente. El buque lo llevó sano y salvo a Irlanda, desde donde cruzaría luego a Inglaterra. A poco, cenó con el antiguo gobernador todopoderoso de Buenos Aires y continuaron su amistad.

Años después, se le ofreció el consulado de Berna. Y en 1857, Lord Clarendon pretendió persuadirlo de intervenir en los asuntos británicos en América Central.

En 1865 consiguió para su tercer hijo, Frank, el nombramiento al frente del consulado británico en Buenos Aires. Sería, luego, uno de los fundadores (y presidente durante un tiempo) de la Buenos Ayres Great Southern Railway Company (Ferro-Carril Sur), con sede social en Londres. Tras la muerte de Frank en 1906, su nieto Woodbine fue electo presidente del mismo ferrocarril y miembro del directorio de otras empresas británicas en la Argentina y Uruguay.

El 16 de agosto de 1882, Sir Woodbine Parish, KCH, fallecía en su propiedad rural de Quarry House, en St. Leonard’s-on-Sea, en Sussex, lleno de honores y riquezas. Pero, más importante aún, durante sus nueve años en el Río de la Plata, había establecido y afianzado la dependencia económica, política y cultural de la Argentina respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, que llevará a decir a uno de sus diplomáticos que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica” (Sir William Barton en The Spectator, 1931).