La historia oficial de las repúblicas hispanoamericanas suele referirse a las fuerzas realistas como “españoles”, dando a entender que eran nacidos en la Península, en Europa. Tampoco el revisionismo de corte nacionalista o marxista se ha preocupado demasiado en aclarar la falsedad de tal afirmación.
El hecho es que los ejércitos realistas fueron, en general, improvisados sobre la base de unidades de nueva creación y otras (las menos) recicladas del período prerrevolucionario o “colonial”, puesto que los ejércitos virreinales (en su mayoría) se vieron desintegrados, cuando no se pasaron en bloque a los insurgentes. Pero también se sumaron a las tropas realistas numerosos criollos que reaccionaron en defensa de los legítimos derechos del Rey frente al estallido de la Revolución. No fue menor tampoco el influjo de revolucionarios arrepentidos o desengañados a lo largo de los años luego de que la Revolución fuera mostrando, de a poco, sus verdaderas intenciones subversivas y rupturistas de la tradición católica.
Finalmente, debemos también mencionar algunas unidades llegadas desde la Península en expediciones adhoc, pero que —en su mayoría— debieron ir completando su nómina con americanos (entre un 30% y 50%, según los casos).
Se calcula que para 1820, cuando la Revolución llevaba ya diez años, el número de peninsulares en América no llegaba a los 10.000 hombres —la mayoría de los cuales se encontraban en Cuba—. Ya desde el año ’17, los oficiales leales no recibían refuerzos europeos. Tanto fue así que, en 1824, en la batalla de Ayacucho, tan sólo habrá 500 peninsulares entre los realistas.
De hecho, según se ha estudiado, las tropas insurgentes y leales tenían, en general, la misma proporción de oficiales peninsulares y americanos (criollos). Y en cuando a la tropa, sabemos que los indígenas fueron en su mayoría leales al Rey.
Los indios
En el Alto Perú, en el bando realista, combatieron indios en el Regimiento de Nobles Patricios del Cusco, en los numerosos escuadrones de caballería aymara, los Regimientos de Chumbivilcas, el Regimiento Quechua de Paruro o el Regimiento de Línea del Cusco. Lo cual, comparado con las tan cacareadas (como inferiores) guerrillas “patrióticas” de Juana Azurduy y su esposo Manuel Ascencio Padilla, nos puede dar una idea de la desproporción en las lealtades.
Al mismo tiempo, tenemos en Chile a los caciques araucanos ofreciendo sus servicios al general realista Pareja en Talcahuano en 1812 para combatir a los “señoritos” de Santiago. Y lo hicieron muy bien, a pesar de la ferocidad desmedida de los “patriotas”, violando todo tipo de derechos humanos…
En la misma Nueva España, donde la Revolución se vistió de ropajes indigenistas desde un primer momento, el apoyo de los indios al régimen virreinal fue importantísimo, conformándose un nutrido Cuerpo Patriótico de Voluntarios de Fernando VII en la capital mejicana y resistiendo a los insurgentes las principales gobernaciones indígenas.
En territorio argentino, la cosa no fue muy distinta.
En la Puna los indígenas se mantuvieron neutrales, aunque colaborando con mejor predisposición con los realistas. Por lo menos hasta que, en 1814, el Marqués de Tojo fuese “llamado” a Buenos Aires y, en extrañas circunstancias, a su regreso un año después, ayudara a Güemes sublevando Yavi, Humahuaca, Tarija, etc. Pero apenas tomado prisionero en noviembre del ’16, la situación cambia por completo: la Puna se tranquiliza y el cuartel general realista queda fijado en Humahuaca (punto de mayor concentración indígena en toda la Argentina en el 1800).
¿Por qué este cambio tan rápido en las lealtades de los indios? En primer lugar porque los indios del “Marquesado” (una de las poquísimas encomiendas que seguían en pie para el siglo XIX), consideraban al Marqués como su señor natural, y era lógico que lo siguieran en sus aventuras. Pero, además, porque aún en ese breve período de tiempo en que el Marqués peleó con los patriotas, no llegó a dominar en Yavi, coexistiendo una partida guerrillera realista encabezada por el cura local, teniente coronel doctor Zerda —cuyos efectivos crecían a la vez que se esfumaban los del Marqués, según se quejaba por carta a Güemes—.
Los injustamente olvidados guerrilleros Angélicos (leales) de Zerda dieron dura lucha a los Infernales (subversivos) de Güemes, saliendo en ayuda de las tropas regulares realistas que operaban sobre Jujuy, Salta y Tucumán.
Incluso, algunos investigadores actuales, sostienen que el resentimiento generado entre los indios frente a las clases enriquecidas con las guerras de la independencia en Jujuy y Salta explica los buenos ojos con que aquéllos miraron a las tropas de la Confederación Peruano-Boliviana durante la guerra del ’37 al ’39, que sólo terminó realmente con la caída del mariscal Santa Cruz, acosado por la aristocracia limeña y derrotado por Chile —sin lo cual, tal vez el Noroeste Argentino hoy sería parte de Bolivia—.
Los negros
El Dr. Corsi Otálora ha estudiado exhaustivamente la situación de Venezuela y Nueva Granada, donde definitivamente los negros apoyaron masivamente la causa del Rey. No entraremos, por lo tanto, en ese análisis, remitiendo al libro ¡Viva el Rei! Los negros en la Independencia, patrocinado por la Fundación Elías de Tejada y editado por Nueva Hispanidad.
Para el resto de América, donde la presencia de negros no era tan alta como aquí, la situación no ha sido estudiada en conjunto.
Se ha probado la organización de las milicias realistas en “castas”, como el famoso Batallón de Pardos de Arica o el Escuadrón de Dragones de Tinta. También sabemos que los negros de Chincha serían los preferidos para las unidades costeras. Sin embargo, tras las primeras bajas y ante la necesidad de cubrir la nómina de las distintas unidades, el sistema fue evolucionando hacia cuerpos amalgamados, compuestos en su mayoría de mestizos.
Según la historiografía liberal clásica, en los territorios donde triunfó la Revolución, los “patriotas” liberaron esclavos… Pero lo hicieron a cambio de prestar servicio gratuito en los ejércitos insurgentes, ya sea como combatientes como —en muchos casos— servidumbre de éstos. Un cambio de amo, en todo caso. Y no todos los negros “patriotas” lo eran voluntariamente; ya que un buen número de ellos eran esclavos “comprados” a sus dueños o aportados por éstos. Tanto fue así que, de los poco más de 4000 efectivos con los que San Martín invadió Perú desde Chile, casi la mitad eran negros, y sólo la mitad eran libertos.
Por otro lado, sabemos también que el contingente realista de los hermanos José y Vicente Angulo, que operó desde Cuzco, contaba con un nutrido grupo de indios y negros voluntarios. Lamentablemente el caudillismo paternalista que se fue imponiendo desde el estallido revolucionario, hizo que éstos siguieran a los hermanos cuando éstos, deslumbrados por el liberalismo ibérico, terminaran pasándose al bando “patriota”. Y es muy posible que lo mismo haya sucedido en otras regiones.
Luego es muy difícil hacer distingos cuando tenemos los casos donde la población negra era mayoritariamente urbana y donde, para el siglo XIX, su integración social, aún salvando distancias culturales, era importante (como ejemplo, el cordobés Juan Bautista Bustos, hijo de mulata y que llegaría a gobernador de la Provincia).
Caso distinto es el de la Nueva España, donde en las tropas realistas combatieron unidades de negros antillanos, principalmente cubanos.
Recapitulando
Como puede apreciarse, la Revolución hispanoamericana no se trató de una guerra de liberación ni de una guerra nacional contra “los españoles”, sino de una guerra civil entre los seguidores del trilema revolucionario Libertad-Igualdad-Fraternidad frente a los leales al trilema tradicional Dios-Patria-Rey.
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