"Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia."

miércoles, 10 de octubre de 2018

En defensa del Rey: Observaciones sobre el Realismo hispanoamericano en la era de las independencias



René José Silva, 10/X/2016. [*]

[Traducción libre de “In Defense of the King: Observations on Spanish American Royalism in the Era of Independence”, Panoramas (Center for Latin American Studies, University of Pittsburgh, II/2015).]

Entre los historiadores, la independencia latinoamericana ha sido y sigue siendo un campo de investigación prolífico. Comenzando con los relatos personales de los participantes en las guerras de independencia publicados en la primera mitad del siglo diecinueve, década tras década los historiadores han producido una corriente continua de erudición sobre los eventos que dieron nacimiento a las naciones múltiples de América. Estos reportes generalmente pro “patriotas” se han visto enmarcados dentro de los márgenes de una narrativa nacionalista que sirve para elucidar los orígenes de los Estados de hoy día, incluso aunque los contornos geográficos y políticos del Imperio Hispanoamericano no necesariamente encajan en las configuraciones modernas. [1] La misma intensidad investigativa no se aplica a aquellos americanos que se pusieron del lado del monarca español. Hasta recientemente, los realistas que defendieron al Rey Borbón —aunque bastante significativos bajo cualquier punto de vista— habían sido mayormente olvidados. [2] Estos criollos, nativos, mestizos, castas, negros libres, esclavos y residentes españoles de largo aliento en América conforman un grupo distinto al de los peninsulares enviados desde España durante períodos de tiempo limitados para gobernar el Imperio u ocuparse del comercio. Afortunadamente, estudios innovadores provocados en parte por la oleada de historiografía social y cultural del pasado siglo veinte han redescubierto una riqueza de evidencia sobre aquellos segmentos de la sociedad que optaron por conservar su lealtad a la Corona española. Los resultados han sido impresionantes y con frecuentes sorprendentes. Entre la miríada de características del realismo hispanoamericano, al menos sobresalen cuatro elementos: la volatilidad del proceso independentista, los factores religiosos, los múltiples significados de lealtad y las actividades de los subalternos coloniales. Cada uno de estos temas ha recibido la atención erudita desde hace poco.

Desde una perspectiva hemisférica, la lucha por la independencia latinoamericana fue altamente contenciosa, en no menor medida debido a que importantes sectores de la población apoyaron al monarca. Muchas áreas disputadas estuvieron alternativamente bajo autoridad imperial o “patriota” en coyunturas diferentes. Nueva Granada es tal vez el ejemplo más sobresaliente de este casi perpetuo estado fluido. Dentro del virreinato, ciudades como Cartagena de Indias y Bogotá buscaron la independencia total a medida que se desarrolló el conflicto, mientras que otras como Santa Marta, Río Hacha y Pasto intentaron permanecer bajo la tutela de la dinastía borbónica. Para todos, la resolución debió esperar al final de la lucha pero, en el ínterin, cada una sucumbió a los cambios dramáticos traídos por los acontecimientos militares y políticos. Como el resto del Imperio, Cartagena se vio recortada del reino luego de que Napoleón invadiera la Península Ibérica en 1808. Su reacción al comienzo de todo fue profesar fidelidad a la Corona. La ciudad procedió luego a declarar la independencia en 1811, fue reconquistada por el ejército expedicionario español en 1815 y recuperada por las fuerzas “patriotas” en 1821. Así, durante el transcurso de poco más de una década, el puerto se vio gobernado como una entidad autónoma dentro del marco del diseño imperial, apartado durante un tiempo del estandarte real, coaccionado bajo sumisión absolutista y dejado en libertad definitivamente de todo y cualquier ligadura con la madre patria. Tal proceso obviamente no fue una receta de estabilidad. Sus habitantes —aquéllos que lograron sobrevivir las subsiguientes fases y permanecer o regresar— tuvieron que adaptarse en consecuencia a sus nuevos gobernantes durante cada etapa del camino. Esta volatilidad fue la norma en gran parte del Imperio. De las áreas que eventualmente lograron la independencia, sólo las jurisdicciones coloniales del Perú y del Río de la Plata experimentaron algún sentido real de continuidad política. En la primera, la fidelidad a la Corona se vio sostenida hasta el mismo final del enfrentamiento, un momento que los historiadores tradicionalmente atribuyeron a la batalla libertadora “final” de Ayacucho en 1824. [3] En el último caso, la mayor parte del Cono Sur al Este de los Andes conservó una independencia de facto desde el principio del movimiento en adelante. [4] Tras la conclusión de la guerra, los territorios del hemisferio occidental bajo dominio imperial quedaron reducidos a islas caribeñas como Cuba y Puerto Rico. Un excelente estudio que demuestra la volatilidad del período es la colección de ensayos editados por Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca con el título Cartagena de Indias en la Independencia. [5]

Incrustados en esta inestabilidad, las fortunas de los realistas estaban sujetas a preocupaciones religiosas. Fray Eugenio Torres Torres ha editado una sobresaliente colección de ensayos sobre la Orden Dominicana que examina el papel de la institución católica durante el período de la independencia. [6] La historiografía latinoamericana ha subrayado frecuentemente la significación de clérigos como el Padre Miguel Hidalgo en México en apoyo del esfuerzo “patriota”. Por esa razón, es refrescante encontrar que aquí los colaboradores eruditos han reconocido la complejidad más pronunciada del conflicto y han encontrado las simpatías de los sacerdotes, monjas y hermanos laicos afiliados de la Orden hacia ambos lados de la división entre “patriotas” y realistas. Los protagonistas inclinados hacia el realismo incluyen a un sacerdote dominico cuyas afinidades camaleónicas espejaban los flujos y reflujos de la guerra en Chile, cambiando de lado de acuerdo con los recurrentes cambios de régimen; las hermanas dominicas en la Argentina que fueron acusadas de deslealtad por establecer contacto con prisioneros de guerra pertenecientes a los antiguos círculos de la alta sociedad; y los comerciantes prósperos en Buenos Aires devotos de la Tercera Orden Dominicana para seglares cuya influencia se fue disipando continuamente a medida que la región rechazaba al monarca y abrazaba la causa republicana. Tal vez la más intrigante ilustración realista, sin embargo, fue engendrada por eventos poco conocidos en Nueva España, donde Fray Ramón Casaus escribió El Anti-Hidalgo en 1810 como una refutación directa del trabajo del célebre sacerdotes insurgente, mientras que otros realistas intentaron compensar la veneración de la Virgen de Guadalupe entre las fuerzas pro independentistas exponiendo activamente la intervención divina de la Virgen de la Soledad en Oaxaca del lado del rey Fernando VII. [7]

La invasión catalítica de Napoleón a la Península Ibérica en 1808 tuvo efectos profundos más allá del Atlántico, impulsando una cadena de consecuencias no deseadas que transformaron al Imperio en un desarreglo. El soberano español fue secuestrado y retenido como rehén por los invasores y un nuevo régimen bajo el liderazgo del hermano del emperador francés, José I, fue impuesto a todo el país. Los españoles que consideraban a Napoleón una extensión de los ideales de la Revolución francesa y el toque de difuntos para el absolutismo borbónico dieron la bienvenida a los agresores y declararon su lealtad al nuevo orden. La mayoría, sin embargo, desafiaron a los intrusos. Como respuesta, las regiones étnicamente diversas de España formaron sus propios gobiernos locales en oposición a los franceses y en apoyo del Rey cautivo. Así nació la Guerra de la Independencia Española. Las acciones peninsulares llevaron eventualmente a la creación de un Consejo de Regencia que pretendía representar a toda la nación. El problema fue que sus ejércitos repetidamente fallaron en el campo y los españoles en todos lados perdieron su fe en la capacidad del Consejo para gobernar. Esta situación llevó en última instancia a la formación de las Cortes españolas en 1810 que incluían la representación de los dominios imperiales de ultramar. Sin embargo, cuando los gobiernos locales en América se enfrentaron a la cuestión central de la lealtad a una causa común, las opciones estaban lejos de ser claras. La cuestión pronto fermentó en la pregunta más amplia de lealtad a quién. Una posibilidad era el nuevo monarca francés. Otra era el Rey español rehén. Una tercera era una solución de compromiso en las estructuras imperiales existentes, como los virreinatos y capitanías generales, bajo los jefes nombrados por Fernando. Una cuarta era la floreciente oposición nacionalista en la “patria” —primero hacia el Consejo de Regencia y luego hacia las Cortes. Finalmente, los locales podían recurrir a precedentes históricos de la Reconquista medieval y proclamar la autonomía de los autogobernados cabildos locales. La complejidad de este intrincado proceso se vio más complicado en 1814 con la reinstalación de Fernando VII.  Inmediatamente se volvió hacia aquéllos que habían peleado en su nombre y envió una masiva expedición militar para recuperar sus posesiones transatlánticas para su gobierno absolutista. El Rey fue depuesto nuevamente en 1820, sólo para recuperar su trono en 1823 con la ayuda de la mismísima Francia. Dado el abanico de alternativas para los miembros de tan extenso, desconectado y multifacético Imperio, no es sorpresa que los distintos locales inicialmente hiciesen elecciones diferentes. O que los eventos se fueran completamente de manos y que muchas regiones prosiguieran por el camino de la eventual independencia.

Dos textos recientes tratan sobre esta dinámica de lealtad. Preaching Spanish Nationalism Across the Atlantic de Scott Eastman examina cómo el liberalismo se intersectó con el catolicismo para crear una nueva ideología en defensa de la nacionalidad española —logrando ayudar a derrotar a las armas francesas en la Península pero fracasando en Nueva España donde la misma síntesis paradójicamente sirvió para fortalecer la causa de la independencia mexicana. [8] La colosal compilación en tres volúmenes de José Antonio Escudero intitulada Cortes y Constitución de Cádiz: 200 Años también incluye ensayos de académicos de primera línea que exploran el significado de la lealtad en América bajo las luchas políticas que disparó la invasión francesa. Aunque la intención de la obra no es analizar el realismo en sí, las visiones consideradas en los dieciocho ensayos que específicamente tratan de América—demasiado numerosos para reseñarlos aquí—proveen una fascinante mirada de las diversas facetas de la cuestión de la lealtad confrontada por los súbditos españoles de allí. [9]

Un componente integral de la cuestión de la lealtad también concierne a los grupos subalternos en Hispanoamérica que defendieron las prerrogativas de la Corona. Dos estudios recientes proveen un análisis detallado de las elecciones que confrontaron los pueblos indígenas, los descendientes de africanos y los de antepasados mixtos, y las conexiones de esos grupos con los eventos macro. [10] Los resultados a primera vista parecen presentar extrañas contradicciones —por ejemplo, los indios alguna vez conquistados que se ganaron el respeto de los españoles por su continua lealtad, así como los criollos de antepasados españoles generaban sólo desprecio peninsular por su rebelión. Una clave de la lealtad defensiva en Santa Marta fue el apoyo que las élites locales recibieron de los indios rurales que entendían que el apoyo al Rey era la manera de mantener sus privilegios bajo el sistema imperial reinante. Los indios caquetíos de Coro en Venezuela del mismo modo apoyaron a los españoles como forma de preservar su status como “libres”, garantizado por un acuerdo diplomático con España en 1527. Otro estudio explora las distintas lealtades entre los negros. Curiosamente, los arribos de esclavos más recientes desde África tendían a apoyar al monarca español, mientras que los negros libres y esclavos de padres americanos afiliados a fraternidades religiosas o gremios de artesanos con frecuencia apoyaron al bando “patriota”. La lógica de la fidelidad de los subalternos revela que la lealtad en Hispanoamérica fue construida más sobre la base de las necesidades y aspiraciones pragmáticas locales más que sobre la de un espectro ideológico más amplio defendiendo los principios abstractos de la libertad. [11]

Estas observaciones demuestran que el realismo hispanoamericano conlleva el potencial para convertirse en campo de estudios históricos mejor desarrollado, del mismo modo que ya ocurre del lado británico americano con los “Loyalists” de la Revolución americana. [12] Las posibilidades de investigación son infinitas. Los estudios recientes sobre la volatilidad política, la religión, la ideología realista y la subalternidad mencionados aquí son la punta del iceberg. Aforando de lo que estas investigaciones y otras anteriores han develado a la fecha, la lucha por la independencia puede no haber sido tan tranquilizadoramente transparente como alguna vez se supuso.

Detalle de Denis Auguste Marie Raffet, "Memorable y decisiva batalla de Ayacucho en el Perú" (1926).


Referencias:
[*] René Silva nació en La Habana (Cuba) y pasó su primera niñez en la isla. Exiliado con su familia, creció en el nordeste de los Estados Unidos. Graduado en Comunicación en la Universidad Seton Hall (1977), magíster en Historia por la Univ. Internacional de Florida (2011), próximamente doctorado en Historia Atlántica en la misma Universidad; es profesor asistente e investigador en la misma alta casa de estudios.
[1] Por ejemplo, para fines del siglo dieciocho lo que hoy son Ecuador, Venezuela y Panamá eran todos parte del Virreinato de Nueva Granada; los países de la moderna Centroamérica estaban bajo el eje de la Capitanía General de Guatemala; mientras que Uruguay, Paraguay y la mayor parte de Bolivia estaban dentro del Virreinato del Río de la Plata.
 [2] Estudios excepcionales sobre este grupo son más numerosos para Perú que tal vez para cualquier otro país latinoamericano e incluyen: Daniel Valcárcel, “Fidelismo y separatismo en el Perú”, Revista de Historia de América nº 37-38 (I-XII/1954): pp. 133-162; Armando Nieto Vélez, Contribución a la historia del fidelismo del Perú, 1808-1810 (Lima: Instituto Riva Agüero, 1960); Raúl Palacios Rodríguez, “Notas sobre ‘fidelismo’ en la Minerva Peruana”, Boletín del Instituto Riva Agüero nº 8 (1969): pp. 757-806; Waldemar Espinoza Soriano y Luis Daniel Morán Ramos, Reformistas, fidelistas y contrarrevolucionarios: Prensa, poder y discurso político en Lima durante las Cortes de Cádiz 1810-1814: Tesis doctoral (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2008); César Félix Sánchez Martínez,  “Dispuestos a esgrimir nuestras espadas con los aleves enemigos: la reacción realista en el sur del Perú 1814-1825”, Ahora Información nº 104 (Madrid: 2010).
[3] La investigación reciente ha identificado conflictos violentos que continuaron más allá de la “grand finale” históricamente aceptado. Por ejemplo, el ensayo de Heraclio Bonilla sobre los indios de Iquicha en Indios, negros y mestizos en la independencia (Bogotá: Planeta / Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 2010).
[4] El proceso en Chile al Oeste de los Andres no sigue en este patrón.
[5] Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca (Ed.), Cartagena de Indias en la independencia (Cartagena: Banco de la República, 2011).
[6] Fray Eugenio Torres Torres (Ed.), Dominicos insurgentes y realistas, de México al Río de La Plata (México: Porrúa Miguel Ángel, SA, 2011).
[7] Para una selección de textos de ensayos específicos de esta colección y otras obras referenciadas aquí, ver René J. Silva y Victor Uribe-Urán, “Spanish American Royalism in the Age of Revolution”, Latin American Research Review vol. 49 No. 1 (2014), pp. 271-281.
[8] Scott Eastman, Preaching Spanish Nationalism Across the Atlantic, 1759-1823 (Baton Rouge: Louisiana University Press, 2012).
[9] José Antonio Escudero, Cortes y Constitución de Cádiz: 200 Años (Madrid: Espasa, 2011), 3 volúmenes.
[10] Heraclio Bonilla (Ed.), Indios, negros y mestizos en la independencia (Bogotá: Planeta, 2010); Jairo Gutiérrez Ramos, Los indios de Pasto contra la república, 1809-1824 (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2007).
[11] Ver nota 7.
[12] Ver René J. Silva, “Loyal and Royal: A Comparative Analysis of Adherents to the Crown during the American Revolution and the Spanish American Wars of Independence”, inédito (2013).

martes, 14 de agosto de 2018

Pastoral misionera


Salid al frente de esas gavillas de bandidos y bribones, presentad vuestros pechos al acero antes que condescender a un juramento que os hace perjuros para Dios y traidores a vuestro Rey, a vuestra Patria y a vuestra Nación.
No deis oídos a esos viejos de Susana, que nosotros conocemos muy bien, ni a esos jóvenes disolutos que tanto hemos favorecido. Ellos son unos necios atenienses y torpes espartanos que a cubierto de su ignorancia quieren aparentar los mismos nombres que deshonran. Os quieren obligar a ofrecer incienso a Baal, despreciando al Dios de Israel. ¡Ingratos! ¡Inhumanos! Ése es el pago que nos dais y que dais a vuestros padres. ¿Ése es el beneficio que queréis hacer a vuestra patria? Todo hombre depende naturalmente de Dios y del que lo representa. El nombre nada más de independencia es el más escandaloso. Huid de él hijos, como del infierno.
A cualquiera de nuestros súbditos que voluntariamente jurase la escandalosa independencia con pretextos frívolos y de puro interés propio lo declaramos excomulgado vitando y mandamos que sea puesto en tablillas. Si fuere eclesiástico lo declaramos suspenso y si alguna ciudad o pueblo de nuestra diócesis, le ponemos en entredicho local y personal y mandamos consumir las especies sacramentales y cerrar la iglesia hasta que se retractare y juren de nuevo la constitución española y ser fieles al Rey. Si alguno de vuestros hijos obedeciere a otro obispo que a Nos o a otros vicarios que los que Nos pusiéremos, u oyen misa de sacerdote insurgente o recibiere de él sacramentos, lo declaramos también excomulgado.

Hipólito Antonio Sánchez Rangel de Fayas y Quirós, obispo de Maynas (1820).

jueves, 17 de mayo de 2018

EGALITÉ, MANDILES CONTRA ESCUDOS

[Reproducimos con permiso del autor.]

EGALITÉ, MANDILES CONTRA ESCUDOS

Lo que no hicieron Tamerlán, Solimán y sus hordas

Por Fernando José Ares.

A comienzos del Siglo XII los Caballeros de San Juan de Jerusalén tomaron la Isla de Rodas, allí defendieron, con gran esfuerzo y valentía, durante mas de dos siglos la Fe de Cristo contra árabes y turcos.

Tamerlán la saqueó y devastó y finalmente Solimán, “el Magnifico”, tras gran destrucción, la conquistó definitivamente. La isla sufrió luego tres siglos de cruel tiranía musulmana.

Sin embargo todas esas luchas y sitios sufridos mantuvieron incólumes la arquitectura gótica que los Caballeros Cruzados desarrollaron en la isla. Testigos son sus fortalezas, palacios y casas solariegas que hoy hacen el disfrute de los turistas.

Calles enteras de la ciudad capital, también llamada Rodas, y también de otras ciudades están ocupadas por estas casas solariegas que llevaban, de acuerdo a la tradición, en su fachada el escudo de armas de la familia que la había construido y vivido en ella.

Ese escudo era el emblema familiar, su sello personal, a ese símbolo se remitían todos los integrantes de la familia, unidos por lazos de sangre y de historia. La importancia de la casa solariega en la sociedad está muy bien explicada en una obra que trazó hitos en nuestra Patria y en el mundo entero, “El Solar de la Raza” de don Manuel Gálvez.

Y el escudo de armas está estrechamente vinculado a nuestra cultura occidental y cristiana. Notable supervivencia la de los escudos de los Caballeros Jerosimilitanos, resistieron a aquel sangriento rengo Timur, a Solimán y a trescientos años de persecución turca sobre los cristianos.

Mas nociva que los anteriores para las tradiciones familiares fue la Revolución de Mayo, una rara mezcla de Tamerlán y Solimán con Rousseau y Robespierre, que arrasó con los escudos de armas y también con los que los defendieran.

Así la Asamblea del año XIII prohibió los emblemas familiares y mandó arrasarlos de las fachadas y en cualquier otro lugar donde estuvieran. No importaba que fueran propiedad particular ni que, en la mayoría de los casos, fueran una posesión familiar de siglos.

Nada valió, maza y pico no dejaron nada en pié. Y para los que se opusieran estaba la lanza, la espada, el arcabuz y la horca. Es que estaba en juego “la noble igualdad”. La identidad, que es el principio de la distinción, es muy peligrosa cuando se ve “en trono a la noble igualdad”.

Parece una contradicción que en una república se establezca un monarca aunque éste sea la reina Igualdad, pero hay que considerar que aquella era una república sui generis, porque quedó definitivamente claro, después del cuartelazo de 1812, que el verdadero gobernante no es el que figuraba como tal sino una Logia. Se llamaba “Lautaro”, una muestra de indigenismo precoz, en honor del asesino y torturador de don Pedro de Valdivia, persona de solar conocido y con escudo familiar.

A esta Logia, debilitada por la ausencia de su Venerable Maestro, la sucedió otra, la de “Buenos Aires”, pero a diferencia de la Revolución Guillotinadora de 1789, el cambio de logia no aparejó el degüello de los depuestos .

Unos años después el democrático poder en las sombras fue derribado por un criollo que asumió el Gobierno y se ganó honradamente su salario de Gobernador, mandando por si mismo y no como testaferro de una Logia. Como los Caballeros de San Juan de Jerusalén ese criollo sabía muy bien el Catecismo. Duró ese estado de franqueza política hasta 1852 que retornó el poder igualitario de las tinieblas o sea de los mandiles. Es que nada bueno dura mucho tiempo.

Vemos en nuestros días que lo que empezó derribando escudos, llegó también a derribar a nuestro Descubridor, al Gran Almirante, que curiosamente su día de gloria y también el nuestro, el 12 de Octubre, comenzó a ser celebrado gracias a don Manuel Gálvez y su obra que nos habla de las casas solariegas de las familias y culmina con el solar común de un conjunto de familias, que comparten una misma estirpe, es decir una misma sangre, que eso en última instancia es lo que constituye una raza (“El Solar de la Raza”).

Justo también es agradecer por lo mismo a un Presidente argentino, nieto de un fusilado y luego colgado por las logias de los enmandilados “derribaescudos” de su época, don Hipólito Yrigoyen, que prefería leer a Gálvez en vez de ver cine como hacen en la Residencia de Olivos los de los actuales tiempos.

Unos pocos años después del primer y nunca mejor llamado “Día de la Raza” (Denominación que será la próxima víctima de nuestros “derribaescudos”) y quizás no lo hiciera reivindicando el escudo de armas, un notable argentino nos alertaba sobre los frutos aterradores de la ennoblecida igualdad y su reinado, así amargamente se quejaba al respecto: “Todo es igual, nada es mejor”. Se llamaba Enrique Santos Discépolo. Murió de hastío.