"Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia."

viernes, 30 de septiembre de 2011

La Reacción Realista en el Sur del Perú (1814-1825)

artículo publicado en Ahora Información nº 104 (Madrid, 2010).

Dispuestos a esgrimir nuestras espadas con los aleves enemigos:
La Reacción Realista en el Sur del Perú (1814-1825)


Por César Félix Sánchez Martínez [1]


La inminencia de las celebraciones por el bicentenario de las independencias de los países hispanoamericanos es una ocasión más que adecuada para reflexionar sobre una realidad histórica sistemáticamente ocultada y no por eso menos importante, puesto que concierne a uno de los dos actores más importantes del proceso: el movimiento realista hispanoamericano.

En el siguiente artículo intentaremos un acercamiento al extenso fenómeno del realismo en el sur del Perú, fundamental para entender la dinámica de este movimiento en todo el virreinato. Nuestra aproximación consistirá en pasar revista brevemente a una serie de acontecimientos y figuras representativas del fidelismo surperuano, intentando comprender las razones que llevaron a defender una causa vista ahora por muchos como incomprensible.

Como bien apunta José María Iraburu, fue uno de los primeros designios de las nacientes oligarquías falsificar la historia reciente de sus naciones para poder justificar el status quo posterior a ese cataclismo tumultuoso y a veces incomprensible para los que lo atestiguaron que significó la Guerra de Separación [2].

Ni los elaborados e imaginativos intentos por construir una especie de liturgia laica de himnos, próceres deificados  y demás elementos patrióticos, algunos de claro sabor masónico y jacobino, han podido remediar en la conciencia hispanoamericana (ya sea la de los liderazgos políticos e intelectuales o la de las masas populares, expresada en una variada y multiforme cultura tradicional especialmente en los sectores rurales [3]) esa perplejidad expresada tanto en la memoria de un bien perdido como en un sentimiento de desarraigo profundo, originado durante el proceso de destrucción y dispersión de la Monarquía Católica (1808-1833). Este fenómeno es mucho más acusado en aquellas regiones  donde los eclipsados, los “otros patriotas” para utilizar la expresión usada por el historiador Manuel Gutiérrez, eran muchedumbre, como es el caso del Virreinato del Perú [4], en especial del sur andino, esa prolongación histórica del antiguo núcleo Wari-Inka, que según Pablo Macera había podido sostener el auge de Potosí y la unidad y hegemonía del gran Perú austriaco del siglo XVII [5].

Aun en los momentos crepusculares del Virreinato, cuando el poder fidelista sólo se circunscribía a las sierras sureñas –pero en que paradójicamente los desequilibrios de las Reformas Borbónicas habían sido remediados, al convertirse Cusco en capital del Reino y reincorporarse a éste el Alto Perú– ocurrieron algunos hechos bastante significativos, como aquel pedido de la nobleza indígena a la corte virreinal, fechado el 8 de junio de 1824, en que se solicitaba que:

[…] en los días de víspera y dia del glorioso apostol Señor Santiago se celebre […] las funciones del Real Estandarte en memoria del triunfo de nuestros invencibles armas catolicas: en cuya festividad es visto salir […] uno de los indios nobles de las ocho parroquias de esta capital, de Alférez Real, nombrado por los 24 electores del Cabildo de Ellos, por ser dichas funciones, las mas vivas demostraciones de nuestra fidelidad, gratitud y jubilo que se hacen a ejemplo de Nuestros Antepasados. [6]

Para el historiador norteamericano David T. Garnett esto demostraría que “los descendientes de la realeza incaica cuyo vasto imperio había sido tomado por los españoles no le juraban simplemente su lealtad a Fernando VII a medida que el virreinato colapsaba, sino que insistían en su derecho a hacerlo. Junto con ellos, la nobleza india de la sierra en general repudió la independencia impulsada por los criollos, del mismo modo que en el decenio de 1780, sus padres y abuelos habían acudido en defensa del rey, contra los masivos levantamientos indígenas de Túpac Amaru y los Catari [7]”.

Considerando la importante posición representativa y de coordinación que ocupaban los hidalgos indios en el ordenamiento del Reino peruano y la influencia que todavía gozaban en las comunidades - a pesar del menoscabo borbónico y los intentos de desarticulación por parte de funcionarios peninsulares después del alzamiento tupacamarista -, puede considerarse entonces como fidelista en gran medida y hasta el final, a la mayoría de los sectores indígenas del Sur Andino, que acudieron en masa a defender las banderas del Ejército del Perú al llamado de sus señores naturales.

Seis meses después, este ejército multiétnico defensor de la tradición y de la integridad territorial peruanas  era finalmente derrotado.

A este punto cabe recordar  la “perplejidad quieta y triste” que le produjo a José de la Riva-Agüero (1912) la contemplación del campo de Ayacucho: “En este rincón famoso, un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y Bajo Perú, indios, mestizos y criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban ni a la decimoctava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente, del que los colombianos constituían las tres cuartas partas, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción” [8].

En una paradoja muy comprensible,  las actuales  Fuerzas Armadas Peruanas celebran como su día jubilar el 9 de diciembre.

Pero es menester preguntarnos: ¿cuáles  era las formas de pensar  y  las estructuras del sentir de estos sectores realistas?  ¿Puede intentarse una reconstrucción de la memoria del fidelismo surperuano?

Esta tarea todavía no ha sido realizada. El secular abandono de las fuentes de aquellos tiempos y la consecuente dispersión y desaparición de documentos valiosos la dificultan enormemente. Sin embargo, existe un valioso librito, editado en Lima en 1815, que constituye una suerte de manifiesto del realismo surperuano. Se trata del “Elogio fúnebre del señor D. José Gabriel Moscoso, teniente coronel de los reales exércitos, gobernador de Arequipa, en las exequias que el Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de dicha Ciudad hizo en honor y sufragio de tan benemérito gefe el día 9 de marzo de 1815 [9], por el doctor Mateo Joaquín de Cosío, sacerdote y abogado arequipeño. Fue editado en Lima en ese mismo año por el padre de su autor, el brigadier Mateo de Cosío. Ambos personajes fueron testigos presenciales de la toma de Arequipa por parte de los insurgentes capitaneados por  Mateo García de Pumacahua, el 10 de noviembre de 1814. El intendente Moscoso, criollo arequipeño,  veterano de las guerras contra la Francia Jacobina y destacado defensor de Zaragoza, junto con el cuzqueño mariscal de campo Francisco de Picoaga, fueron capturados por los rebeldes y luego ejecutados por negarse a respaldar su causa.

El Elogio fúnebre de Cosío  no se ocupa solamente de realizar una sincera alabanza de las virtudes del difunto gobernador, sino que se constituye en uno de los únicos textos doctrinarios realistas en el Perú de aquel tiempo. El padre Cosío comienza sosteniendo que “la religión católica es el apoyo de las monarquías, y sin ella, los tronos están expuestos á ser el ultrage de los pueblos enfurecidos. Solamente esta ley santa enseña al hombre sus verdaderos derechos.” Argumentando en favor de la religión y de la sociedad orgánica, nuestro autor desmenuza en una sabrosa nota a pie de página la “abominable obrita” del ilustrado francés Gabriel Bonnot de Mably (1709- 1785), cuyo utopismo e igualitarismo cándido censura como “necedades”, para acabar lamentándose de la ignorancia religiosa y humanística de los criollos, que los lleva a recibir acríticamente toda clase de novedades infundadas [10]. Luego, valiéndose de una idea de los mismos filósofos –en este caso Pierre Bayle (1647-1706)-, realiza una sugerente invalidación del racionalismo ilustrado, que en algo nos remite a los argumentos antirracionales de la Escuela Tradicionalista francesa que florecería dentro de diez años.

Basándose en los Padres de la Iglesia, nuestro autor realiza un elogio de la lealtad al soberano de resonancias épicas, en algo comparable a los alturas alcanzadas por plumas católicas de décadas posteriores, como monseñor Bartolomé Herrera o incluso Donoso Cortés: “Así han pensado, señores, nuestros mayores, y éstas han sido las máximas sabias y santas con que los cristianos se han conducido en todos los países donde han enarbolado el estandarte de nuestro Jesús Crucificado. Por esto es imposible, deje de ser buen vasallo, el que está perfectamente instruido en la doctrina, y moral del cristiano. Si los preceptos que recibimos en nuestra primera educación son conformes al Evangelio, nosotros seremos fieles, obedientes a Dios y al rey; nunca le negaremos al César los tributos de respeto y amor que se le deben, apenas oigamos la voz con que nos llama al combate y a la defensa de su corona, cuando apresurados correremos al campo, dispuestos a esgrimir nuestras espadas con los aleves enemigos de nuestro común padre, cual debe reputarse el rey ”.

Pero el fidelismo de Cosío no es una defensa moderada de un statu quo semi-ilustrado para evitar mayores males y desórdenes (como podría entenderse el “realismo” de Hipólito Unanue o Baquíjano y Carrillo), sino es contrarrevolucionario in radice. Al repasar la biografía de Moscoso, Cosío menciona las hazañas del difunto combatiendo a las fuerzas de la Francia Revolucionaria durante la década de 1790, deteniéndose para analizar la ideología revolucionaria: “¿Qué vigor no toma su espíritu [al] combatir contra el Galo Revolucionario? Mira en él un impío filósofo destructor de los tronos; un sacrílego regicida; un ciudadano que pidiendo la libertad e independencia de los pueblos, no hacía más en esto que renovar las doctrinas de Tomás Muncero y Nicolás Storck, principales discípulos del Heresiarca Lutero, y patronos de los Anabaptistas?”.  Seguidamente, en otra nota, desarrolla con más detalle el parangón entre los jacobinos y los anabaptistas  del siglo XVI. Citando la Histoire de l’Église del abate Antoine de Bérault-Bercastel (1778-1780), destaca en éstos “la aversión declarada a los magistrados, a la nobleza, a todas las potestades, y a todo género de superioridad. Querían que todos los bienes fuesen comunes, todos los hombres libres e independientes, y prometían un imperio donde reinarían solos en una felicidad perfecta, después de haber exterminado a los impíos, es decir, todos aquellos que no habrían abrazado su impiedad homicida.”  Sugerentemente, Cosío denuncia el fondo utópico, nihilista, milenarista, violento e incluso anarco-comunista detrás de ambas revoluciones. Luego, pasa a ocuparse “del jefe de los incrédulos modernos, Mr. Rousseau”.  Concluye luego con una admonición implícita al clero de simpatías liberales, que algunos años después jugaría un papel importante en el desmantelamiento del Reino del Perú: “Comparen los amantes de la libertad las doctrinas de los Anabaptistas con las suyas; y al mismo tiempo observen que su conducta y modales han sido arreglados por las máximas de Rousseau, y no por las del Evangelio. ¿Y todavía creerán que sus procedimientos son cristianos? ¡Ah, insensatos!”.

A diferencia de otros realistas en el Perú de aquellos años –como el “periodista” Gaspar Rico-, Cosío no se dejó ilusionar con la Constitución de 1812 ni con el aire liberal que empezaba a respirarse en ciertos cenáculos aparentemente fieles a la Corona: “La constitución puso el sello a nuestros males. Ella acabó de abrir las puertas de par en par a la insurrección, pues las juntas populares para las elecciones […] sólo sirvieron para exaltar los ánimos, y con la acción popular prescripta en el artículo 255, se disculparon los cabecillas de la insurrección del Cusco. Por eso los mayores defensores  de ese cuaderno han sido los rebeldes, después de la justa abolición que de él ha hecho nuestro augusto monarca”.  Y eso no es todo, puesto que el doctrinario arequipeño llega a expresar un anhelo profundo de los auténticos fidelistas peruanos, que va más allá del rechazo al proceso insurreccional iniciado en Buenos Aires cinco años atrás, sino que  se yergue como un justo reclamo contra desaciertos y novedades turbias que debilitaron a su patria en las últimas décadas del siglo anterior: [L]os fieles vasallos no deseamos sino que se conserven las antiguas leyes que obedecieron nuestros padres”.

En el pensamiento del arequipeño Mateo Joaquín de Cosío (1815) ya se encuentran expresados, exaltados y defendidos aquellos elementos –Dios, Patria, Fueros y Rey- que se convertirían en el lema defendido veinte años después en la Península por otro surperuano realista, el brigadier Leandro Castilla Marquesado.

Y si en el panorama del realismo surperuano, Cosío encarna al doctrinario fidelista, y Castilla y Moscoso, a los convencidos defensores de la Corona en el campo de batalla, la Reveranda Madre María Manuela de la Ascensión Ripa, representa a la mística profética, a la última de las virtuosas, al lucero brillante pero crepuscular de la edad de oro de la santidad arequipeña. Monja de clausura del Monasterio de Santa Catalina de Siena en Arequipa [11], gozó de fama como visionaria y consejera prudente, siendo requerida por las autoridades cuando la situación se tornaba incierta. Se enteraba de los resultados de los combates de las Armas del Rey antes que llegasen los correos. Dejó un epistolario y algunos escritos espirituales, donde plasmó sus visiones extáticas así como algunos juicios históricos y políticos. A tal grado llegó su predicamento entre los fidelistas de Arequipa, que cuando Bolívar ocupó la ciudad en 1825, sufrió arresto domiciliario, circunstancia que el historiador Pedro José Rada y Gamio calificó de “ridículo y triste espectáculo [12]”. De la venerable criolla quedó hasta hace algún tiempo una leyenda áurea en Arequipa, que nos hablaba de Santos Cristos que sudaban sangre cuando el ejército católico era derrotado, y de presagios ominosos de un porvenir oscuro para el Perú.

Finalmente, siendo el Virrey La Serna cómplice y a la vez cautivo de “un grupo de oficiales ‘rojos´, que veían en su traslado a América ocasión de escapar de las persecuciones absolutistas […], de medrar con la represión a los insurgentes y de obtener rápidos ascensos [13], víctima de sus propias contradicciones, aislado de cualquier apoyo que no sea el del extenuado Sur del Perú, se consumaba la derrota de las armas reales. Los sucesos en la Pampa de la Quinua, a pesar de haber sido cantados por multitud de historiadores latinoamericanos todavía siguen guardando misterios. ¿Conocía ya la jefatura realista el contenido de la capitulación antes del combate?  ¿Fue un combate simbólico para salvar el honor? ¿Existió una conjura masónica? El alzamiento de Olañeta no fue más que la  simple contestación a una autoridad calcárea, sospechosa y muchas veces torpe. Sea lo que fuere, la suerte estaba echada desde hacía mucho, y así  acabó inevitablemente el episodio americano de la descomposición de la Monarquía Católica.

Los realistas surperuanos pasaron a la oscuridad del olvido, desde donde contemplaron los vaivenes tragicómicos de la joven República. Pero no es casualidad que el único proyecto viable para el Perú en aquellos años, la Confederación Perú-Boliviana, alcanzase apoyo sólido entre los antiguos fidelistas arequipeños, siendo que el virrey postrero Tristán acabó ocupando la presidencia del efímero Estado Surperuano. Ese tradicionalismo popular, donde las muchedumbres urbanas y rurales insurgían para defender los derechos de la Iglesia encabezados por sus sacerdotes y sus mujeres, estaría detrás de las grandes sublevaciones clericales de 1856 y 1867.

Algunos como Leandro Castilla, natural de Tarapacá, en el extremo sur de la intendencia, prefirieron continuar sirviendo al Rey. Mas tan extrañas acabaron siendo las cosas algunas décadas después que ni España era ya un buen lugar para un tradicionalista hispánico. Murió en París, veterano por más de veinte años de innumerables campañas, desde Copiapó  hasta Morella, pero siempre peleando la misma guerra  contra la decadencia de aquel Orden Cristiano que en su hogar arequipeño sus padres le habían enseñado a amar.


[1] Universidad Católica San Pablo de Arequipa, Perú  cfsanchezm@ucsp.edu.pe
[2] Ante la necesidad de crear una “identidad nacional” distinta a la hispánica y  la imposibilidad de desarrollar una reivindicación indigenista, por temor a exaltar a las relegadas poblaciones originarias, “quedaba, pues, solamente afirmar la propia identidad nacional contra los países vecinos y más hondamente contra España, rompiendo lo más posible con el pasado, con la tradición, partiendo de cero, y procurando eliminar de la memoria histórica aquellos tres siglos precedentes de real unidad hispano-americana, que en adelante no serían sino un prólogo oscuro y siniestro del propio logos nacional luminoso y heroico. Todo esto, claro está, no podría hacerse sin una profunda y sistemática falsificación de la historia, que en la práctica habría de llegar a niveles sorprendentes de distorsión, olvido e ignorancia. Así, por ejemplo, sería preciso fingir que en las guerras de la independencia las naciones americanas se habían alzado, como un solo hombre, contra el yugo opresor de la Corona hispana. Sería urgente también engrandecer los hechos bélicos, y más aún mitificar los héroes patrios recientes, aunque a veces presentaran rasgos personales sumamente ambiguos.”,  José María Iraburu, Hechos de los Apóstoles de América, 5ta Parte, IV, en http://www.gratisdate.org/nuevas/hechos/default.htm
[3] Para un vistazo al Perú Sacral y su nostalgia de esplendor a través de los imagineros tradicionales y artistas religiosos andinos, vid. Sebastián Correa Ehlers, Suyajruna. Una mirada al artista popular peruano, ICTYS, Lima, 2008.
[4] Para Víctor Andrés Belaunde, el “espíritu del Imperio” que según sería uno de los legados del Incario que animaría la posterior historia peruana, “resurge, sobre todo, en la época de Abascal, cuando este virrey, con elementos principalmente peruanos, criollos blancos, mestizos e indígenas, sostuvo el predominio de la autoridad  imperial contra la dispersión de las soberanías en la revolución de los cabildos en Quito, Charcas, Chile y Buenos Aires. Abascal sintió el "imperium" y puso al servicio de él todos los elementos que habían constituido el antiguo virrei­nato y el antiguo estado de los incas. Parecen éstos revivir al conjuro del ideal de la lealtad monárquica. […]No puede explicarse la actitud de Abascal, y sobre todo la cooperación de la población peruana, sin la influencia de lo que podríamos llamar el "espíritu del imperio", en Peruanidad, Obras Completas V, p.48, Edición de la Comisión Nacional del Centenario, Imprenta Editorial Lumen, Lima, 1987.
[5] Pablo Macera, Visión histórica del Perú, pp. 179-182, Editorial Milla Batres, Lima, 1978.
[6] Archivo Regional del Cusco, INT, Vir., Leg. 159 (1823-24) en David T. Garnett: Sombras del Imperio. La nobleza indígena del Cuzco, 1750-1825, p. 17,  trad. Javier Flores Espinoza, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2009.
[7] Op. cit, pp. 17-18.
[8] José de la Riva Agüero, Paisajes Peruanos, p. 153-154, en Obras Completas, Tomo IX, PUCP, Lima, 1969.
[9] Mateo Joaquín de Cosío, Elogio fúnebre del señor D. José Gabriel Moscoso, teniente coronel de los reales exércitos, gobernador de Arequipa, en las exequias que el Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de dicha Ciudad hizo en honor y sufragio de tan benemérito gefe el día 9 de marzo de 1815. Por el Doctor Mateo Joaquín de Cosío, presbítero, abogado del Ilustre Colegio de Lima. Y lo dio a luz  el Señor D. Mateo de Cosío, del órden de Santiago, Brigadier de los Reales Exércitos Padre del Autor, con licencia, ed. por Bernardino Ruiz, Lima, 1815. Existe otra edición  en la Colección Documental de la Independencia del Perú, Tomo III, Conspiraciones y Rebeliones en el siglo XIX, volumen 8, La Revolución del Cuzo de 1814,  pp. 63-86, investigación, recopilación y prólogo por Manuel Jesús Aparicio Vega, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, Lima, 1974.
[10] Mal que todavía infesta a los intelectuales y académicos en el Perú.
[11] Sobre la Madre Ripa discurren dos capítulos breves de la obra de Pedro José Rada y Gamio, Mariano Melgar y apuntes para la historia de Arequipa, pp. 338-342, Imprenta de la Casa Nacional de Moneda, Lima, 1950. A finales del siglo XIX, el franciscano recoleto Elías Passarell  recopiló en Arequipa algunos escritos de la Madre, así como diversos testimonios de su vida virtuosa.
[12] Op, cit, p. 341.
[13] Alberto Wagner de Reyna, “El hombre público que nada ambiciona” en AA.VV., Libro de Homenaje a Aurelio Miró Quesada Sosa, Tomo II, p. 901, Talleres Gráficos P. L. Villanueva S. A. Editores, Lima, 1987.  El distinguido filósofo también apunta la transformación en logia masónica de esta camarilla, siendo su Venerable, nada menos que Jerónimo Valdés, el mentor de La Serna (p. 901). Durante el trienio, “el liberalismo constitucional y “progresista” del gobierno madrileño […] y de sus agentes en el Perú –apunta el recordado filósofo limeño- enajenó a España la simpatía de muchos criollos de ‘derecha’ y los empujó al campo de San Martín, quien aunque francmasón era monárquico y se apoyaba en la Iglesia (p.203).


martes, 27 de septiembre de 2011

Un relato sobre el asesinato de Liniers y compañeros mártires de la lealtad

Los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 sorprendieron a Santiago de Liniers, héroe de las invasiones inglesas y anterior virrey rioplatense, en Córdoba, en viaje ya desde Tucumán a la Península Ibérica. Allí Liniers decidió marchar al Perú con unos pocos leales para desde allí organizar la contrarrevolución.

Los revolucionarios, desde Buenos Aires, querían que se les uniera. Pero, como dijo uno de sus biógrafos, Exequiel C. Ortega, "los años, la miseria y la desgracia, la lucha y lo conocido del mundo sólo aumentaban su fe. Ella era auténtica y sentida. Tampoco en este aspecto tan especial e íntimo puede cuestionarse su sinceridad, o encontrarse alguna inconsecuencia."

A su suegro, Martín de Sarratea, hundido como los otros comerciantes porteños en la Revolución y que quería convencerlo apelando a la suerte de sus hijos, le respondió:

“¿Cómo yo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Ud. que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignomia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey, que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre hasta el presente intachable con la nota de traidor? […] Cuando los ingleses invadieron a Buenos Aires […] no trepidé un momento en emprender una hazaña tan peligrosa y abandonar mi familia bajo el auspicio de la Providencia en medio de los enemigos […] Que si entonces era buena, la que defiendo en el día no solamente es buenísima, sino santa y obligatoria […] bajo la pena de caer en el delito de perjuro habiéndole jurado fidelidad. […] Pero si por sus altos designios hallase en esta contienda el fin de mi agitada vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables culpas este sacrificio, al que estoy constituido por mi profesión […]; el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y a los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fuese capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad y del patriotismo, y que si no les deja caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos que imitar.”

Por eso, uno de sus descendientes, Santiago de Estrada, reconocía: "sin la fe de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en vez de español." No hay otra forma de explicar las victorias de 1806 y de 1807 en completa desigualdad de condiciones frente a regimientos que posteriormente vencerán en Waterloo a Napoleón. 

La Junta Provisoria de Buenos Aires envió a Córdoba una expedición al mando del coronel Antonio González Balcarce con el fin de perseguirlo y capturarlo. En los bosques que rodeaban el camino entre Córdoba y Santiago del Estero, Liniers fue atrapado.



La Junta revolucionaria dispuso que los prisioneros fueran pasados por las armas y destacó al Dr. Juan José Castelli y a los comandantes Domingo French y Juan Ramón González Balcarce para dar cumplimiento de la orden. En un paraje boscoso conocido como Monte de los Papagayos, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre, fueron arcabuceados el ex virrey Santiago de Liniers, el teniente de gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel Alejo de Allende, el oficial real Joaquín Moreno y el asesor legal Dr. Victorino Rodríguez.

El relato, según las fuentes más verosímiles, es estremecedor y pinta por entero el carácter de nuestro homenajeado. Apresados Liniers, Gutiérrez de la Concha, Rodríguez, Allende,  Moreno, monseñor Antonio Rodríguez de Orellana (obispo de Córdoba) y fray Pedro Alcántara Giménez (secretario del obispo), fueron conducidos hacia Buenos Aires en una galera facilitada por el vecino Eufrasio Agüero.


Al pasar por la ciudad de Córdoba, por el frente de Santo Domingo, don Santiago de Liniers obtuvo permiso del jefe de la escolta para ingresar al templo. Allí, en manos de su protectora, la Virgen Santísima del Rosario, depositó su bastón de Virrey, como recuerdo al pueblo cordobés, según dijo.



El 25 de agosto de 1810, llegaron a la Posta de Gutiérrez (a 67 leguas de Córdoba), donde los esperaba Domingo French, con tropas venidas de la capital.


Temiendo por el prestigio y la calidad de los presos, los sacó de la guardia del capitán Manuel Garayo e hizo sustraer sus navajas a los mismos. A las 8:30 hs. del 26 partieron bajo custodia de French. Alcanzando a las 10 hs. el paraje El Puesto, donde los esperaba el teniente coronel Juan Ramón Balcarce y el vocal de la Junta Juan José Castelli. Éstos separaron a los presos de sus equipajes y criados, y dirigieron los coches hacia un monte llamado de los Papagayos o Chañarcito de los Loros, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre.

"Hoy compareceremos en el tribunal de Dios", dijo el Dr. Rodríguez. Vale decir que don Victoriano Rodríguez fue el abuelo materno del Dr. Tristán Achával Rodríguez, célebre tribuno católico y defensor de los derechos de la Iglesia en los rudos debates de fines del siglo XIX. También fue tío abuelo del Dr. Santiago Derqui Rodríguez, futuro presidente de la Confederación Argentina durante unos meses entre 1860 y 1861. Y, además, fue también tío abuelo de Sor Catalina de María Rodríguez, fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús y sierva de Dios, cuya causa de canonización se tramita.

Conociendo su destino, Liniers pidió explicaciones a su ex subordinado, Balcarce, quien se limitó a contestar: "...otro es el que manda".

Al llegar al monte, un cuerpo de húsares formado los esperaba. No atreviéndose a usar criollos, la Junta había reclutado extranjeros para llevar a cabo este crimen político, la mayoría de ellos ingleses que no habían regresado a su patria tras los hechos de 1807. 

¡Mercenarios ingleses para matar al héroe de 1806 y 1807! Tal vez esto ayude a explicar algunos hechos poco conocidos de nuestra historia, como que la escuadra británica saludó con salvas de honor el 25 de mayo de 1810 y que un enviado de Londres fue el primer exntranjero en entrevistarse con la Primera Junta.


Continuando con el relato. Bajaron a los prisioneros contrarrevolucionarios de los coches,  los amarraron por detrás y les leyeron la sentencia. Tras los ruegos del obispo, se les concedieron tres horas para prepararse a bien morir (Castelli agregó luego una hora más).



Cuando el Obispo requirió un juicio justo, French lo calló, diciendo: "Calle, Vd., Padre, que aún no sabe la suerte que le espera". No se les permitió escribir testamento.



Ante lo indeclinable de los hechos, tomó la palabra Liniers: "Vamos, Sres., a prepararnos. Siquiera, gracias a Dios, tengo la suerte de que esté Vd. (refiriéndose al Obispo) a mi lado en este último instante". Luego pidió a éste que le ayudará a tomar el Santo Rosario en sus manos, para rezarlos mientras se preparaba para su última confesión. Liniers y el coronel Allende se confesaron con el obispo, mientras que los tres restantes lo hicieron con el P. Giménez.

Terminado el tiempo concedido, Castelli retiró a los eclesiásticos y preparó a los presos para su ejecución. Liniers se negó a ser vendado e imploró a la Santísima Virgen del Rosario, para luego fijando su vista en el pelotón de fusilamiento decirles: "Ya estoy, muchachos". Balcarce hizo la señal y se escuchó la descarga.

Perturbados por la dignidad del condenado, los soldados sólo acertaron 6 tiros, con los que Liniers cayó en tierra aún con vida. Se ordenó un nuevo tiroteo a los de la segunda fila, pero sólo dieron en el blanco dos. Cuando se disipó el humo, se notó que Liniers, malherido en la cabeza y brazos, musitaba con el estertor de la agonía el nombre de la Virgen María, cuyo auxilio parecía implorar. Entonces, el mismo French, antiguo ayudante del Virrey, debió descargar un pistoletazo en la sien como tiro de gracia.

Los restos mortales fueron conducidos a Cruz Alta, distante a 5 leguas hacia Buenos Aires, siendo sepultados en una zanja en el campo junto a la iglesia. El teniente cura de la misma, los hizo desenterrar al día siguiente y los colocó en una más amplia sepultura en el mismo sitio, agregando una cruz en su cabecera y el anagrama LRCMA, para que sus familias pudiesen algún día recoger los cadáveres.

A los pocos días, apareció en un árbol de Cruz Alta una inscripción con letras grandes que decía CLAMOR, formadas con las iniciales de los apellidos de los reos: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana (que, finalmente, no fue ejecutado) y Rodríguez.


Años después, los restos de Liniers fueron trasladados a Cádiz, donde, en el mausoleo del Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, descansan.

Hasta 1830, al menos, la sociedad cordobesa siguió recriminando a la Revolución de Mayo por el atroz asesinato. Hasta un cultor de la leyenda rosa nacionalista como el R. P. Guillermo Furlong S. J. lo reconoció.

Dijo su bisnieto, José Manuel Estrada, líder católico de fines del siglo XIX: "Liniers y sus compañeros fueron pasados por las armas. Esta tragedia puso sangre en la bandera revolucionaria, ¿y por qué velar mi pensamiento? ¡Sangre inútil y cruelmente derramada!"

Otro de sus biógrafos, Paul Groussac, a pesar de su liberalismo, reconoce: 

"Los prisioneros de guerra, fusilados sin juicio en la Cruz Alta, fueron mártires de la lealtad, y no necesitan ser rehabilitados."





sábado, 24 de septiembre de 2011

Postura de la Iglesia (II): Encíclica "Etsi Quam Diu" de León XII (1824)


A los venerables hermanos, los arzobispos y obispos de América. 

LEÓN XII, PAPA. 

Su Santidad León XII
Venerables hermanos, Salud y la Bendi­ción apostólica. Aunque Nos persuadimos habrá llegado hace ya tiempo a vuestras manos la encíclica que, en la elevación de nuestra humildad al solio de san Pedro, remitimos a todos los obispos del orbe católico, es tal el incendio de caridad en que nos abrasamos por vosotros y por vuestra grey, que, hemos determinado, en manifestación de los sentimientos de nuestro corazón, dirigiros especialmente nuestras palabras. 

A la verdad, con el mas acerbo e incom­parable dolor, emanado del paternal afecto con que Os amamos, hemos recibido las funestas nuevas de la deplorable situación en que tanto el Estado como a la Iglesia ha venido a reducir en esas regiones la cizaña de la rebelión, que ha sembrado en ellas el hombre enemigo, como que conocemos muy bien los graves perjuicios que resultan a la religión, cuando desgra­ciadamente se altera la tranquilidad de los pueblos. En su consecuencia, no pode­mos menos de lamentarnos amargamente, ya observando la impunidad con que corre el desenfreno y la licencia de los malva­dos; ya al notar como se propaga y cunde el contagio de libros y folletos incendia­rios, en los que se deprimen, menospre­cian y se intentan hacer odiosas ambas potestades, eclesiástica y civil; y ya, por último, viendo salir, a la manera de lan­gostas devastadoras de un tenebroso pozo, esas juntas que se forman en la lobreguez de las tinieblas, de las cuales no dudamos afirmar con san León papa, que se concreta en ellas como en una inmun­da sentina, cuanto hay y ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas. Y esta palpable verdad, digna ciertamente del más triste descon­suelo, documentada con la experiencia de aquellas calamidades que hemos llorado ya en la pasada época de trastorno y confusión, es para Nos en la actualidad el origen de la más acerba amargura, cuan­do en su consideración prevemos los inmensos males que amenazan a esa heredad del Señor por esta clase de de­sórdenes

Examinándolos con dolor, se dilata nues­tro corazón sobre Vosotros, venerables hermanos, no dudando estaréis íntima­mente animados de igual solicitud en vista del inminente riesgo a que se hallan ex­puestas Vuestras ovejas. Llamados al sagrado ministerio pastoral por aquel Señor que vino a traer la paz al mundo, siendo el autor y consumador de ella, no dejaréis de tener presente que vuestra primera obligación es procurar que se conserve ilesa la religión, cuya incolumi­dad, es bien sabido, depende necesaria­mente de la tranquilidad de la patria. Y como sea igualmente cierto que la religión misma es el vínculo más fuerte que une tanto a los que mandan cuanto a los que obedecen, al cumplimiento de sus diferen­tes deberes, conteniendo a unos y otros dentro de su respectiva esfera. conviene estrecharlo más, cuando se observa que con la efervescencia de las contiendas, discordias y perturbaciones del orden público, el hermano se levanta contra el hermano, y la casa cae sobre la casa. 

La horrorosa perspectiva, venerables hermanos, de una tan funesta desolación, Nos obliga hoy a excitar vuestra fidelidad por medio de este nuestro exhorto, con la confianza de que, mediante el auxilio del Señor, no será inútil para los tibios ni gravosa para los fervorosos, sino que, estimulando en todos vuestra cotidiana solicitud, tendrán complemento nuestros deseos. 

No permita Dios, nuestros muy amados hijos, no lo permita Dios, que cuando el Señor visite con el azote de su indignación los pecados de los pueblos, retengáis vosotros la palabra a los fieles que se hallan encargados a vuestro cuidado con el designio de que no entiendan que las voces de alegría y de salud sólo son oídas en los tabernáculos de los justos; que entonces llegarán a disfrutar el descanso de la opulencia y la plenitud de la paz, cuando caminen por la senda de los man­damientos de aquel Señor que inspira la alianza entre los príncipes y coloca a los reyes en el solio; que la antigua y santa religión, que sólo es tal mientras permane­ce incólume, no puede conservarse de ninguna manera en pureza e integridad cuando el reino dividido entre si por fac­ciones es, según la advertencia de Jesu­cristo señor nuestro, infelizmente desolado; y que vendrá con toda certeza a verifi­carse, por último, que los inventores de la novedad se verán precisados a reconocer algún día la verdad y a exclamar, mal de su grado, con el profeta Jeremías: Hemos esperado la paz y no ha resultado la tran­quilidad; hemos aguardado el tiempo de la medicina, y ha sobrevenido el espanto; hemos confiado en el tiempo de la salud, y ha ocurrido la turbación. 

Pero ciertamente nos lisonjeamos de que un asunto de entidad tan grave tendrá por vuestra influencia, con la ayuda de Dios, el feliz y pronto resultado que Nos promete­mos si Os dedicáis a esclarecer ante vuestra grey las augustas y distinguidas cualidades que caracterizan a nuestro muy amado hijo Fernando, rey católico de las Españas, cuya sublime y sólida virtud le hace anteponer al esplendor de su grandeza el lustre de la religión y la felici­dad de sus súbditos; y si con aquel celo que es debido exponéis a la consideración de todos los ilustres e inaccesibles méritos de aquellos españoles residentes en Euro­pa, que han acreditado su lealtad, siempre constante, con el sacrificio de sus intere­ses y de sus vidas, en obsequio y defensa de la religión y de la potestad legítima. 

La distinguida predilección, venerables hermanos, para con vosotros y vuestra grey, que nos estimula a dirigiros este escrito, nos hace, por el mismo caso, estremecer tanto más por vuestra situa­ción, cuanto os consideramos mayormente oprimidos de graves obligaciones en la enorme distancia que os separa de vues­tro común padre. Es, sin embargo, un deber que Os impone vuestro oficio pasto­ral el prestar auxilio y socorro a las perso­nas afligidas, el descargar de las cervices de todos los atribulados el pesado yugo de la adversidad que los aqueja, y cuya idea obliga a verter lágrimas; el orar, por último, incesantemente al Señor, con humildes y fervorosos ruegos, como de­ben hacerlo todos aquellos que aman con verdad a sus prójimos y a su patria, para que se digne su divina majestad imperar que cesen los impetuosos vientos de la discordia y aparezca la paz y tranquilidad deseada

Tal es sin duda, el concepto que tenemos formado de vuestra fidelidad, caridad, religión y fortaleza; y en tanto grado Os consideramos adornados de estas vir­tudes, que Nos persuadimos cumpliréis de modo todos los enunciados deberes que Os hemos recordado, que la Iglesia dise­minada en esas regiones obtendrá por vuestra solicitud la paz y será magnífica­mente edificada, siguiendo las sendas del santo temor de Dios y de la consolación del divino Espíritu. 

Con esta confianza, de tanto consuelo para Nos, para esta santa Sede y para toda la universal Católica Iglesia, que nos inspiren vuestras virtudes, ínterin el cielo, venerables hermanos, derrama sobre vosotros y sobre la grey que presidís el auxilio y socorro que le pedimos, os da­mos a todos con el mayor afecto la bendi­ción apostólica. 

Dado en Roma, en San Pedro, sellado con el sello del pescador, el día 24 de setiem­bre de 1824, año primero de nuestro pontificado. 

[El lugar del sello del pescador]

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los mártires de la lealtad y las visiones de Sor Lucía del S. Sacramento

El 26 de agosto de 1810 el gobierno revolucionario de Buenos Aires hacía fusilar a don Santiago de Liniers, ex virrey del Río de la Plata y héroe de la reconquista y defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, al brigadier don Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, gobernador legítimo de Córdoba del Tucumán,  al Dr. don Victorino Rodríguez, asesor de gobierno cordobés, el coronel don Alejo de Allende, comandante de armas de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, y al primer oficial real don Joaquín Moreno, tesorero delegado de la Real Hacienda en dicha intendencia. Todos hombres devotos y leales.

Monasterio de Carmelitas
Descalzas de Córdoba (Las Teresas)
“En los días aciagos ya referidos vivía en olor de santidad en el monasterio de las Teresas de Córdoba Sor Lucía del SSmo. Sacramento. Por mandato del confesor escribió la monja su autobiografía con el título de Amores de Dios con el alma. La parte de la misma que alude a los sucesos del 26 de agosto de 1810 los reprodujo, en 1947, Carlos A. Luque Colombres como apéndice documental de su monografía El Doctor Victorino Rodríguez, primer catedrático de Instituta de la Universidad de Córdoba. [Edición Imprenta de la Universidad de Córdoba, 1947, p. 125 a 129. Apéndice n. 7. El manuscrito, que es copia trasladada del original por una religiosa del monasterio de Las Teresas, se conserva en el archivo del mismo.]

“Van aquí los datos de algún interés.

“Describe la impresión que trajo a las religiosas la entrada del ejército libertador en Córdoba. Ve las abundantísimos gracias que Dios ‘derramaba a manos llenas’ sobre los jefes de la ciudad encomendados en sus oraciones. Los contempla ‘en el campo donde estaban, asechados de multitud de demonios, guardados y defendidos de multitud de ángeles’.

“El 6 de agosto por la mañana, después de encomendarse fervorosamente a la Virgen Nuestra Señora, ‘vi y entendí y oí —apunta en al autobiografía citada— serían muertos los Señores, que efectivamente murieron, los superiores de esta Ciudad y distrito perteneciente a ésta’. Narrólo en recreación a las hermanas, pero todas lo tuvieron ‘por bobada, desvarío o cosa semejante’.

“La noticia de la tragedia final —continúa— fue ‘cosa que sentimos muy mucho, cosa no esperada ni creída’. Parecía inconcebible a aquellas buenas religiosas que hubiera podido perecer así trágicamente lo más granado de la sociedad cordobesa: ‘Daban tantas razones para afirmar que sólo había sido estratagema todo lo que se había dicho y hecho con ellos; decían los tenían vivos y muy ocultos, se creía más esto que lo contrario… Dudo se pasase día que no se hablase de lo dicho: va a cumplirse ya un año…’ De buen grado se hubiera Sor Lucía desdecido de su fatídico anuncio. ¡Pero estaba tan segura! Sin embargo, ‘lo que oía las razones que daban para tener una grande esperanza de que estaban vivos los dichos Señores, yo me consolada y deseábalo tanto a mi sentir o parecer, como la persona más inmediata o llegada a ellos…’

“Ve sus almas en la Gloria. Dícele ‘Nuestro Señor de cada una en particular con lo que se habían hecho dignos y merecedores de tal corona’. Conversa con ellas familiarmente. Le encargan comunicar a sus allegados ‘no tuviesen pena, que era tan grande y tal sus felicidades que no se puede explicar…; bendecían y alababan al Dios de las misericordias que había usado de tanta liberalidad para con ellos, bendecían sus suertes y entonaban cánticos de gratitud al Omnipotente…’

“Contempla, en fin, otro día, luego de comulgar, al Obispo ‘a las orillas de un embravecido mar, tan atribulado y penado, combatido y amenazado de peligros terribles y espantosos, pero al punto mismo —continúa— vio mi alma en una como en forma de nube a las cinco almas santas de quien he hablado poco adelante, que lo protegían, guardaban y defendían…’

“Sor Lucía frisaba a la sazón en los 39 años de edad. Murió el 4 de mayo de 1824, ‘después de llevar una vida admirable en virtudes y favores del Señor’, estampa la monja que transcribió sus apuntes.”

(Cayetano Bruno, S.D.B., La Virgen Generala: Estudio documental [2ª edic., 1994].)

martes, 20 de septiembre de 2011

Cabeza de Tigre: "¡Viva el Rey! ¡Mueran los cipayos!"



Cabeza de tigre (2001)

Cabeza de tigre - Afiche
Dirección: 
Claudio Etcheberry

Sinopsis
Luego de la Revolución de Mayo, Juan José Castelli ordena el fusilamiento del ex virrey Santiago de Liniers. Película histórica que intenta alejarse del acartonamiento clásico de éste tipo de films.

ATP   93 min  
Estreno: 
31 de mayo de 2001

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