Ya nos hemos referido al papel primordial que en la difusión de los principios revolucionarios tuvieron los clérigos. Pero volveremos a repetirlo todas las veces que haga falta para derribar el mito de la "revolución católica" en que tanto se empeñan los nacionalismos-católicos americanos.
Como hemos dicho, no son éstas lecturas de tipo racionalizadas luego de ocurridos los hechos, sino que ya, en su tiempo, los protagonistas pensaron efectivamente que eran los frailes y sacerdotes los principales agentes de la propaganda revolucionaria en medio de un pueblo católico pero poco instruido. En el artículo citado más arriba, copiábamos como epígrafes, dos expresiones que confirman nuestro aserto: "el triunfo o derrota de la Guerra de la Independencia se deberá a lo que hicieron los sacerdotes" (el general realista Goyeneche) y "el triunfo se debe a los curas que siempre han estado de nuestra parte" (el jefe revolucionario Castelli en comunicación a la Junta de Buenos Aires; sí, el mismo que protagonizó misas negras y blasfemias en el Alto Perú). Y, de un tiempo posterior, es la afirmación del realista Pezuela, luego de Vilcapugio: "el espíritu revolucionario se ha formado principalmente por los perniciosos ejemplos e influjos del clero de esta parte de América".
Para entender el grado de corrupción doctrinal de estos clérigos revolucionarios nada mejor que el siguiente texto:
“El derecho que yo promuevo no es el de los incas, dueños naturales del país: sus cenizas, sí, deben sernos respetables, y su desgraciada suerte armarnos siempre contra la tiranía y el despotismo. La causa que yo defiendo es la de todos los hombres: aquellos derechos, digo, imprescindibles e inalienables que a nadie le es permitido renunciar. Hacía mucho tiempo que hollados éstos por el gobierno español, debía la América haber pegado un grito que… despertase a todos de su letargo.”
-- Pbro. Miguel Calixto del Corro, “Oración patriótica… en la iglesia catedral de Córdoba” del 25/V/1813.
Son claramente los principios de la Revolución Francesa, aunque se lo quiera disfrazar de Suárez, Vitoria o la escuela de Salamanca.
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