"Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia."

jueves, 17 de mayo de 2018

EGALITÉ, MANDILES CONTRA ESCUDOS

[Reproducimos con permiso del autor.]

EGALITÉ, MANDILES CONTRA ESCUDOS

Lo que no hicieron Tamerlán, Solimán y sus hordas

Por Fernando José Ares.

A comienzos del Siglo XII los Caballeros de San Juan de Jerusalén tomaron la Isla de Rodas, allí defendieron, con gran esfuerzo y valentía, durante mas de dos siglos la Fe de Cristo contra árabes y turcos.

Tamerlán la saqueó y devastó y finalmente Solimán, “el Magnifico”, tras gran destrucción, la conquistó definitivamente. La isla sufrió luego tres siglos de cruel tiranía musulmana.

Sin embargo todas esas luchas y sitios sufridos mantuvieron incólumes la arquitectura gótica que los Caballeros Cruzados desarrollaron en la isla. Testigos son sus fortalezas, palacios y casas solariegas que hoy hacen el disfrute de los turistas.

Calles enteras de la ciudad capital, también llamada Rodas, y también de otras ciudades están ocupadas por estas casas solariegas que llevaban, de acuerdo a la tradición, en su fachada el escudo de armas de la familia que la había construido y vivido en ella.

Ese escudo era el emblema familiar, su sello personal, a ese símbolo se remitían todos los integrantes de la familia, unidos por lazos de sangre y de historia. La importancia de la casa solariega en la sociedad está muy bien explicada en una obra que trazó hitos en nuestra Patria y en el mundo entero, “El Solar de la Raza” de don Manuel Gálvez.

Y el escudo de armas está estrechamente vinculado a nuestra cultura occidental y cristiana. Notable supervivencia la de los escudos de los Caballeros Jerosimilitanos, resistieron a aquel sangriento rengo Timur, a Solimán y a trescientos años de persecución turca sobre los cristianos.

Mas nociva que los anteriores para las tradiciones familiares fue la Revolución de Mayo, una rara mezcla de Tamerlán y Solimán con Rousseau y Robespierre, que arrasó con los escudos de armas y también con los que los defendieran.

Así la Asamblea del año XIII prohibió los emblemas familiares y mandó arrasarlos de las fachadas y en cualquier otro lugar donde estuvieran. No importaba que fueran propiedad particular ni que, en la mayoría de los casos, fueran una posesión familiar de siglos.

Nada valió, maza y pico no dejaron nada en pié. Y para los que se opusieran estaba la lanza, la espada, el arcabuz y la horca. Es que estaba en juego “la noble igualdad”. La identidad, que es el principio de la distinción, es muy peligrosa cuando se ve “en trono a la noble igualdad”.

Parece una contradicción que en una república se establezca un monarca aunque éste sea la reina Igualdad, pero hay que considerar que aquella era una república sui generis, porque quedó definitivamente claro, después del cuartelazo de 1812, que el verdadero gobernante no es el que figuraba como tal sino una Logia. Se llamaba “Lautaro”, una muestra de indigenismo precoz, en honor del asesino y torturador de don Pedro de Valdivia, persona de solar conocido y con escudo familiar.

A esta Logia, debilitada por la ausencia de su Venerable Maestro, la sucedió otra, la de “Buenos Aires”, pero a diferencia de la Revolución Guillotinadora de 1789, el cambio de logia no aparejó el degüello de los depuestos .

Unos años después el democrático poder en las sombras fue derribado por un criollo que asumió el Gobierno y se ganó honradamente su salario de Gobernador, mandando por si mismo y no como testaferro de una Logia. Como los Caballeros de San Juan de Jerusalén ese criollo sabía muy bien el Catecismo. Duró ese estado de franqueza política hasta 1852 que retornó el poder igualitario de las tinieblas o sea de los mandiles. Es que nada bueno dura mucho tiempo.

Vemos en nuestros días que lo que empezó derribando escudos, llegó también a derribar a nuestro Descubridor, al Gran Almirante, que curiosamente su día de gloria y también el nuestro, el 12 de Octubre, comenzó a ser celebrado gracias a don Manuel Gálvez y su obra que nos habla de las casas solariegas de las familias y culmina con el solar común de un conjunto de familias, que comparten una misma estirpe, es decir una misma sangre, que eso en última instancia es lo que constituye una raza (“El Solar de la Raza”).

Justo también es agradecer por lo mismo a un Presidente argentino, nieto de un fusilado y luego colgado por las logias de los enmandilados “derribaescudos” de su época, don Hipólito Yrigoyen, que prefería leer a Gálvez en vez de ver cine como hacen en la Residencia de Olivos los de los actuales tiempos.

Unos pocos años después del primer y nunca mejor llamado “Día de la Raza” (Denominación que será la próxima víctima de nuestros “derribaescudos”) y quizás no lo hiciera reivindicando el escudo de armas, un notable argentino nos alertaba sobre los frutos aterradores de la ennoblecida igualdad y su reinado, así amargamente se quejaba al respecto: “Todo es igual, nada es mejor”. Se llamaba Enrique Santos Discépolo. Murió de hastío.