"Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia."

lunes, 29 de agosto de 2011

Las guerras de la independencia en el arte

Transcribimos a continuación un artículo aparecido en la bitácora de arte bélico Espacio Cusachs. Sirva como introducción al fenómeno del arte como forma de propaganda en la forja artificial de esa entelequia que son las nacionalidades sudamericanas.

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VIERNES 26 DE AGOSTO DE 2011

Sudamérica en guerra

Este año ha dado comienzo el inicio de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de las Repúblicas Iberoamericanas, acontecimiento que, pese a su importancia y en esta España sumergida en plena crisis económica, de momento no se le está dando la relevancia con que se está siguiendo en toda América Latina.

Batalla de Carabobo. Martín Tovar y Tovar
Desde este espacio, y sin una mayor pretensión, me gustaría homenajear la memoria de todos aquellos americanos, españoles, realistas y patriotas que, peleando con valor y sacrificio por sus diferentes ideales, regaron con su sangre la fértil tierra americana, que en estas fechas –hace doscientos años- despertaba hacia su independencia.

Carga de Bueras. Pedro León Carmona
Para ello, no se me ocurre mejor manera que hacer una pequeña recopilación de las diferentes representaciones artísticas –muy conocidas todas ellas- de las batallas que dieron como lugar a la emancipación de la América española, y de paso reivindicar el olvido de sus protagonistas: españoles y americanos, blancos, negros o pardos, indios o mestizos. Olvidados por los que, de sus mismas clases, lograron derrotarles en los campos de batalla, y después pasaron de inmediato a la tarea de su propia construcción nacional. Olvidados también por la metrópolis a causa de la lejanía de sus esfuerzos, por los avatares y convulsiones políticas que se vivían en Europa, y también, porque fueron los derrotados.

Batalla de Maipu. Pedro Subercaseux

Batalla de San Lorenzo. Julio Fernández Villanueva
En lo meramente artístico, cabe reseñar que tras la Independencia, cada nación debía reinventarse, no sólo políticamente, sino también en su identidad y en la comunidad imaginaria que era necesario construir. El papel de las artes, así como de la literatura, fue entonces fundamental, aún más si se considera que las estructuras políticas, en general, no lograban generar un sentido de identidad nacional.

Batalla de Boyaca. Martín Tovar y Tovar
Es por ello que casi todas las pinturas en referencia a los combates que propiciaron dicha Independencia, contienen mucho de idealización simbólica para glorificar las batallas de emancipación y crear un sentido a la vez nacionalista y centrado en ideales europeos.

Batalla de Rancagua. Pedro Subercaseux

Artistas como los venezolanos Antonio Herrera Toro y Martín Tovar y Tovar, los chilenos Pedro Subercaseux y Pedro León Carmona o el argentino Julio Fernández Villanueva, estudiaron Bellas Artes en Roma o en París, para una vez de regreso a sus respectivas tierras, poder, con sus pinturas de escenas de la Independencia, ayudar a crear el sentimiento patrio que los jóvenes países americanos necesitaban.

jueves, 25 de agosto de 2011

El problema de la independencia de América

El problema de la independencia de América (F. Suárez Verdeguer)

martes, 23 de agosto de 2011

Clérigos revolucionarios y mito de la revolución católica

El triunfo o derrota de la Guerra de la Independencia se deberá a lo que hicieron los sacerdotes.- Goyeneche.

El triunfo se debe a los curas que siempre han estado de nuestra parte.- Castelli a la Junta.

De los 24 sacerdotes que asistieron al Cabildo Abierto del 22 de mayo, 18 votaron por la deposición del Virrey, y 12 por la formación de lo que sería la Primera Junta.

En la petición revolucionaria presentada al Cabildo, figuraban las firmas de 15 sacerdotes. En la Plaza, los más audaces entre los insurgentes fueron los llamados “manolos” acaudillados por el P. Ignacio Grela.

Uno de los nueve sujetos electos para formar el gobierno independentista fue el P. Manuel M. Alberti. Éste se hizo cargo de La Gaceta, fundada en junio de 1810 como órgano de la Revolución, y la dirigió casi sólo hasta octubre.

El 30 de mayo, el Pbro. Diego Estanislao Zavaleta fue el principal orador durante el Te Deum, intentando demostrar la legitimidad de todo lo actuado.

La Junta eligió a fray Julián Perdriel O.P. para escribir una Historia de los Sucesos de Mayo, por ser uno de los principales intelectuales de la Revolución, aunque no pudo ser llevada a cabo. En 1816, el deán Gregorio Funes tomó el encargo y escribió su Historia Civil.

Entre los portavoces de la Revolución enviados a las Provincias, fueron designados el Pbro. Ignacio Aráoz (hacia Tucumán), Julián Navarro (hacia Rosario), Pedro Ignacio Castro Barros (hacia La Rioja), Alejo de Alferro (hacia la Quebrada de Humahuaca) y otros.

Pero, tal vez, ningún otro clérigo tuvo mayor protagonismo que Gregorio Funes. El Deán Funes, como es recordado por la historia, nació en 1749 en Córdoba del Tucumán en el seno de una acaudalada familia local. Estudió en el Colegio de Monserrat justo cuando los jesuitas, que regenteaban el colegio, estaban siendo expulsados de América. Siguió la carrera eclesiástica y fue ordenado sacerdote en 1773, justo durante un conflicto entre el rector de la Universidad (y el Obispo) y el Cabildo diocesano, a causa del reparto de los cuantiosos bienes de los jesuitas en la provincia eclesiástica. A pesar de ser un novato, Funes fue nombrado director del seminario, pero apoyó al Cabildo contra el Obispo. En castigo, éste lo envía de Párroco a Punilla, en ese entonces un pago rural alejado de la ciudad universitaria.

Sin permiso de su Obispo, Funes obtiene el pase a España y en 1779 se doctora en Derecho Canónico en Alcalá de Henares. Allí, en la Península, se empapa de las ideas de la Ilustración y será firme y entusiasta defensor de las reformas eclesiásticas de Carlos III. Regresa a Córdoba junto al nuevo Obispo, José Antonio de San Alberto, y éste lo designa Canónigo. De allí en más, su carrera eclesiástica no para: en 1793 es nombrado Provisor del obispado y en 1804, deán de la Catedral (decano del Cabildo diocesano).

Ese año murió el Obispo San Alberto y Funes quedó como Administrador de la diócesis, mientras se preparaba para ser consagrado. Pero en 1805 es designado el peninsular Rodrigo de Orellana O. Praem., quien, sin embargo, se demora años en embarcarse. Recién en 1809 llega a Buenos Aires donde es consagrado por el obispo local, Benito Lué. Y nuevamente se toma su tiempo, para llegar a Córdoba recién en octubre.

Para ese entonces el deán Funes, fiel admirador del despotismo ilustrado, tenía el control absoluto de la diócesis. Desde 1807 era rector de la Universidad y del Colegio de Monserrat. Había reformado completamente los planes de estudio, introduciendo asignaturas ilustradas como Matemática, Física, Francés, Música y Trigonometría. Asimismo hizo una fuerte donación para sostener becas para estudiar Geometría, Aritmética y Algebra.

Si bien se negó a introducir a Descartes, Locke o Leibnitz, impulsó la escolástica suareciana tal cual se estudiaba en España, es decir, impregnada de elementos “modernos” como las publicaciones de Feijóo y Jovellanos. Fruto de este suarecianismo mediatizado fueron sus ideas democráticas que le trajeron problemas con el gobernador mediterráneo, el Marqués de Sobremonte, ex Virrey muy desprestigiado por su actuación durante las Invasiones Inglesas.

Ya desde 1809 estaba al tanto de los planes revolucionarios, a través de los oficios de Manuel Belgrano y Juan José Castelli. En una famosa carta al Oidor de la Audiencia de Charcas, su amigo Pedro Vicente Cañete, le recomienda apartarse del Virrey Cisneros dado que se aproximaba en Buenos Aires un cambio radical de gobierno. Cañete no tiene mejor idea que denunciar a su amigo ante el gobernador de Córdoba, Gutiérrez de la Concha, quien sin embargo nada puede hacer contra el poderoso canónigo.

Estallada la Revolución de mayo de 1810, y mientras Concha y Orellana, con la ayuda del ex Virrey Santiago de Liniers que se encontraba retirado en la provincia mediterránea, organizaban la contrarrevolución, el poderoso Deán tramaba su traición. La Junta de Buenos Aires había enviado a José Melchor Lavín a Córdoba para entrevistarse con Liniers y luego con las autoridades provinciales. Pero Funes hospeda en su casa al emisario y se entera de primera mano de las novedades.

Cuando las autoridades provinciales se reúnen para discutir el reconocimiento de la Junta revolucionaria, el Deán estaba enterado ya de todos los pormenores y había levantado una red de comunicación con sus amigos en el nuevo gobierno, principalmente Belgrano y Castelli. Rápidamente informa a los insurgentes de la postura de Concha, Liniers, Orellana y los demás, y organiza en la ciudad al partido revolucionario.

Por lo que apenas Concha y sus aliados abandonan la ciudad ante la aproximación de la Expedición militar al Norte, Funes reúne inmediatamente al Cabildo y hace reconocer a las autoridades porteñas.

Para ganarse el afecto de los revolucionarios, redactó la “justificación” de las ejecuciones de Liniers, Concha y los demás líderes contrarrevolucionarios.

Poco después fue electo Diputado por el Cabildo cordobés y enviado a Buenos Aires en su representación para integrar la nueva Junta, llamada “Junta Grande” por la historiografía. Apoyó a Saavedra, contra la política de Mariano Moreno, y fue el redactor de la mayoría de las proclamas, cartas y manifiestos.

Después del golpe de abril de 1811 contra la facción morenista, se quedó con la dirección de la Gaceta, órgano de propaganda del gobierno revolucionario de Buenos Aires. Desde allí, justificó el cisma religioso surgido de la Revolución, desarrollando su teoría sobre la reversión del derecho de patronato eclesiástico a la Junta.

Tras la derrota de Huaqui, fue autor de la exhortación al pueblo para la resistencia. Pero la ida de Saavedra al Norte para reorganizar el Ejército, lo dejó sin su principal sostén y, fiel a su espíritu acomodaticio, fue uno de los firmantes del armisticio con el gobierno de Montevideo, fiel al Rey. Incluso aconsejó a su hermano Ambrosio y a sus amigos cordobeses, moderarse en sus expresiones de apoyo a la Revolución.

El nombramiento del Triunvirato en septiembre de 1811, dejó a Funes a cargo de la Junta que se convertía en poder legislativo. Pero el secretario del poder ejecutivo, Bernardino Rivadavia, convirtió hábilmente a la Junta en un órgano meramente consultivo sin poder efectivo. Durante la represión del llamado Motín de las Trenzas, Funes fue acusado de ideólogo, la Junta fue disuelta y sus miembros expulsados de la capital.

El otrora poderoso Deán regresó a Córdoba, donde se dedicó a escribir su Ensayo de Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán. A fines de 1817, regresó a Buenos Aires para integrar el Congreso que recientemente había abandonado Tucumán donde un año antes declarara, contra todo derecho, la independencia. Su actuación posterior excede los límites de este trabajo.

Pero volvamos a los otros clérigos revolucionarios.

La oración pública inaugural de la Revolución fue pronunciada por Diego Estanislao Zavaleta, canónigo porteño y profesor del Real Colegio. Tras el asesinato del Obispo Lué, fue nombrado por el Cabildo diocesano, influenciado por la Junta revolucionaria, como Provisor del obispado bonaerense. Fue miembro activo de la masónica Logia Lautaro hasta la caída de Alvear. Luego fue diputado y secretario del Congreso y colaboró en la redacción de la Constitución unitaria de 1819. Sostenedor del ministro Rivadavia, apoyó su reforma eclesiástica. Su posterior carrera política escapa el tema propuesto.

Cuando en septiembre de 1810, luego de los fusilamientos de Liniers y compañeros, el obispo cordobés Orellana es enviado preso a la Guardia de Luján, Francisco Ortiz de Ocampo, gobernador puesto por la Expedición porteña, presiona al Cabildo catedralicio para nominar como Provisor y Vicario a José Gabriel Vázquez, quien haría las veces de obispo.

En 1811, estando Manuel Belgrano al frente del Ejército del Norte en Salta, hizo detener al obispo Nicolás Videla del Pino, acusado de mantener supuestamente contactos con los realistas. De más está decir que Videla del Pino era adversario del deán Funes. La cosa es que el jefe revolucionario no se limitó a deponer al obispo, sino que sacrílegamente designó en su lugar a Juan Ignacio Gorriti, que en ese entonces era vicario castrense.

Mientras tanto, y ya desde el 25 de mayo de 1810, se daba una verdadera persecución de los sacerdotes que no estaban dispuestos a aceptar las políticas cismáticas y sacrílegas de la Junta revolucionaria y sus clérigos aliados. Dejamos aquí constancia de unos pocos de estos mártires de la Revolución. Próximamente profundizaremos en sus poco conocidas vidas.

Dionisio de Irigoyen, prior del convento porteño de San Francisco, es asaltado violentamente por un grupo de jóvenes. A Felipe Reynal se le prohibió guardar secreto de confesión. El rector del seminario, Francisco de la Riestra, fue destituido y expulsado del Río de la Plata. La abadesa de las Capuchinas fue exonerada. El prefecto de los betlemitas, Vicente de San Nicolás, fue confinado a Salta por orden de Saavedra. El obispo bonaerense, Lué, fue puesto bajo una especie de prisión domiciliaria, se le impidió decir Misa y recorrer su diócesis; sus sacerdotes le boicoteaban y, finalmente, en 1812, fue envenenado por su asistente, el canónigo Fernández.

El motín realista encabezado por Martín de Álzaga fue la excusa perfecta para que recrudeciera la represión contra los clérigos y religiosos fieles al Rey, incluso llegando al fusilamiento o ahorcamiento.

Fray José de las Ánimas, prior del convento betlemita, fue ahorcado en la Plaza Mayor. Su cuerpo fue dejado a la intemperie colgando de una cuerda. Los dominicos revolucionarios Julián Perdriel y Juan González, que solían dirigir a sus alumnos a presenciar las ejecuciones revolucionarias, por su interés didáctico, encabezaron un grupo que destrozó a balazos el rostro de Fray José.

Orellana, luego de súplicas al gobierno y buenos informes de sus carceleros, fue restaurado en su diócesis. Pero pronto volvieron las inquinas de los revolucionarios. En 1814, el alcalde del Cabildo cordobés, denunciaba al gobernador la conducta del obispo: “desafecto al sistema de nuestra libertad, porque no ha predicado una sola vez a favor de la cauda de América”. Finalmente, los insurgentes no pudieron tolerar que el obispo para cubrir curatos de su diócesis que se encontraban vacantes, recurriera a sacerdotes franciscanos que se encontraban impedidos de ejercer su ministerio por orden de las autoridades revolucionarias. Fue confinado al convento de San Lorenzo, junto al Paraná, hasta que logró escapar a la Península.

Por haber sido foco de la contrarrevolución, los insurgentes se ensañaron especialmente con el clero de Córdoba del Tucumán. Los betlemitas de allí también fueron perseguidos. El presidente de su Hospital, Felipe Baltazar de San Miguel, fue arrestado. Otros fueron remitidos a Catamarca como sospechosos. Del clero secular, Tadeo Llanos, canónigo, fue detenido junto al obispo Orellana y apresado en San Luis. El rector del Colegio de Monserrat, Juan Bernardo de Alzugaray, fue capturado en Santa Fe, junto a uno de los hijos de Liniers, mientras aparentemente iban a fugar a Montevideo. Mientras tanto, el cura rector interino de la catedral cordobesa, Benito Lascano, fue acusado de “revoltoso y perturbador de la tranquilidad pública” y detenido. Otros detenidos fueron los franciscanos Pedro Pacheco, Manuel Suárez, León Pajón, Mariano Lencinas, Juan Antonino, Vicente Sánchez y Matías Alvarez.


¿Esta es la revolución católica de la leyenda rosa?

Discusiones de la Semana de Mayo, cuadro de Pedro Subercaseaux,
conservado en el Museo del Cabildo de Buenos Aires,
que se ha convertido en la imagen canónica de la Revolución de Mayo.
En cualquier caso, puede apreciarse en él, la cantidad de clérigos que participaron de la Revolución.


Fuentes:

Valentina Ayrolo, Funcionarios de Dios y de la República: Clero y política en la experiencia de las autonomías provinciales (Bs. As., 2007).
Efraín Bischoff, Historia de Córdoba (Buenos Aires: 1989).
Cayetano Bruno S.D.B., Historia de la Iglesia en la Argentina (Buenos Aires: 1966).
Nacy Calvo, Roberto Di Stéfano y Klaus Gallo, Los Curas de la Revolución (Buenos Aires: 2002).
Rómulo D. Carbia, La Revolución de Mayo y la Iglesia: Contribución histórica al estudio de la cuestión del Patronato nacional  (Buenos Aires: 1945).
Roberto Di Stéfano, El Púlpito y la Plaza (Bs. As.: 2004).
R Di Stéfano, “De la Cristiandad colonial a la Iglesia nacional: Perspectivas de investigación en historia religiosa de los siglos XVIII y XIX”, ANDES, nº 11 (Salta: Fac. de Humanidades, Univ. Nacional, 2000).
R. Di Stéfano, “La Iglesia católica y la Revolución de Mayo”, Criterio, nº 2360 (Buenos Aires: VI/2010).
Guillermo Furlong S.J., La Revolución de Mayo: Los sucesos, los hombres, las ideas (Buenos Aires: 1960).
G. Furlong, “Algunos datos olvidados de la Revolución de Mayo”, El Mensajero, nº 475 (1960), pp. 32-34.
Bernardo Lozier Almazán, Martín de Alzaga (Bs. As., 1998).
Rosa María Martínez de Codes, La Iglesia Católica en la América Independiente: Siglo XIX (1992).
Mons. Agustín Piaggio, La Influencia del Clero en la Independencia Argentina (Barcelona: 1910).
Américo Tonda, El Obispo Orellana y la Revolución (Córdoba, 1981).
A. Tonda, “Las secularizaciones de 1823”, Teología, nº 1 (1962).


miércoles, 17 de agosto de 2011

José de San Martín y su pertenencia a la Masonería (II)

La leyenda rosa del llamado Nacionalismo Católico argentino ha siempre sostenido la no pertenencia de José F. de San Martín a la Masonería. Para eso, suelen utilizar un pequeño conjunto de argumentos, algunos de ellos, contradictorios entre sí. Uno de los argumentos esgrimidos es que las grandes logias masónicas no reconocen a S. M. como uno de los suyos. Pues, hoy 17 de agosto de 2011, en que el laicismo conmemora el fallecimiento del "Libertador" (que Dios le haya perdonado su traición), reproducimos una investigación realizada por un masón y publicado por una logia masónica. Puede consultarse aquí el original.

San Martín y la Masonería

Síntesis del artículo de la R.’. L.’. General José de San Martín 384 del O.’. de Argentina. Compilado por el R.’. H.’. Alberto Levy.

La masonería rinde tributo a quien fuera su gran iniciado y recuerda su paso por nuestra Institución.

No es nuestro propósito sumarnos a la polémica, nos interesa sencillamente abordar un tema de carácter histórico, saber si la francmasonería tuvo en su seno a San Martín, libertador de América y demostrar la influencia sostenida y constante, tan grande y en ocasiones decisivas, que tuvo la orden francmasónica en la independencia de América.

En cuanto a las Provincias Unidas del Sur, por haber estimado San Martín que la institución era no solo necesaria, sino el más adecuado medio, el instrumento imprescindible e insustituible para el triunfo en la heroica lucha que se iba a librar en defensa de la libertad americana, una de sus primeras y esenciales preocupaciones fue la de organizar la logia, dirigirla y sostenerla.

Las logias en las Provincias Unidas, en Chile y en Perú fueron el gran organismo de iniciativa y consejo, que guía y regula la obra de sus gobernantes, tanto civiles como militares. San Martín, consciente de las enormes dificultades que implican la realización de sus empeños, llevando los pueblos a la vida independiente o libre, creyó, desde el primer instante, en la necesidad de contar con la cooperación y ayuda de minorías selectas, espiritual e intelectualmente. En las logias encontró ese eco y fermento revolucionario para su inspiración.

Cuarenta y dos largos años de vida masónica del general José de San Martín y su participación activa en no menos de 18 logias no se perdieron en las tinieblas de los tiempos; vemos ya que en los albores del año 1808 San Martín recibe la luz masónica, iniciándose en el grado de aprendiz en la Logia Integridad Nº 7 de Cádiz. Esta logia tenía carta constitutiva otorgada por la Logia Provincial de los Antiguos y en 1804 figuraba con el Nº 7 en el llamado Gran Oriente Regional de Sevilla, y el 6 de mayo de 1808, San Martín recibe el grado de maestro masón.

Esto ha llegado a nuestro conocimiento por los documentos publicados en España por los enemigos de la masonería española. En 1939, después de la guerra civil, se organizó toda una campaña antimasónica. El enfoque de los antimasones españoles difiere del sustentado por sus pares en la República Argentina. Ellos consideran que todos los libertadores de América fueron traidores a la madre Patria por el hecho de ser masones, y por ello sacaron a relucir el masonismo de los próceres de la emancipación americana, lo que fue publicado por medio de la Editora Nacional, un órgano oficial de la España franquista.

Dos figuras de esta logia habrían de conmover el corazón de San Martín y su recuerdo habría de acompañarlo durante toda su vida, la primera de su primer Venerable Maestro, tanto por su brillante personalidad cuanto por el hecho de haber sido San Martín su edecán al momento de su trágica muerte. Se trata del general Francisco María Solano, Venerable Maestro en su Logia Integridad Nº 7, maestro en el arte de la guerra, aventajado discípulo de las tácticas francesas aprendidas a través del general francés Maureau.

San Martín guardó toda su vida un indeleble recuerdo por la memoria de su primer Venerable Maestro, el general Solano, al punto de llevar constantemente en su billetera hasta la hora de su muerte, un grabado en acero en forma de medallón. En su orla había sombreado el mismo una faja de luto y en el papel que lo envolvía estaba escrito su nombre en gruesos caracteres. Al respecto así escribía el hijo político del general San Martín, el general Balcarce, al general Mitre: “También envío a Ud. el retrato del desgraciado General Solano, el mismo que mi padre político llevaba en su cartera como recuerdo de aquel amigo a cuyas órdenes sirvió como Edecán y cuyo fin no pudo evitar a pesar de los esfuerzos que hizo por salvarlo aquel horrendo día.” Este texto está en la página 492, del T. II del archivo del general San Martín.

También se expresa Vicente Fidel López en el tomo VI, pág. 310 y 311. “San Martín era Edecán del general Solórzano, cuando el pueblo de ese puerto indignado hasta la demencia por el estado calamitoso del reino, se alzó acometiendo al Venerable Magistrado. Lo sacaron a la calle, lo asesinaron y arrastraron su cadáver como trofeo de victoria, anulando toda defensa, pesa a denodado esfuerzo.”

De la hondísima impresión que a San Martín le produjo aquel pavoroso espectáculo, son testimonios sus posteriores y constantes repulsas a los movimientos demagógicos y a los procedimientos de los gobiernos basados en el desenfreno de las multitudes. A través de su gloriosa vida hemos de ver en momentos solemnes de ella, hasta qué punto llegaba su repugnancia a desórdenes y motines por lo mismo que era un sincero liberal y un amante y servidor constante de su pueblo.

En esa misma Logia Integridad Nº 7 tuvo fraternal vinculación con Alejandro Aguado, amistad que tendría proyecciones insospechadas en el porvenir lejano de la vida de San Martín.

Era Aguado natural de Sevilla y siete años menor que San Martín, revistaba como cadete en su regimiento y luego habría de ser su mejor e íntimo amigo. El joven Aguado había abrazado la carrera de las armas por vocación, ya que la fortuna de sus padres lo tenían a cubierto de necesidades e ingresó en el ejército del rey en 1799. Aguado, joven, rico, alegre, contrastaba con San Martín, reservado y serio. Coincidían sin embargo en varios aspectos: honradez de intenciones, bizarría, rectitud y limpieza en sus conductas. San Martín debió ser el maestro de Aguado en el campo de batalla, Aguado el de San Martín en sus correrías juveniles y las fiestas mundanas. Tan íntima y fraterna fue esa amistad, que Aguado fue uno de los muy pocos que San Martín tuteaba.

Luego, cada uno marcha a su destino, San Martín, el de libertador de medio continente; Aguado, ostentando el título de Marqués de las Marismas y acaudalado banquero; más el destino los lleva a reunirse casi en el ocaso de sus vidas en Francia. Allí San Martín, con la ayuda de su amigo Aguado, adquirió en propiedad un palacete cerca del castillo de Aguado en el Bourg y aquí viene un hecho clave en nuestra exposición, ambos en su carácter de masones concurren a las tenidas de la Logia de Ivri, donde están las firmas de ambos como integrantes de las tenidas masónicas de la que era Venerable Maestro el doctor Rayer, médico particular de Aguardo y después presidente de la Sociedad de Biología.

Aguardo, que tan particular devoción sentía por San Martín, lo nombra en su testamento albacea y tutor de sus hijos menores. San Martín, en cumplimiento de tales funciones, tuvo que traer los restos de Aguado, fallecido en su viaje a España, organizar solemnes funerales para el difunto en la iglesia de Notre Dame de Lorette y erigir suntuoso mausoleo sobre una elevación del cementerio de Pere Lachaise, donde mandó a grabar el siguiente epitafio: “No busquéis entre los muertos al que vive”.

Respecto de la amistad de San Martín y Aguado, el doctor Gregorio Marañón señaló: “La historia de la relación entre San Martín y Aguado simboliza dos cosas, que son a su vez la representación de lo más noble del alma humana: la amistad o la liberalidad o liberalismo. Son estas dos cosas en el fondo lo mismo.” La más característica prerrogativa del alma liberal es en efecto su aptitud y la fruición para el sentimiento y el ejercicio de la amistad.

El triunfo de los dos dentro de distintas esferas era de uno y de otro a la vez. Y en el gran abrazo de ambos triunfadores habría junto con la emoción imperativa de la propia victoria, la emoción de la victoria del otro. Todo esto era liberalismo, el admirable liberalismo que cimentó la civilización humana en el desarrollo de la república y el ejercicio de los derechos individuales.

Pero volvamos al derrotero masónico seguido por San Martín y regresemos para referirnos a la segunda logia en que le tocó actuar. San Martín no pudo ser ajeno al llamado emancipador de las colonias americanas radicadas en España, que se agrupaban en la Logia de Caballeros Racionales Nº 3 de Cádiz, que tenía el privilegio de reunir en su seno muchas personalidades de la emancipación americana. A esa logia se incorpora a mediados de 1808.

Esta logia tenía ilustres antecedentes; formaba sobre los restos de la creada por el peruano inmortal, don Pablo de Olavide, el primero en concebir el ideal de la emancipación americana. Esta logia como nos enseña el general peruano Rivadeneira, miembro de la misma, fue creada en Madrid y ante el avance de los franceses pasa a Sevilla y luego a Cádiz, donde contó con sesenta y tres miembros, que se distinguieron por sus talentos y por su acendrado patriotismo, por su interés por la independencia, de distinguidas y señaladas virtudes patrióticas en cada uno de ellos. Nombres ilustres de Mérida, Tobar, Carcedo y Castillo, colombianos; Pérez Toledo y Obregón, mejicanos; Suárez, Pinedo y Juanos, guatemaltecos, etc.

Agrega el general Rivadeneira, refiriéndose a San Martín, que al encontrarlo en 1821, en el cuartel general de Huaura, “me estrechó en su brazos y recordó nuestra antigua amistad, nuestros trabajos en la sociedad de Cádiz para que se hiciese la América independiente”. San Martín, que mucho apreciaba los servicios y sacrificios del general Rivadeneira, su antiguo cofrade de Caballeros Racionales Nº 3, lo nombró General de Brigada y designó como Gobernador del Callao.

La Logia Caballeros Racionales contó con similares en Madrid, Sevilla, Cádiz, Bogotá, Caracas, Filadelfia, México, Buenos Aires, Uruguay, Londres, etc. Tres argentinos presidieron la Logia Caballeros Racionales Nº 3 de Cádiz, José Moldes hasta 1808, Carlos María de Alvear hasta 1811 y luego el sacerdote Ramón Anchoris.

A ella se refiere San Martín en carta al Presidente del Perú, mariscal Ramón Castilla, escrita en Boulogne Sur Mer en el año 1848: “En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc. resolvimos regresar cada uno a nuestro país a fin de prestarles nuestros servicios en la lucha que calculábamos se había de entablar.”

También se refiere a ella el general Zapiola en el cuestionario que le envía el general Mitre con relación a la actividad masónica de esta logia, donde le contesta en la parte final, enviándole una lista de los individuos que forman la Logia Caballeros Racionales Nº 3.

En idéntico sentido, con relación a la existencia de esta logia se refieren hermano que fueron actores, por integrar los cuadros lógicos, como Moldes y Gurruchaga, Rivadaneira y Alvear, en sus cartas enviadas a Mérida en Caracas y de las que hemos de extendernos al referirnos a la Logia Caballeros Racionales Nº 7 de Londres.

Resuelto San Martín, al igual que otros patriotas, a dirigirse a Buenos Aires, donde había estallado el grito de la emancipación, debe dirigirse como camino obligado, primero a Londres. Para ello, San Martín obtuvo la ayuda de uno de los jefes del ejército inglés, Sir Charles Stuart, que le consiguió un pasaporte y cartas de recomendación para Lord MacDuff, más tarde Conde de Fife y que había pertenecido a la Logia creada en Londres por el insigne precursor Francisco de Miranda. Esto tiene una doble importancia probatoria.

Por un lado esta versión la realiza Gerard, bibliotecario de Boulogne Sur Mer, amigo de San Martín, que tuvo estos datos del propio Libertador y la publicó en una nota necrológica cuando éste fallece en Agosto de 1850, y la referencia al Conde Fife, en la localidad de Branff, Escocia, donde San Martín visitó, en compañía de su hermano, las logias San Andrés Nº 52 y San Juan Operativa Nº 92, donde están rubricadas sus firmas. Estas logias pertenecían a la jurisdicción de la Gran Logia de Escocia, en la que su amigo, el Conde de Fife, era Gran Maestre de la Gran Logia Provincial de Granffshire hasta el año 1848.

Volviendo al viaje de San Martín a Londres, cabe destacar que allí fue recibido por sus hermanos que ya se habían instalado, ubicándose San Martín como invitado en la casa de Carlos M. de Alvear.

Allí en Londres estuvo San Martín cuatro meses fundando con sus hermanos la Logia Caballeros Racionales Nº 7, cuyo primer Venerable Maestro fue don Carlos de Alvear, siendo sus integrantes, además de San Martín, Zapiola, Holmberg, Mier, Villa Urrutia, Chilabert, al que se agregaron Manuel Moreno, hermano del Tribuno de Mayo Mariano Moreno y los venezolanos Luis López Mendes, Andrés Bello y el Marqués del Apartado.

En la logia de Londres, expresa el general Zapiola, fue San Martín, al igual que él, ascendido al quinto grado, afirmación que sostuviera en la contestación de las preguntas que le formulara el general Mitre y en cuya respuesta agregara además la nómina de integrantes de la Logia Caballeros Racionales Nº 7 de Londres, que hemos recientemente destacado.

Además de todo ello tenemos probanza, por cartas de Carlos de Alvear del 20 de octubre de 1811, dirigida al patriota venezolano Rafael Mérida, Venerable Maestro de la Logia de Caracas, Venezuela, de las actividades de los hermanos de la Logia Caballeros Racionales Nº 7 de Londres, al igual que la nómina de sus componentes, ya que estas cartas se encuentran depositadas en el Archivo Álvaro de Bazán de la Armada Española y que fueron dadas a conocer por el historiador español contralmirante Julio Guillén.

Las referidas cartas, así como otros documentos, habían sido confiados a Juan Brown, sobrecargo del bergantín inglés La Rosa, que fuera apresado por un corsario español el 3 de enero de 1812, por cuya causa tomó intervención la inquisición y por los conductos referidos llegó a nuestros días.

Con la intervención del importante masón Lord MacDuff, Conde de Fife, logró que se armara la fragata Jorge Canning en enero de 1812, llevando su carga de hermanos masones que concurrían a sentar plaza en el ejército de la revolución de esta parte del continente. En ella venían estos militares de carrera: teniente coronel de caballería José Francisco de San Martín, alférez de navío Martín Zapiola, capitán de milicias Francisco Chilavert, subteniente de infantería Antonio Arellano y el teniente de guardias walonas Barón de Holmberg.

Ya en Buenos Aires, puestos en contacto con el Venerable Maestro Julián Álvarez de la Logia Independencia, la primera actividad masónica de San Martín fue formar un triángulo conjuntamente con Alvear y Zapiola y ya para junio de 1812 el triángulo había afiliado a Guido, Murguiondo, Zufriategui, Malter, Anchoris, Monteagudo, más la casi totalidad del pasaje de la fragata George Canning, y que se denominó según las últimas investigaciones, Caballeros Racionales Nº 8 y no Lautaro, denonimación que recibiría recién en 1815, con motivo de la reorganización que inspirara San Martín. Su lema fue: unión, fuerza y virtud. Se requería ser americano y juramentarse a luchar por la independencia, según el archivo que en Montevideo llevó el señor Julián Álvarez, Venerable Maestro de la Logia Independencia y que diera sus mejores hombres a la Logia Caballeros Racionales Nº 8. Además, como expresión de su fe democrática, estos hermanos juramentados expresaban que no reconocerían por gobierno legítimo de las Américas, sino aquel que fuese voluntad de los pueblos y de trabajar por la fundación del sistema republicano.

La logia, a pesar del reducido número de sus miembros, asumió de inmediato un papel preponderante, convirtiéndose en el centro motor de los más importantes acontecimientos históricos que permitieron que el barco de la revolución tomara su rumbo inicial. Así vemos que sus integrantes, encabezados por San Martín y Alvear, Venerable Maestro de la logia, al comprobar la falta de representatividad y eficacia del primer Triunvirato, congregaron las tropas frente al Cabildo, aquel ocho de octubre de 1812, para exigir un cambio del poder ejecutivo. Es así como surge el Segundo Triunvirato, integrado por Juan José Paso, Rodríguez Peña y Álvarez Jonte, todos ellos hermanos de la orden, cuyo primer y más trascendente acto de gobierno fue convocar a la Asamblea del año 13, Asamblea de la Patria Naciente, formadora de las leyes de la libertad civil, pero que no llegó a declarar la independencia y dar una constitución.

San Martín y Alvear fueron por mucho tiempo los árbitros de la logia y ésta de los destinos de la Patria. De los 55 miembros de la logia, 3 pertenecían al poder ejecutivo, 28 de sus miembros eran representantes en la Asamblea General Constituyente, 13 eran partidarios de San Martín y 24 de Alvear.

Su objeto declarado era trabajar con sistema y plan en la independencia de la América y su felicidad, obrando con honor y procediendo con justicia. Según su constitución, cuando alguno de los hermanos fuera elegido para el Superior Gobierno de Estado, no podía tomar resoluciones graves sin consultar a la logia, no podía nombrar enviados diplomáticos, generales en jefe, gobernadores de provincia y jueces, funcionarios eclesiásticos ni jefes de cuerpos militares, ni castigar con su sola autoridad a ningún hermano. Era ley en todos los conflictos el sostener a riesgo de su vida las decisiones de la logia.

Una sorda lucha entablada por las ambiciones de Alvear, en el transcurso de 1815, lleva a la logia a un estado de disolución, pero San Martín, mientras preparaba su campaña libertadora, propugnó la reorganización de la logia, que se llamó Lautaro, no como expresión de homenaje al héroe de la obra de Ercilla, sino como expresión masónica que significa expedición a Chile. Organizada la misma, llegó a servir de enlace de los trabajos entre él y el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, también hermano de la orden.

Tal era la importan que San Martín concedía a la logia, que la estableció en todas partes adonde se dirigía, organizó las sociedades secretas en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Chile, Perú. Todas ellas denominadas Lautaro y manteniendo entre sí activa coordinación y cooperación, mientras se preparaban las fuerzas que irían sobre el Perú, para destruir el foco más poderoso de la resistencia colonial y donde también habría de fundar la Lautaro en Lima. Todas ellas con los mismos principios y constitución que la Lautaro porteña, a la que habían de someterse O’Higgins en Chile y el propio San Martín en Lima, como encargados del poder ejecutivo de estos países.

No sólo logias lautarinas fundó San Martín, también fundó la Logia del Ejército del Norte, donde Belgrano fue iniciado y que a su vez creó la Logia Argentina de Tucumán, sino también la Logia del Ejército de los Andes, con sus más dilectos compañeros de armas.

Luego del histórico abrazo de Guayaquil con Simón Bolívar, con intervención de la Logia Estrella de Guayaquil, inicia su retiro, despojándose San Martín del mando supremo en Perú, para radicarse en Brusela, donde se incorporó a la Logia La Perfecta Amistad. En honor de San Martín, esa logia mandó acuñar una medalla de plata cuyo facsímil se encuentra en la masonería argentina. Además, el Capítulo Rosacruz “Los Amigos de Bruselas” hicieron acuñar otra medalla, cuyo original se encuentra en el Museo Mitre. Estas medallas tienen la particularidad de mostrar a San Martín de perfil y son debidas a un distinguido masón, el artista europeo Henri Simons.

A tan gallarda figura de la epopeya americana, la masonería le rinde la máxima expresión de su homenaje, y en su honor, bajo la jurisdicción de la Gran Logia de la Argentina, funcionaban las logias Lautaro Nº 167 de Mendoza, Bernardo de Monteagudo Nº 414 de Paso de los Libres, Juan Martín de Pueyrredón Nº 251 de San Isidro, el Capítulo Rosacruz General San Martín, la Gran Reunión Americana y la José de San Martín Nº 384 de Lanús. Estas logias, convocadas en la celebración del VIII Encuentro de Logias Sanmartinianas, por la Logia San Martín Nº 36 de Lima, al igual que las logias San Martín de Argentina, Brasil, Chile, México, Perú y Uruguay, se han de reunir en fraternal fiesta masónica, para formar la Cadena de Unión Sanmartiniana en la que vibrará encendido el espíritu del prócer, iluminando el camino a seguir y sirviendo de inspiración de aquél que con su afán y ardua fatiga supo arrancar las palmas de la gloria.



lunes, 15 de agosto de 2011

Lord Cochrane: ¿Patriota americano o ilustre súbdito de Su Majestad Británica?



La historia oficial de Chile y Perú, y por extensión de todas las repúblicas sudamericanas, ha hecho del aquí llamado Lord Cochrane un “patriota americano”, un romántico guerrero por la causa de la libertad que ayudó a San Martín, O’Higgins, etc.

Pero ¿quién fue realmente este marino y político británico que tuvo el rarísimo honor de ser enterrado en la Abadía de Westminster?

Thomas Alexander Cochrane nació el 14 de diciembre de 1775 en Annisfield, en Lanarkshire (en el sur de Escocia). Fue educado en casa y pasó mucho tiempo de su crianza en la propiedad familiar de Culross, en Fife (en Escocia, un poco más al norte). A pesar de su nobleza, la familia tenía numerosos problemas económicos y la carrera militar era la única forma de asegurar su supervivencia. Thomas, con tan sólo 5 años, fue alistado como tripulante en la Armada Real —una práctica ilegal pero bastante extendida que aseguraba un lugar como oficial cuando no se tenían otros medios—.

Durante un breve tiempo fue cadete en la academia militar Chauvet del Ejército Real y a los 17 años, como guardiamarina, ingresó propiamente en la Armada. Combatió en las guerras de la Revolución francesa y en 1798 obtuvo el mando de un buque francés capturado. La guerra hacía estragos entre los oficiales y el joven oficial obtuvo una rápida promoción a teniente y el mando del buque H. M. S. “Speedy”.

Continuó su carrera militar pero comprendió que si quería escalar socialmente, necesitaba iniciar una carrera parlamentaria. Así fue que se presentó, y obtuvo en 1806 el escaño por Honiton (Devon, sur de Inglaterra), donde sus credenciales como joven oficial naval fueron bien apreciadas. Al año, ganó un mejor asiento: el de Westminster, para el Partido Radical (facción liberal que se entusiasmaba con los principios de la Revolución francesa).

Mantuvo su membrecía en el Parlamento por diez años, pero su radicalismo y pedidos de reforma, lo convirtieron en un marginal. En 1814 fue acusado y encontrado culpable del famoso caso de fraude en la bolsa de Londres por difundir información falsa respecto a la guerra que en ese entonces peleaba el Reino Unido contra Napoleón.

Como castigo, fue expulsado de la Cámara de los Comunes, sentencia a dos horas en el potro y un año en prisión, una multa de 1000 libras esterlinas y la privación de su rango militar y su título de caballero. A causa de su popularidad, evitó el potro, pero no la prisión. Sin embargo, escapó de ella, fue arrestado nuevamente y otra vez multado con mil libras.

Pero sus seguidores, hicieron una colecta pública con los que se pagó la multa y nuevamente lo propusieron al Parlamento. Sin embargo, sus compañeros parlamentarios lo tenían como “persona non grata” y decidió aceptar el ofrecimiento que le hacía el gobierno de Chile para sumarse a su pequeña Armada.

Estatua de T. A. Cochrane en Culross (Fife, Escocia)
Los pormenores de su actuación en el teatro de guerra del Pacífico Sur, en las costas de Chile y Perú, son bastante conocidos y pueden consultarse en cualquier “historia nacional”. También es sabido que se sumó —con muchos otros británicos— a la embrionaria Armada del Imperio del Brasil.

En todos estos años, jamás dejó de cartearse con el gobierno británico y firmar como fiel súbdito de Su Majestad. Prueba de esto es que en 1831 heredó sin problemas el título noble de su padre, convirtiéndose en el 10º Conde de Dundonald. También lo demuestra el hecho de que uno de sus hijos, Charles Stuart Cochrane, siendo capitán de navío en actividad fuese enviado en misión secreta a Colombia y Venezuela por el Almirantazgo, entre 1823 y 1825. Vale recordar que Cochrane hijo era uno de los socios de la Bolivar Mining Association, de la que hablaremos en otra oportunidad.

En 1832, regresado a Londres, Thomas Cochrane fue readmitido en la Armada Real con el título de almirante. En 1847 la reina Victoria le hizo nuevamente caballero y, al año siguiente, el gobierno lo designó Comandante en Jefe de la Estación Naval de la América del Norte y las Indias Occidentales.

En 1854, durante la Guerra de Crimea, fue pasado a retiro como contraalmirante del Reino Unido. Falleció el 31 de octubre de 1860 y recibió el muy raro honor de ser enterrado en la Abadía de Westminster, con la leyenda “ilustre en todo el mundo por su coraje, patriotismo y caballerosidad”.


viernes, 12 de agosto de 2011

Gloria y honor a los héroes de la reconquista de Buenos Aires y a Liniers mártir de la legitimidad


En la noche del 3 de agosto de 1806, parte Santiago de Liniers desde Colonia en la banda oriental del Río de la Plata y emprende el cruce río más ancho del mundo. Gracias a un oportuno tempora, “sudestada” , las cinco cañoneras británicas afectadas a la vigilancia de la costa norte del río son forzadas a alejarse. La niebla y la lluvia, por su parte, amparan a los expedicionarios. 

El 4 de agosto, con unos 1300 hombres, desembarcó Liniers en en el fondeadero del río Las Conchas en el Tigre. En Olivos desembarcan otras tropas procedentes de Colonia, como la Compañía de Granaderos Voluntarios. Pronto se les unen 300 marineros de la flotilla del Río de la Plata al mando del brigadier Juan Gutiérrez de la Concha, futuro mártir de la lealtad. 

La proclama de Liniers reza así: 

“Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra patria, acordaos, soldados, que los vínculos de la nación española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios que tendrán rubor de encarecerlos”. 

A la noche una violenta lluvia azota las posiciones de Liniers. Beresford organiza una expedición contra Liniers pero debido a la falta de caballería y las condiciones climáticas decide posponerla. Este fenómeno fue destacado en un sermón por Fray Grela, quien afirmó que se trató de una ayuda del cielo para nuestras tropas, que de esa manera pudieron avanzar con paso firme hacia Buenos Aires sin ser detenidos y encabezados por el “héroe Reconquistador”, con el apoyo de hombres, mujeres y niños, a modo de Cruzada. 

En la mañana del 5, bajo la lluvia y con inundaciones y lodo, los españoles y criollos comienzan la marcha. Se le une una tropa voluntaria de caballería al mando de Pueyrredón sobrevivientes del combate de Perdriel unos días antes. 

Finalmente, el 8, Liniers detiene la marcha en San Isidro a la espera de una mejora en el clima. Estando la expedición reconquistadora en peligro, Liniers organiza rezos del Rosario para pedir una mejora en el tiempo que permita continuar la marcha. Así también el ilustre capitán Liniers ordenó al Pbro. Letamendi que se cantara una Misa solemnísima en el altar de la Virgen del Rosario y que no se dudase de la victoria con la ayuda de la Reina del Cielo. 

El 9 amanece con mejores condiciones y Liniers ordena proseguir. Las primeras tropas “auxiliadoras” alcanzan la Chacarita de los Colegiales ese mismo día.


Mientras tanto, el Cabildo de Buenos Aires prepara hombres y armamentos que hace llegar al francés. Muchos pechos de los voluntarios lucían el santo escapulario, lo que hizo exclamar a Beresford que deseaba avistarse con la gente del escapulario. Asimismo, el Ejército Custodio de la Fe y de la Patria portaba reciamente el estandarte de la cofradía del Santísimo Sacramento. 

El 10 Liniers llega a los Corrales de Miserere. Beresford piensa retirarse a través del Riachuelo hacia Barragán para reembarcarse pero no le dan los tiempos para una evacuación. En la tarde de ese mismo día 10, el capitán Hilarión de la Quintana, emisario de Liniers, presenta a los británicos una intimación de rendición que Beresford rechaza por razones de honor. Los británicos se concentran y atrincheran en torno a la Plaza Mayor. Liniers se desplaza en una marcha de flanco sobre el Retiro. En el camino de las fuerzas reconquistadoras se suman hombres ya en forma masiva y entusiasta. 

En la madrugada del 11 Liniers alcanza el Retiro con 1936 hombres, 6 cañones y 2 obuses. El líder de la Reconquista marchaba a la cabeza de las tropas y no parecía vulnerable a las balas enemigas. 

Dijo el deán Funes, el mismo que lo traicionaría a él y al Rey unos pocos años después: 

“¿Deseáis otros convencimientos del favor particular de esta Señora? Acercaos, pues, a su devoto General, y los muertos que caen a su lado como sus vestidos pasados de balazos os harán ver, o que el plomo respetaba su persona, o que sólo se acercaba para dejarnos señales de una vida que el cielo protegía”. 

La ciudad estalla en rebelión abierta. Desde las azoteas y balcones se dispara sobre los británicos. Estos intentan evacuar el Retiro y dirigirse hacia la Plaza Mayor, pero son derrotados. El almirante Popham baja a tierra, se entrevista con el general Beresford y  juntos deciden emprender esa misma noche la retirada.

Ese mismo día, Juan Martín de Pueyrredón, con un grupo de soldados criollos entre los cuales se encontraba Martín Miguel de Güemes, se apoderó del barco británico H.M.S. Justine, que había quedado varado en la playa frente a Buenos Aires. ¡Tanto heroísmo en quienes unos pocos años después se unirían a este mismo enemigo contra su Rey legítimo!

Después de desalojar a los ingleses de sus posiciones en la Plaza del Retiro, el 12 de agosto Liniers marchó hacia el Fuerte donde se hallaba acantonado el general Beresford con casi todas sus fuerzas de infantería. 

Por las calles avanzan las distintas unidades de los reconquistadores. La Companía de Granaderos del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires, con 94 soldados, 1 teniente y 1 subteniente, al mando del capitán Juan Ignacion Gómez, compone la principal fuerza, avanzando por la calle Florida, la del Correo (actual Perú), luego San Francisco (Moreno), hasta llegar a la calle de la Merced (Defensa). 

A las 10 de la mañana, Liniers instala su cuartel general en el atrio de la iglesia de la Merced e inicia el ataque final. Soldados y pueblo atacan en aniquilación a los británicos refugiados en la Recova que cruza la Plaza. Tras la muerte del capitán George W. Kennet, Beresford ordena la retirada hacia el Fuerte y pide parlamento. 

Escoltado por Quintana, Beresford se reúne con Liniers, quien lo felicita por la resistencia y le comunica que sus tropas deberán abandonar el Fuerte y depositar sus armas al pie de la galería del Cabildo. 

A las 15 el Regimiento 71 desfila por última vez en la Plaza Mayor de Buenos Aires y los soldados escoceses dejan sus fusiles. Con 1600 prisioneros, 36 cañones, 4 morteros y 4 obuses, además de hacer entrega de la bandera del célebre 71 escocés. 

Mientras tanto y traicioneramente, Popham ataca la batería de Ensenada y la inutiliza, luego parte hacia Montevideo para reunirse con el resto de la flota. 

Los británicos habían perdido 48 muertos (incluyendo oficiales), 107 heridos y 10 perdidos. Pero dejaron prisioneros y, lo que es peor, dejaron ideas que pocos años después llevarán a la traición y al perjurio. Y al asesinato de los pocos incorruptibles, leales y fieles. Pero eso es otra historia.




jueves, 11 de agosto de 2011

Vicente Benavídez: Vida de un aventurero realista criollo


Vicente Benavídez (o Benavides, 1777-1822), nació en Quirihue, unos 70 km al NO de Chillán y unos 80 al NE de Concepción. 

Fue funcionario del Real Estanco de Tabacos y, en 1810, ante los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la Península Ibérica, se enroló en el Regimiento de Granaderos de Chile. Al año siguiente, creyendo aún en la sinceridad de la causa "patriota", se presenta voluntario en la División Auxiliar que, al mendo del coronel Alcázar, fue enviada a Buenos Aires. 

En 1813 lo vemos en Concepción como sargento de los Húsares de la Gran Guardia, comandados por José Miguel Carrera. Pero ante lo evidente de la deriva de la Revolución, deserta de las filas "patriotas" y se decide a luchar en el bando realista fiel al Rey legítimo.

Durante la batalla de Membrillar, el 20 de marzo de 1814, es capturado. Al sur de Linares, durante un incendio que la propaganda revolucionaria le atribuirá, logra escapar. Se enrola en las fuerzas realistas y es designado como sargento en el Batallón de Infantería Ligera de Concepción.

Participa del sitio de Rancagua, del 1º al 2 de octubre del '14, y se destaca con honores. Por este motivo y su fidelidad sin tacha, es ascendido a subteniente. Como oficial de los Ejércitos del Rey, continúa su vida en Concepción y, en el verano del '17, desposa a Teresa Ferrer y Santiváñez, de una aristocrática familia local.

Pero tras la derrota de Chacabuco, se evacúa con su familia y los demás fidelistas a la plaza de Talcahuano. Los reveses que sufren las fuerzas leales lo convencen de internarse en la Frontera. A fin de ese año 1817, pasa finalmente a la Frontera y es bien recibido por los araucanos que, con razón, sospechan que los "patriotas" incumplirán los tratados que las naciones indias habían hecho con el Rey católico.

La guerra de guerrillas en el sur de Chile es muy violenta. Los insurgentes matan familias enteras de mapuches y éstos no se quedan atrás en sus represalias. Benavídez logra notables éxitos con sus partidas de realistas, criollos, españoles e indios, y es ascendido a capitán por el Virrey del Perú.

"Batalla de Maipú", cuadro de Mauricio Rugendas
Participa en la batalla de Maipú, el 5 de abril del '18, y es capturado junto a su querido hermano Timoteo. Son sentenciados a muerte y ejecutados. Vicente sobrevive de manera casi milagrosa y, protegido por los hombres sencillos y su familia, vive oculto durante un tiempo en la propia Santiago.

Descubierto, es llevado ante el general insurgente José de San Martín quien lo indulta a cambio de actuar en el bando "patriota". Estaba teniendo lugar una nueva evacuación de Concepción y las familias realistas partían hacia Los Angeles. Balcarce dirige la Segunda Campaña al Sur de Chile y ataca a los desprotegidos realistas durante la travesía. Benavídez se destaca al frente de una columna insurgente en la toma de la Isla de la Laja. 

Pero, cerca de la Frontera, cuando se dirigía a atacar al coronel realista Sánchez, razona que los juramentos dados bajo presión y amenaza de muerte son inválidos. Regresa al bando fiel al Rey y ayuda a Sánchez en su pase a Valdivia. Este lo deja al mando de todas las tropas realistas en la Frontera.

Al enterarse de la "traición" de Benavídez, los "patriotas" santiaguinos declaran la Guerra a Muerte contra las montoneras realistas y sus aliados mapuches y pehuenches. Si acaso era posible, los revolucionarios en su desesperación convierten la guerra en la Frontera en algo brutal. Pero el apoyo popular a la causa del Rey no cesa.

El virrey del Perú reconoce a Benavídez y lo nombra teniente coronel. En mayo de 1820, las montoneras realistas atacan Talcahuano con éxito y saquean la ciudad. El 2 de octubre de ese año llegan a tomar Concepción; sin duda con gran apoyo local. 

Pero la suerte de un combate desigual, sin aprovisionamiento ni apoyo material de ningún tipo, cambia. En las Vegas de Talcahuano y, poco después, en la Alameda de Concepción, el jefe revolucionario Freire los derrota. Y, desde Chillán, en 1821, el coronel "patriota" Prieto da inicio a una nueva campaña para conquistar el sur chileno. 

Benavídez es expulsado hacia el Arauco, aunque continúa la guerra de guerrillas contra el gobierno de Santiago. En un hecho confuso, capturan en la costa el bergantín Ocean que llevaba refuerzos al Perú.

Finalmente, en la jornada del 9 al 10 de octubre del '21, los sobrevivientes de las montoneras de Benavídez son sorprendidos en las Vegas de Saldías y aniquilados perseguidos como criminales, ellos y sus familias. Don Vicente es convencido de escapar al Perú para encabezar la resistencia del realismo chileno desde allí. Se embarca en una barcaza, pero es capturado en Topocalma, cuando habían hecho tierra para aprovisionarse.

Tras ser torturados, Benavídez y sus compañeros son conducidos a Santiago, donde llegan el 13 de febrero de 1822. Son sometidos al escarnio público y a toda clase de humillaciones. El 23 de febrero de ese año es ahorcado en la Plaza de Armas. Su cuerpo es mutilado: la cabeza, las manos y las piernas son enviadas a las ciudades del sur chileno como ejemplo de lo que sucedería a quienes no sostuvieran la causa de la Revolución. Sus restos fueron incinerados en el Llano de Portales. En la locura satánica de los "patriotas", a este valiente soldado realista se le negaría hasta una cristiana sepultura.