Las Bruscas fue el principal campo de detención de prisioneros «realistas» (españoles) en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Establecido en 1817 cerca de la actual ciudad de Dolores (provincia de Buenos Aires), llegó a albergar a cerca de mil soldados y oficiales, capturados fundamentalmente en la campaña de liberación de Chile y en la Banda Oriental tras la caída de Montevideo.
La posibilidad de liberar a los prisioneros fue tenida en cuenta en los principales proyectos españoles de reconquista del Río de la Plata, debido al refuerzo significativo y al conocimiento del territorio que podía aportar.
Tras los conflictos civiles de 1820 y las subsecuentes invasiones de tribus indígenas del siguiente año, el campo o "depósito" de prisioneros dejó de existir.
Entre abril y mayo de 1817 el Cabildo de Buenos Aires designó como "Comandante Militar y Juez Político de las Islas del Tordillo", al capitán de milicias de la Caballería Cívica Pedro Antonio Paz y decidió la creación de una capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores y un nuevo curato con el presbítero Francisco de Paula Robles como titular. Se aprovecharía también para construir un campo de concentración para los prisioneros de guerra españoles, que estuviera alejado tanto de las fronteras externas (expuestas a las acciones de guerra con España), como de Buenos Aires, Córdoba o el litoral (expuestas a la guerra civil).
El capitán Ramón Lara estableció el campo de detención o «depósito» junto a la laguna Santa Elena. [Cerca de la actual Ruta 63, a 5 km al noreste de la ciudad de Dolores.] El establecimiento que pronto se lo conoció también como "las Bruscas" por abundar en ese campo la brusca o «brusquilla», arbusto duro y con espinas, concentró al escuadrón de blandengues que el capitán Lara debía estacionar en Kaquel, que permaneció como puesto de estancia con un destacamento.
Paz, Robles y Lara se reunieron en la estancia de Domingo de Lamadrid en Monsalvo y el 21 de agosto de 1817 acordaron la fundación del nuevo pueblo más al norte del sitio previsto originalmente, Kakel Huincul, en unas lomas ubicadas entre la estancia Dos Talas de Julián Martínez de Carmona y la de Miguel González de Salomón, cerca del depósito.[La documentación no acredita la existencia efectiva del pueblo de Dolores en 1817, sólo hay oficios de ese año en el Archivo General de la Nación que hacen referencia al pueblo Santa Elena o Las Bruscas]
El 26 de noviembre de 1817, el gobierno acordó que la población y depósito de prisioneros españoles conocido por las Bruscas, se denominase Santa Elena. [Miguel Navarro Viola y Vicente Gregorio Quesada: Revista de Buenos Aires.] Era un fortín hecho de palos «a pique» con paredes de tierra apisonada, y las construcciones eran de barro y paja. Cada prisionero tenía que levantar su rancho al llegar.
Mapa del campo de concentración de Las Bruscas del 1 de enero de 1819. Tomado del libro La Villa de Dolores y el Banco de la Provincia de Buenos Aires, reproducido en Wikipedia. Pinchar para agrandar. |
En 1816 Juan Pablo Pérez Bulnes [Hermano del diputado por Córdoba al Congreso de Tucumán Eduardo Pérez Bulnes, su suegro era Ambrosio Funes, hermano del Deán Gregorio Funes] inició en Córdoba un levantamiento con el objeto de alinearse con la liga de Gervasio Artigas. En su intento de controlar la ciudad y avanzar posteriormente sobre la Provincia de Santa Fe, Bulnes liberó a los prisioneros realistas confinados en su territorio y los sumó a su ejército. Reprimido el movimiento, el gobierno resolvió trasladar a 300 prisioneros involucrados a la Guardia de Luján y de allí, junto a otros ya concentrados, a Las Bruscas de Chascomús. [Maricel García de Flöel: La oposición española a la revolución por la independencia en el Río de la Plata entre 1810 y 1820: Parámetros políticos y jurídicos para la suerte de los españoles europeos, pág. 78.]
El 11 de junio de 1817 salieron los prisioneros de la Guardia de Luján y en septiembre ya estaban en Las Bruscas. [Historia Argentina, Clasa, 1981] A mediados del invierno el campo de concentración tenía más de 500 hombres, al haberse sumado algunos prisioneros de la batalla de Chacabuco. El futuro general Guillermo Miller confirma el número a fines de octubre de ese año cuando visita el puesto: «El depósito principal de los prisioneros de guerra estaba en Las Bruscas, distante tres leguas de Los dos Talos, en donde existían quinientos oficiales y sargentos». Para 1818 ya se encontraban allí más de 1000 prisioneros. [M. García de Flöel: La oposición española..., pág. 199.]
En zona de frontera y con recursos escasos en momentos que la nación dirigía todos los disponibles a la guerra externa y a la civil, la voluntad y posibilidad de destinarlos a mejorar la calidad de vida de prisioneros realistas españoles o criollos «empecinados». [Muchos prisioneros criollos, especialmente de tropa, solían incorporarse al ejército vencedor, aunque muchas veces sólo para poder desertar más adelante. El hecho de que hubiera soldados prisioneros es indicador de que o bien eran europeos como los que encontró Miller, o se negaron a sumarse a las fuerzas revolucionarias.]
Así, las condiciones de los prisioneros no eran las mejores. Si bien el comentario pertenece a un medio absolutamente tendencioso, refleja parte de la opinión de la época:
La humanidad se estremece al recordar los padecimientos de nuestros hermanos en Las Bruscas. Allí están aquellos desdichados mil veces peor que los cautivos cristianos en las regencias berberiscas: con cualquier motivo se les encierra, se les carga de hierro, y se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro.
[El Censor, periódico político y literario, Madrid, 1821, tomo XIII, página 90.]
Sin llegar a esos extremos, los memoriales redactados alrededor de 1818 y enviados a la corona en 1820 por algunos prisioneros de Las Bruscas como el Breve resumen de los padecimientos de los oficiales realistas prisioneros bajo el gobierno subversivo de Buenos Aires de Juan Ángel Michelena [Tras conseguir ser derivado a un hospital en Buenos Aires, fugó en 1820 a Colonia del Sacramento, de donde pasó a Río de Janeiro e informó al ministro español Casa Flóres. En Europa, a diferencia de la mayoría de los oficiales americanos se sumó al bando absolutista y participó de la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis.], el teniente coronel Ambrosio del Gallo [Comandante del Batallón de América, capturado tras la caída de Montevideo y enviado al presidio por sorteo a raíz de la fuga de otros prisioneros (Biblioteca de Mayo, pág. 3464)] y Antonio Fernández Villamil [Comandante del Regimiento Provincial de Caballería de Montevideo, agregado a la artillería con motivo del sitio, capturado tras la caída de la ciudad], critican las condiciones de confinamiento. Cuando Thomas Cochrane reclamó al Virrey del Perú Joaquín de la Pezuela por las condiciones en que el general José de San Martín había encontrado a los prisioneros chilenos y argentinos cautivos en la isla de San Lorenzo, el Virrey le respondió citando como equivalente el maltrato de los prisioneros en La Bruscas. [San Martín se apoderó de la isla de San Lorenzo para destruir el puesto de señales allí levantado por los realistas. Rescató veinticinco prisioneros que encontró en la mas deplorable miseria y efectuando trabajos forzados cargados con grillos (Claudio Gay: Historia física y política de Chile según documentos adquiridos en esta república durante doce años de residencia en ella y publicada bajo los auspicios del Supremo Gobierno).]
Las condiciones que encontró Miller, un visitante imparcial, no sólo por su origen, sino porque él mismo se compadece de la situación de los prisioneros, no es peor que las sufridas por las tropas de frontera y los gauchos en general. El oficial realista fugado E. M. Anaya desde Río de Janeiro informa a sus superiores que «los soldados andan descalzos y sólo tienen ración de carne».
Muchos oficiales conocidos pasaron por Las Bruscas. A los citados Michelena, Gallo, Fernández de Villamil y E.M. Anaya, puede agregarse el teniente coronel de artillería Fernando Cacho [Tras la derrota realista en la batalla de Chacabuco en febrero de 1817, fue confinado en Las Bruscas, de donde consiguió fugar en compañía del entonces cadete don Ramón Castilla. Pasó a Montevideo y se trasladó a Brasil, de allí al Alto Perú y por Arequipa a Lima. El virrey Joaquín de la Pezuela le encargó la investigación de una conspiración a resultas de la cual el 26 de marzo de 1820 fueron presos José de la Riva Agüero, el padre Segundo Antonio Carrión de San Felipe Neri, los diputados Joaquín Mansilla, José Pezet, Félix Devoti entre otros, quienes finalmente recuperaron su libertad por falta de pruebas. En 1821 fue nombrado Subinspector de artillería, en 1823 fue ascendido a Brigadier y en la batalla de Ayacucho participó como Comandante general de la artillería. Después de la capitulación, se retiró a España donde aún vivía en 1851.], el entonces cadete Ramón Castilla y Marquesado [A los veinte años, como oficial de escolta del Brigadier Casimiro Marcó del Pont, cayó prisionero con él tras Chacabuco el 12 de febrero de 1817 en la hacienda "Las Tablas" cercana a El Quisco. Tras su fuga con el coronel Fernando Cacho pasó a Montevideo y a Río de Janeiro desde donde tras cinco meses de marcha a través del Mato Grosso y Beni llegó a Arequipa el 17 de agosto de 1818. Tras pasarse al ejército del General San Martín en agosto de 1821, fue incorporado como alférez al Regimiento de Caballería "Húsares de la Legión Peruana ", al mando del Coronel Federico Brandsen. Castilla llegaría a presidente de su nación en dos ocasiones, en los años 1845 a 1851 y 1855 a 1862, y al grado de Gran Mariscal del Perú], el teniente coronel de caballería Antonio Seoane [En Perú desde mayo de 1816, Antonio Seoane integró la logia realista "La paz americana del sud", dirigida por el Mariscal de Campo Jerónimo Valdéz, junto a Tomás de Iriarte entre otros. Participó de la entrada del general Pedro Antonio Olañeta de 1816 al norte argentino donde tras vencer al comandante general de vanguardia José María Pérez de Urdininea ocupó Humahuaca. En la entrada de Olañeta y el comandante Buenaventura Centeno de principios de 1817, Seoane, segundo de Centeno, recibió orden de adelantarse. El 3 de abril, en el paraje de Volcán, fue vencido y tomado prisionero por el comandante patriota capitán Alejandro Burela. Tras la fuga, y previo paso por Río de Janeiro, arribó al Callao en octubre de 1818. Participó de la sangrienta campaña del brigadier Mariano Ricafort Palacín y Abarca, del saqueo e incendio de Cangallo y la acción de Huancayo. Luego tuvo participación destacada en la deposición del Virrey Pezuela y fue comisionado por José de la Serna para justificar en España (en pleno Trienio Liberal) la medida y solicitar apoyo militar. En España participó de los conflictos civiles que sobrevendrían. Apoyó la causa de Isabel II de España en la Primera Guerra Carlista, fue capitán general de Madrid en 1836, capitán de guardias de la real persona, como Mariscal de Campo capitán general del ejército y reino de Galicia en 1838, Capitán General de Valencia en 1840 y testigo en esa ciudad de la renuncia de María Cristina de Borbón a la regencia de su hija, Isabel II de España, y su reemplazo por el general Baldomero Espartero, capitán general del segundo distrito y general en jefe del ejército de Cataluña en 1842. Fiel a Espartero cayó con él en 1843 tras la batalla de Torrejón de Ardoz.], el teniente coronel Andrés de Santa Cruz [Cayó prisionero del general Gregorio Araoz de Lamadrid el 15 de abril de 1817 en la Batalla de la Tablada de Tolomosa. Estuvo prisionero en Tucumán y luego fue trasladado a Las Bruscas. Fugó en un barco inglés a Río de Janeiro y volvió a Perú, donde tras caer nuevamente prisionero en 1820 en la Batalla de Cerro de Pasco, se pasó al ejército de San Martín. Actuó como jefe de estado mayor en la Batalla de Pichincha. Ascendió a Mariscal y gobernó Perú entre 1826 y 1827, Bolivia entre 1829 y 1836, y la Confederación Perú-Boliviana entre ese año y 1839.], etc.
Muchos de los prisioneros, especialmente de tropa, eran destinados a trabajos en las estancias de la zona: «...a los soldados les permitían colocarse de criados en las casas ó de peones en los establos de los caballos». [Guillermo Miller: Memorias del general Miller. Buenos Aires: Emecé, 1997] «Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían». [Faustino Ansay: Relación de los acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810. Buenos Aires, 1960]
O incluso de pueblos más alejados: «Muchos de ellos sin embargo, estaban destinados con fines de trabajo a distintos lugares de la provincia de Buenos Aires, como Chascomús, Luján, etc.».[Academia Nacional de la Historia (Argentina), Congreso Internacional de Historia de América, 1966, página 130]
También la capilla del nuevo pueblo aprovechó el trabajo de los prisioneros: «Con respecto a la construcción de la primera capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, se habría producido a mediados de 1818, desprendiéndose esta hipótesis de una nota del secretario de Estado, Matías de Irigoyen, que con fecha 3 de junio ordena franquear doce prisioneros del depósito Santa Elena al presbítero Francisco Robles, cura del nuevo pueblo de Dolores, para construir la capilla». [Pirali, Historia.]
En Las Dos Talas (a 3 leguas de Las Bruscas) había una estancia, una pulpería y «tres cobertizos ocupados por treinta y ocho oficiales Españoles hechos prisioneros de guerra en Montevideo, en el año 1814» que cumplían trabajos en el lugar, contando con guardia permanente. [Miller, op. cit.]
En estos casos el trabajo por forzado no era desdeñable. Mejoraba un tanto las condiciones de hacinamiento, mala alimentación y hastío del centro de detención. En otros casos, el trabajo forzado era dispuesto como represalia y quienes lo sufrían eran enviados encadenados a la ciudad.
En 1817 el gobierno exigió a los españoles pudientes de Buenos Aires que contribuyeran al mantenimiento de los prisioneros de Las Bruscas. [M. García de Flöel: La oposición española..., pág. 185.]
Por otra parte los hacendados de la zona aportaban ganados de manera más o menos voluntaria. El hacendado Manuel Martín de la Calleja, por ejemplo, debió entregar 900 reses anuales para la alimentación de los prisioneros y los blandengues.
Kaquel Huincul permaneció como puesto de estancia donde se reunían los rodeos de ganados donados o expropiados. El puesto fue así conocido como Estancia del Estado, Estancia Kakel e incluso Fortín Kakel, más que por tratarse de un fortín en regla por encontrarse en el puesto principal el Capitán Lara con sus hombres reclutando los futuros blandengues. [Alfredo Pedrós: Guardia de Caquelguincul.]
La carne era la base de su alimentación: «El gobierno de Buenos Aires tenía a aquellos oficiales desgraciados sujetos a la simple ración de carne y sal. La poca caza que cogían era un extraordinario de lujo; y el conseguir una taza de leche un acto raro de caridad». [Miller, op. cit.]
Respecto de la caza, los prisioneros solían tener algunas bolas y lazos, aunque los usaban pocas veces, porque solo en algunas ocasiones les concedían el permiso de que uno o dos a la vez montasen a caballo; este favor dependía enteramente del oficial de la guardia, el cual perteneciendo a la milicia de los gauchos, creía que una indulgencia de esta especie era una falta que cometía. [Miller, op. cit.] Es interesante el uso de boleadoras para la caza a caballo por oficiales que eran españoles nativos, por revelar el nivel de adaptación a las costumbres del gaucho y el consiguiente aprendizaje y práctica y la relación que implicaba con sus guardias y peonada.
Si bien los datos hacen a prisioneros de Las Bruscas que cumplían trabajos bajo guardia en estancias vecinas, las condiciones eran similares, y no muy diferentes por otro lado a la de cualquier habitante de un rancho en la campaña. Los prisioneros vivían en ranchos de barro o adobe y techos de paja que ellos mismos debían construir. Usaban camas de palos cruzados que fijaban por uno de sus lados a la pared de barro y por el otro con otros palos clavados en el suelo, con mantas de paño tosco. Rara vez tenían ventanas y cuando las tenían eran un pequeño agujero sin ventana o en el mejor de los casos con un saco viejo a manera de cortina. Por todo mueble podían tener un banquillo cubierto de un andrajo de lana, o un asiento improvisado con un tablón apoyado sobre los cuernos de dos cráneos de toro. [Miller, op. cit.]
Al menos al alcance de los oficiales estaba el tener algunos utensilios domésticos: tenedores, cuchillos y cucharas de asta, cafeteras, sartén, banqueta que servía de asador, parrillas, fuente de barro, tazas y platos. [Miller, op. cit.]
Los prisioneros se dejaban en general crecer la barba. Se excusaban en razón de que «el jabón artículo demasiado costoso para que pudieran comprarlo», lo cual indica que contaban con algún dinero y la posibilidad de gastarlos.
Las tropas utilizadas en Las Bruscas y en Kakel Huinkul consistieron fundamentalmente en Blandengues. Estos eran milicianos que custodiaban las fronteras con el indio desde los tiempos virreinales.[El cuerpo fue disuelto en 1820 por problemas de disciplina entre otras razones y sus hombres reagrupados en dos regimientos de Húsares organizados durante el gobierno de Martín Rodríguez. En 1822 el cuerpo fue recreado (Julio César Ruiz: Blandengues, bonaerenses, fundadores y pobladores).]
Las tropas no siempre tenían particular entusiasmo por el servicio.
Ya la Primera Junta en 1810 había dispuesto la leva de todos los "vagos" sin ocupación conocida, desde la edad de 18 a 40 años. El 30 de agosto de 1815, el gobernador intendente Manuel Luis Oliden establecía que:
Todos los pobladores de la campaña sin propiedad legítima, deben ser considerados de la clase de sirvientes... deben estar munidos de una papeleta, firmada por el estanciero para quien se trabaja y por el Juez de Paz, debiéndola renovar cada seis meses...quien transite con la papeleta vencida será reputado de vago y condenado a servir en el ejército.
Decreto del 30 de agosto de 1815, en Historia de Dolores. [Las levas sucesivas afectaron crecientemente a la población rural y se ha estimado que pueden haber abarcado a un 10% de los varones solteros, es decir a uno de cada seis adultos (Juan C. Garavaglia: Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860, Anuario IEHS N.º 18, 2003, página 163).]
En determinados momentos se utilizaron tropas del batallón de infantería de Cazadores, integrado por negros libertos o esclavos cedidos por sus dueños y que obtendrían la libertad luego de ocho años de servicio. Estas tropas operaron fundamentalmente en Tordillo, Tandil, Bahía Blanca y Carmen de Patagones. [Analía Correa: Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.] En Las Bruscas no tuvieron buen desempeño para el control de los prisioneros. [Norberto Ras: La guerra por las vacas: más de tres siglos de una gesta olvidada, pág. 169.] El uso de estas tropas lo resaltan los realistas en El Censor, periódico político y literario, en un párrafo antes citado: «se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro».
En teoría no era difícil escapar de Las Bruscas: la fortificación en sí, de palos y paredes de tierra, era vulnerable, la dotación era reducida y de tropa muchas veces levada a la fuerza, familiaridad y rutina conspiraban contra la disciplina y había un constante flujo de prisioneros que cumplían trabajos en las estancias.
No obstante la dificultad estaba en llegar a algún lado. La rodeaban por kilómetros innumerables lagunas y bañados que mutaban con las lluvias. El río Salado se encontraba a sólo cinco leguas, menos de 30 km [Desde la Real Orden de 26 de enero de 1801, la «legua castellana» equivalía a 20 000 pies, que equivalen a 5572,7 metros.], pero se requería de baqueanos para cruzarlo, y difícilmente podían contar con alguno, gauchos en su mayoría.
Miller en sus memorias afirmaba: «En una extensión de cien millas alrededor de Las Dos Talas (una estancia a 3 leguas de Las Bruscas), no había más que veinte estancias, y estas estaban ocupadas por los gauchos, cuya antipatía por los españoles es grandísima». [Miller, op. cit.]
En esas mismas memorias, relata un intento de fuga frustrado:
Diez de los prisioneros dirigidos por el Mayor Lavinia, desesperados de verse separados del mundo civilizado, habían desertado dos años antes. Creyendo aquellos infelices poder llegar a sí mejor a Chile, que por entonces estaba por los realistas, se refugiaron entre los indios salvajes; pero al cabo de sufrir horribles privaciones, vagando sin dirección fija más de dos mil millas y haber perecido siete de hambre y cansancio, los treinta restantes, desconfiando de poder realizar sus deseos, se entregaron a un puesto avanzado de los patriotas cerca del territorio de Pehuenche, prefiriendo sufrir su triste suerte de prisioneros, a la vida que tenían que hacer entre los salvajes; cuyas maneras y costumbres, según lo describía el mayor eran en extremo desagradables.
Guillermo Miller: Memorias.
No obstante las fugas se dieron repetidas veces, especialmente en 1819 y 1820. Faustino Ansay relató:
A pesar de las órdenes rigurosas que dictaron los insurgentes, se fugaron varios oficiales en número considerable. Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían... Muchos consiguieron sacar licencia para ir a Buenos Aires al hospital por enfermos...se marchaban de a dos, de a cuatro y hasta de a veinte prisioneros a la vez a causa de que los soldados de la custodia se iban retirando por no tener como mantenerse.
Faustino Ansay
En general, las fugas exitosas llevaban a Buenos Aires, donde recibían apoyo de los pocos realistas que quedaban, especialmente algunas damas de sociedad cuyas riquezas y lazos de familia les daban protección y oportunidad, como Melchora Rodríguez de Beláustegui [Melchora Rodríguez y Sacristán (1780-1850) era nativa de Montevideo, hija de Melchor Rodríguez, Capitán de los Reales Ejércitos, Gobernador Político y militar de la Provincia de Chiquitos, y estaba casada con el español Francisco Antonio de Beláustegui Foruria (1767-1851), dedicado al comercio con España y uno de los comerciantes mas acaudalados de la ciudad. Beláustegui adquirió el solar de los Riglos, fue miembro del Real Consulado, regidor en 1808, opositor a Liniers, votó en el cabildo del 22 de mayo la propuesta del oidor Manuel de Reyes, contraria a la formación de Junta, fue desterrado a Chascomús hasta agosto de 1811 en que por intervención de Domingo French pudo pasar a Montevideo. Volvió en 1815 pero emigró a Brasil por temor a ser asesinado. Allí apoyó las acciones de la embajada española. Volvió a Montevideo en 1817 y a Buenos Aires bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Durante los años de ausencia, su esposa Melchora y los apoderados, Pedro Capdevilla (hermano de su primera esposa, cabildante y propietario de uno de los primeros saladeros) hasta 1815 y desde entonces, su yerno Felipe Arana, cercano al gobierno revolucionario desde 1815, atendieron sus negocios. En 1816 Juan Antonio, sobrino de Beláustegui, fue puesto preso por ocultar fugados. El mismo gobernador confió a Arana que quienes lo habían denunciado eran «algunos gallegos de los mismos que usted [Beláustegui] ha favorecido».] o Clara Nuñez de Azcuénaga, quien llegó a ocultar más de cien oficiales y soldados españoles [Clara Isabel Núñez Chavarría (1771-?), hija de Pedro Núñez y Alonso, escribano del cabildo, y de Isabel de Chavarría y del Castillo, casó en 1790 con Domingo de Azcuénaga y Basavilbaso(1758-1821), hermano del miembros de la Primera Junta Miguel de Azcuénaga, comerciante, regidor, doctor en leyes y poeta, considerado como el primer fabulista argentino colaboró en el "Telégrafo Mercantil" y fundó la "Sociedad Literaria del Plata". Aparte de valor, tenía un sentido del humor muy particular. En una ocasión organizó un convite «secreto» en su casa, en que reunió a perseguidos políticos que se ocultaban en una casa vecina. Asistieron así alvearistas y rodriguistas, patriotas y realistas, portugueses y españoles, ciudadanos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de Chile y Perú, una pausa de fraternidad probablemente única en la época.], o de aquellos ligados por lazos de familia. En muchos casos, el hospital al que conseguían el traslado, servía de primera etapa de la fuga, como fue el caso de Michelena.
De Buenos Aires tentaban el paso vía Colonia a Montevideo, ocupada entonces por los portugueses. Allí recibían del cabildo un vale que les permitía ser alojados por ocho días gratuitamente por algún vecino, tras lo cual debían procurarse sustento. El principal agente de España en la ciudad era Feliciano del Río, quien desde la llegada a América del embajador en Río de Janeiro José Antonio Joaquín de Flóres Pereyra Maldonado y Bodquín, Conde de Casa Flóres (o Flórez), había recibido el encargo de procurar la evasión de los prisioneros y apoyarlos en la medida de lo posible en su huida. Procuraba ayudarlos a conseguir transporte para España o el Perú, o seguir a Río aunque en muchos casos, los refugiados se dispersaban por la campaña. Tras la redada de realistas efectuada el 27 de noviembre de 1819 por los portugueses, la situación se tornó más difícil para quienes huían. [La redada respondía a la actitud de muchos realistas que ante la promesa de la Gran Expedición actuaban abiertamente como si los portugueses ya hubieran abandonado la ciudad. Estaban también enfrentados al cabildo y la Logia Caballeros Orientales, integrada por los exiliados de las Provincias Unidas Alvear, Tomás de Iriarte y Larrea entre otros, incentivaba a los portugueses a sacarlos de en medio.]
Llegados a Río de Janeiro, recibían el auxilio del activo embajador, el Conde de Casa Flóres, quien tras interrogarlos y recabar información de utilidad para la causa de España, les proveía dinero, alrededor de 3000 reales, y ubicación por unos días. Desde allí se regresaba a España o se intentaba el paso a Perú, a través del mar hasta el Callao para los afortunados, o tras una larga marcha por el Mato Grosso y el territorio de Beni.
El castigo por intentar fugarse consistía muchas veces en ser cargado de cadenas y enviado a cumplir trabajos forzados en Buenos Aires u otras ciudades. El subteniente León Barrientos Alvarado, capturado con su hermano Santiago el 4 de febrero de 1817 en Las Hornillas por el Ejército Libertador, y detenido en Las Bruscas, fracasó al intentar fugar recibiendo por castigo trabajar en obras públicas encadenado entre el 13 de junio de 1818 y el 20 de enero de 1820, en que pudo huir a Brasil. [Gabriel Guarda: La sociedad en Chile Austral, A. Bello, pág. 234.]
En ocasiones, de tener éxito la fuga, se aplicaban castigos similares a sus compañeros: «Cuando algún realista se fugaba, cinco de los prisioneros eran sorteados y enviados a Buenos Aires, acollarados y engrillados, para trabajar en las calles o en obras públicas». [Historia Argentina, Clasa, 1981.]
En 1818 Pueyrredón afirmó que había que dar por terminada la tolerancia con los prisioneros ya que no habían «trepidado en fomentar y promover conspiraciones y en fugarse cuantas veces les fuera posible». [Maricel García de Flöel: La oposición española...]
Las fugas continuaron, pero en 1819 ocurrió un hecho de gravedad, la sublevación de prisioneros en San Luis, donde se hallaban detenidos los prisioneros de cierto rango de la guerra con Chile, que fue percibida como un peligro real para la revolución, especialmente cuando se temía que había sido preparado en coordinación «con las montoneras que mantenían la anarquía en las provincias argentinas y que uno de sus instigadores era José Miguel Carrera, que esperaba recuperar con tales revueltas el gobierno de Chile». [Barros Arana: Historia general de Chile, pág. 88.] La situación en Chile era compleja y la posición de los patriotas distaba de ser segura: simultáneamente con el levantamiento de los prisioneros se producía la sublevación de los hermanos Prieto en la cordillera de Talca y se renovaba la guerra al sur del río Biobío por los realistas dirigidos por Vicente Benavides aliados con los mapuches.
El levantamiento, planeado por el capitán Gregorio Carretero [Se sumaron luego a su dirección otros oficiales superiores, el brigadier José Ordóñez, el coronel Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo (hermano del capitán de fragata José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo), el coronel Antonio Morgado, el teniente coronel Lorenzo Morla, etc.] y puesto en marcha el 8 de febrero, preveía detener (o matar según se afirmó) al teniente gobernador Vicente Dupuy y a Bernardo Monteagudo [Monteagudo había llegado pocos días antes y había sido en realidad el detonante del conflicto. Los prisioneros hasta ese momento estaban incluso conformes con su suerte. Tenían quintas propias y solían asistir a eventos sociales. El teniente coronel Morla, incluso vivía en la casa de Dupuy y era amigo personal. Monteagudo impulsó a Dupuy a restringir sus libertades y a dividir a los prisioneros en grupos pequeños, con el consiguiente descontento.], copar la guarnición de San Luis, el pueblo y luego unirse a los montoneros en Córdoba o repasar la cordillera para unirse a las partidas realistas del sur de Chile.
El movimiento fracasó gracias a las partidas del pueblo organizadas por el comandante de milicias José Antonio Becerra. Se distinguieron en la resistencia Juan Pascual Pringles y el entonces oficial de milicias Facundo Quiroga. Las represalias fueron injustificables, más allá del riesgo cierto a la revolución, de los numerosos antecedentes de actos similares cometidos por los realistas en el Alto Perú y en Chile y de los que se cometerían a futuro, especialmente por Benavides. El mismo Dupuy decía: «Ese fue el instante en que los deberes de mi cargo y de mi autoridad se pusieron de acuerdo con la justa indignación del pueblo. Yo los mandé degollar en el acto y expiaron su crimen en mi presencia y a la vista de un pueblo inocente y generoso donde no han recibido sino hospitalidad y beneficios». Treinta y tres prisioneros fueron muertos y sólo un miliciano. El proceso sumario conducido por Monteagudo finalizó con la ejecución de otras ocho personas.
El 16 de febrero llegaron las noticias del levantamiento a Santiago de Chile, y San Martín, sin conocer aún que había sido reprimido, escribió desde su campamento a Bernardo O'Higgins:
Ahora más que nunca se necesita que Ud. haga un esfuerzo para auxiliar a Cuyo. Yo partiré esta noche, y espero sacar todo el partido posible de las circunstancias críticas en que nos hallamos. Yo temo que todos los prisioneros de Las Bruscas hayan sido incorporados en la montonera. Chile no puede mantenerse en orden, y se contagia si no acudimos a tiempo. No quede libre un sólo prisionero. Reúnalos Ud.todos:eche la mano a todo hombre que por su opinión pública sea enemigo de la tranquilidad. En una palabra, es preciso emplear en este momento la energía más constante.
Diego Barros Arana: Historia general de Chile, pág. 88.
En España se acusó que existía un plan para ejecutar a los prisioneros realistas aprovechando la Ley de Fugas:
Se hallaban reunidos en la Punta de San Luis una porción considerable de ilustres prisioneros procedentes en su mayor parte de la batalla de Maipú. Los había asimismo en Las Bruscas, otro punto perteneciente al Virreinato de Buenos Aires y los había también en uno de los fuertes de aquella capital. Parece que sus gobernantes, y señaladamente el director Pueyrredón y el generalísimo de Chile, San Martín, habían decretado el exterminio total de aquellas víctimas del honor y de la fidelidad...se hizo concebir a dichos prisioneros por el conducto de pérfidos emisarios y de una fingida correspondencia la halagüeña idea de recobrar su libertad. Se compraron hombres infames que declarasen haber sido heridos y maltratados por los prisioneros en el acto de hacer terribles ensayos para fugarse de las cárceles, de este modo trataron de dar una forma de legalidad a la muerte de los que gemían bajo las cadenas de las Bruscas y Buenos Aires.
Mariano Torrente: Historia de la Revolución Hispanoamericana
Afirma el autor furiosamente antirrevolucionario, y, de hecho, antiamericano, que en San Luis los prisioneros sobrevivientes fueron salvados de la «turba furiosa» por el oficial de guardia que «cierra sus puertas y se opone abiertamente a darles entrada protestándose de que no se ha de manchar su espada con la sangre inocente de aquellos desgraciados que aguardaban con la más religiosa conformidad su último fatal destino».
Finalmente el supuesto plan del gobierno se suspendió: «Se apresuraron por lo tanto los más filantrópicos a poner en uso todos los recursos de su mediación a fin de contener la bárbara mano de los conjurados. Temió el gobierno insurgente de Buenos Aires los efectos de una conjuración ya descubierta, temió la ira de los gabinetes europeos de cuyo apoyo necesitaba para consolidar su malhadada independencia y despachó sin dilación órdenes presurosas para contener el puñal fratricida. Ya los detenidos en las Bruscas iban a ser inmolados al furor revolucionario cuando llegaron las citadas órdenes. [Mariano Torrente: Historia de la Revolución Hispanoamericana.]
En El Censor, periódico político y literario, de similar tendencia, se afirmaba a raíz de la muerte de prisioneros sublevados en San Luis que «No satisfecho todavía de sangre estos caníbales intentaron deshacerse de igual modo de unos doscientos oficiales españoles prisioneros que estaban en las Bruscas. A este efecto se comunicó al oficial encargado de este depósito una orden facultándole para que á la menor sospecha que tuviese de ellos los exterminase a todos». No hay prueba alguna de tal plan y no parece razonable su existencia teniendo en cuenta la personalidad de los líderes involucrados, los intereses de la revolución y el trato previo. Sí es factible que ante la carencia de recursos, la situación civil y militar y el involucramiento de los prisioneros en los planes tanto españoles como rebeldes se tomara la decisión de aumentar los recaudos de cara a evitar sublevaciones o fugas masivas o reprimirlas con rapidez y severidad.
El 10 de junio de 1819, el Congreso de Tucumán eligió como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata al general José Rondeau, quien inició tratos con el general Carlos Federico Lecor, gobernador portugués de Montevideo, para atacar en conjunto a los federales, lo que implicaba ceder Entre Ríos y Corrientes a Portugal.
Una alianza del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, con el de Entre Ríos, Francisco Ramírez, fuerzas correntinas al mando de Pedro Campbell, del general chileno exiliado José Miguel Carrera y con el apoyo de Carlos María de Alvear inició las hostilidades.
Las fuerzas destacadas en la frontera con el indio se redujeron al mínimo. Eso incluyó las de Las Bruscas, donde sólo quedó una compañía reducida de blandengues [Juan Carlos Walther: La conquista del desierto: síntesis histórica de los principales sucesos ocurridos y operaciones militares realizadas en la Pampa y Patagonia contra los indios (años 1527-1885)], con lo que recrudecieron las fugas. Tras vencer los federales en la batalla de Cepeda el 1 de febrero de 1820, Buenos Aires fue un caos, lo que fue aprovechado por muchos prisioneros que se encontraban en el hospital de la ciudad o cumpliendo trabajos forzados.
Aprovechando las disensiones de las provincias del litoral, el nuevo gobernador de Buenos Aires y futuro líder federal, coronel Manuel Dorrego, salió a campaña para enfrentar a López. Las fuerzas de Alvear y Carrera se separaron del santafecino y ocuparon San Nicolás de los Arroyos, donde Dorrego los derrotó el 12 de julio. Las tropas capturadas por los porteños fueron enviadas a Las Bruscas. Carrera se dirigió con los restos de sus tropas hacia el sudoeste, al territorio de la frontera con el indio.
Dorrego fue derrotado luego en la batalla de Gamonal el 2 de septiembre y fue reemplazado por Martín Rodríguez, comandante de las milicias rurales, con el apoyo de las tropas de Juan Manuel de Rosas, los Colorados del Monte, con lo cual Carrera no sólo no había conseguido suficientes fuerzas para invadir con éxito Chile sino que tanto los gobiernos de las provincias federales como el finalmente establecido en Buenos Aires le negaron autorización para cruzar sus territorios hacia el oeste.
Carrera quedaba así bloqueado en la frontera de Buenos Aires. Con las pocas fuerzas que conservaba marchó sobre Las Bruscas donde «puso en libertad los chilenos prisioneros en San Nicolás que estaban encerrados quienes consintieron alistarse en sus filas bajo la solemne promesa de ser restituidos a su libertad tan luego como la capital cayera en sus manos». [Benjamín Vicuña Mackenna: El ostracismo de los Carreras, pág. 316.]
No obstante haber negado apoyo a Carrera, la verdadera actitud de Buenos Aires dio lugar a suspicacias:
Le han llegado por conductos muy seguros las noticias de que el gobernador de esa provincia facilitaba a José Miguel Carrera loa medios de invadir a Chile permitiéndole que reclute gente para la expedición entre los mismos soldados que este país prodigó para defender a Buenos Aires y aún concediéndole que para aumentar sus fuerzas saque a los prisioneros de las Bruscas.
Juan Ascencio: Acusación pronunciada ante el Tribunal de Jurados de Lima.
Ahora con cerca de 500 hombres, Carrera tomó la decisión de internarse y negociar el apoyo de los ranqueles para su tránsito a Chile, quienes aprovechaban el caos para iniciar una serie de ataques a poblaciones de la frontera al norte del Salado.
Tras ayudar a Carrera a hacer un arreo de vacas y caballos robados en Arrecifes hacia la pampa, le propusieron participar de un malón sobre el pueblo de Salto. En conjunto con 2000 indígenas del cacique Yanquetruz, el 3 de diciembre de 1820 atacó, saqueo y destruyó completamente el pueblo, quedando cautivos 250 mujeres y niños. También sufrieron malones los pueblos de Rojas, Lobos y Chascomús. En febrero de 1821 Carrera se internó hacia el sudoeste.
Ante la indignación pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez decidió responder pero como tanto Carrera como los ranqueles eran difíciles de alcanzar rápidamente, tras una infructuosa entrada hacia Tandil al regresar atacó a los indios que vivían pacíficamente al sur del Salado en la estancia de Miraflores, de Francisco Ramos Mejía, de las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio Grande y Landao con el pretexto de que desde allí planificaban las invasiones: [Adriana Pisani: Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del pasado, Dunken] «No produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso en el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía con toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores». [Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.] En efecto, el ataque injustificado provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores del 7 de marzo de 1820 [Firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Tretruc, Pichilongo, Cachul y Limay, ratificaba la paz en el territorio y declaraba como línea divisoria definitiva la alcanzada por los hacendados. Por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía (Tratado de paz de la estancia Miraflores 7-3-1820)], se alzaran también contra las poblaciones de la frontera. En abril de 1821 un malón de 1500 hombres de lanza guiados por José Luis Molina, antiguo capataz de Ramos Mejía, destruyeron la naciente población de Dolores. [El baqueano Molina fue soldado del Regimiento de Granaderos a Caballo. Cuando Martín Rodríguez apresó al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, Molina junto con dos peones más, huyó a las tolderías. Después de la destrucción de Dolores, donde obtuvieron más de ciento cincuenta mil cabezas de ganado, aliado a los caciques Ancafilú y Pichiman invadió por la costa del Salado hasta ser derrotado por los Húsares y Dragones Auxiliares de Entre Ríos. Molina escapó y acusado de traición por los indios recibió protección en los cuarteles. Útil por sus conocimientos fue indultado el 04 de julio de 1826 por Bernardino Rivadavia y se sumó como capitán de baqueanos a las expediciones de 1826 y 1827 del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana (Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX). En el levantamiento rural de 1829 en contra de Juan Lavalle tuvo un papel destacado en la dirección de una de las tantas bandas armadas que mantuvo en jaque al gobierno de facto. Regularizada la situación con la llegada al poder de Rosas, Molina pasó a servir como oficial en el Fuerte Independencia (Silvia Ratto: Caciques, autoridades fronterizas y lenguaraces, CONICET-UNQ-UBA, 2005).]
Las Bruscas tuvieron un papel central en muchos de los planes que circularon en España y en Río para la reconquista del Río de la Plata, especialmente mientras se mantuvo el proyecto y la esperanza de la Expedición Grande. Como ejemplo, el teniente coronel Fernando Cacho presentó a Casa Flóres una Nota de las preparaciones que deben preceder a la llegada del ejército expedicionario del Río de la Plata para que tenga el feliz resultado que se desea. Allí planeaba rescatar a los prisioneros, que estimaba en alrededor de mil hombres, con tres buques, y con los soldados dispersos en la campaña oriental iniciar un movimiento de apoyo previo al desembarco de la expedición. [En su presentación Cacho demostraba un profundo odio por los revolucionarios de las Provincias Unidas. Decía que eran «vivos, emprendedores, obstinados y sanguinarios, y su genio fecundo en intrigas». Consideraba, al igual que la mayoría en España, que eran el verdadero centro de la insurrección en América, por lo que debían concentrar todos los esfuerzos y una vez dominados ser tratados de manera diferente al resto. Proponía que la vieja Intendencia de Salta fuera separada del restaurado Virreinato del Río de la Plata, que la sede del Virrey se trasladara a la ciudad de Santa Fe y la de la Audiencia a Córdoba, que se cerrara el puerto de Buenos Aires y se trasladara a España a las familias de los insurgentes. José María Mariluz Urquijo, Proyectos españoles para reconquistar el Río de la Plata, 1820-1833, Perrot, Buenos Aires, 1958, pág. 64.]
Cecilio de Álzaga, hijo de Martín de Álzaga, proponía un plan similar. Afirmaba que «La Guardia de Las Bruscas en donde gimen 700 militares españoles dista de la costa por la parte del río Salado y el sur de este 18 leguas y 18 por la parte del puerto llamado Frontón del Norte. Sólo está guarnecido por cuarenta campesinos mal armados algunos de los cuales son chilenos que sirven con disgusto. Bastará enviar tres sumacas grandes o tres bergantines, un buen baqueano como Diego Martínez, que está en Río, y un aviso al oficial de mayor graduación para que se levante con sus compañeros y gane la costa en el momento en que lleguen los barcos». [J. M. Mariluz Urquijo: Proyectos españoles... (pág. 64 y 65).]
El plan de Álzaga preveía llevar en los buques armas para los setecientos hombres, lo que ya armados serían desembarcados en Maldonado. Reuniendo a su alrededor a los soldados dispersos, a los realistas convencidos y a milicianos orientales descontentos con la idea de la revolución o con la ocupación portuguesa, confiaba en levantar un ejército de dos o tres mil hombres que daría a la expedición una base firme desde la cual operar.
Otros planes fueron coincidentes en apoyarse en los soldados prisioneros y los establecidos en la Banda Oriental o en el Matto Groso, así como con menor grado de razonabilidad en la supuesta lealtad profunda a la monarquía de los pueblos indígenas o el descontento del pueblo con la revolución por la inestabilidad permanente. [La lealtad monárquica de los indios pudo tener algún grado de realidad, y sólo en algunos casos, al comienzo de la revolución pero para estas fechas la idea ya había penetrado en todos los estamentos. En cuanto a la desilusión con la revolución, aunque era cierto el agotamiento y descontento por el conflicto civil permanente, mal podía suspirarse por el regreso a la madre patria cuando España sólo mostraba más de lo mismo.] Tras el desvío de la expedición gracias entre otras cosas a las gestiones del agente de las Provincias Unidas en España Andrés Arguibel, y a la descomposición del ejército que desembocó en la rebelión de Rafael de Riego y en el Trienio Liberal, las esperanzas de una fuerza de auxilio se fueron desvaneciendo.
FUENTE: Wikipedia: La enciclopedia libre, impresión del viernes 1 de julio de 2011.
Nos limitamos a reproducir tal cual el artículo muy bien documentado. Obviamente ciertas afirmaciones "sentimentales" sólo son atribuibles a los anónimos autores del mismo. Los hechos son los hechos.
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