lunes, 28 de mayo de 2012

Ante otro aniversario de la Revolución de Mayo


Con motivo de un nuevo aniversario de la Revolución del 25 de mayo de 1810, hemos leído un par de notas (una de Antonio Caponnetto y otra de Luis Alfredo Andregnette Capurro) que contienen algunas afirmaciones que por ser paradigmáticas de lo que llamamos “leyenda rosa nacionalista” nos gustaría comentar.

Desde ya, manifestamos nuestro aprecio y reconocimiento a los autores de dichos artículos, independientemente de que no compartamos las frases siguientes que reflejan una serie de tópicos recurrentes en esta escuela historiográfica.

- Borbones malos y Austrias buenos

Cuando la invasión de Bonaparte en 1808 no se planteó en América la cuestión de apartarse de la monarquía. La lealtad al Rey seguía absolutamente vigente aún cuando la Casa de Borbón, que ocupaba el Trono desde los inicios del siglo XVIII, caminaba por senderos distintos a los de la dinastía de los Austrias.” [LAAC]

Los autores nacionalistas están muy apegados a esta contraposición. Claro que, al referirse a la Casa de Austria, se quedan en el emperador Carlos, en Felipe II y el Siglo de Oro, olvidando rotundamente a sus sucesores, los llamados “Austrias menores”, el Conde-Duque de Olivares y un largo etcétera. Por otro lado, dejando en el tintero también el hecho de que el archiduque Carlos, que hubiese sido Carlos III de triunfar en la Guerra de Sucesión, había pactado con Gran Bretaña, a la que entregó Gibraltar y quién sabe que otros territorios de haber tenido éxito. La mala memoria también les impide recordar a José II, cuya política religiosa fue acaso más “masónica” que la del Borbón Carlos III, o a María Teresa, la protectora de los Enciclopedistas y también perseguidora de los jesuitas.

- Expulsión de los Jesuitas

El fundamento teológico del gobierno del César Carlos y sus sucesores había sido sustituido por una concepción laica de poder civil. Esa política liberal borbónica inició una división entre los Reinos Americanos y España. Son un claro ejemplo las medidas masónicas de Carlos III en contra de la Compañía de Jesús…” [LAAC]

Independientemente de que las medidas del rey Carlos III fueran o no masónicas y/o ilustradas, lo que corresponde analizar es si dichas medidas se correspondieron con la realidad. No es el lugar éste para enjuiciar la actuación de los jesuitas en América en general y de su “reino” teocrático guaraní en particular; sólo dejaremos sentado que desde un principio generó quejas entre los vecinos, gobernantes, regidores, visitadores, etc., tanto peninsulares como criollos, y no siempre —como afirma cierta leyenda— porque éstos quisiesen esclavizar a los guaraníes. Pero sí nos fijaremos en la actuación de la Compañía de Jesús tras la supresión de la misma. Sabemos de las relaciones ciertas del agente británico Miranda con muchos ex jesuitas, lo que lo llevó a afirmar que el cuartel general de la Revolución estaba en los Estados Pontificios. Tampoco se puede negar la influencia de los ex jesuitas revolucionarios Vizcardo, Godoy y otros menos conocidos, algunos de los cuales luego tendrán actuación en las Cortes de Cádiz. Entre las líneas de investigación historiográfica actual, se han descubierto interesantes vínculos de la Compañía de Jesús con la corona británica, no sólo después de la supresión sino incluso antes —tema éste sobre el que, D. m., profundizaremos próximamente—.

- Constitución de Cádiz de 1812

Se produce entonces la disolución de la Junta Central Gubernativa, su antijurídica sustitución por el Consejo de Regencia y una asamblea conocida históricamente como Cortes de Cádiz. Éstas, dominadas por liberales educados en el ambiente francés de la Enciclopedia, y por lo tanto divorciados de la tradición hispanoamericana, proclamaron el 24 de setiembre de 1810, que los Reinos de Indias debían estar unidos a la metrópoli en una misma representación lo que significaba la dependencia de España. Después de ese prólogo vendría la obra, en la que el contubernio mayoritario aprobaría la Constitución de 1812, reflejo claro de la Revolución Francesa.” [LAAC]

Más allá de la compresión de numerosísimos hechos históricos ocurridos en esos dos años en un único párrafo, sin ver matices, ni contextos, habría varias cosas que decir. No dudamos del terrible efecto que tuvo la Constitución gaditana tanto en tierras americanas como peninsulares, y ya hemos referenciado a numerosos trabajos al respecto. Ahí está el famosos Manifiesto de los Persas, como testimonio (doctrinalmente imperfecto está claro, pero es entendible) de la resistencia contrarrevolucionario. Ahora bien, eso no explica por qué dicha Constitución hubiese justificado la secesión del Reino de León, del Principado de Cataluña o del Reino de Navarra. Tampoco explica que para ese entonces en América, las “constituciones”, estatutos y Planes de Operaciones de “los patriotas” eran acaso un reflejo mucho más acabado de la Revolución Francesa.

- Espontáneo surgimiento de las Juntas y agresión de los Realistas

Surgieron entonces las Juntas Americanas de 1810 y allí donde existía desconfianza respecto a la lealtad del gobernante por secretas simpatías con el Consejo de Regencia o por haber sido designado por éste se los depuso, al considerarlos sin derecho a ejercer el gobierno en estos Reinos. Sin embargo, no toda América estuvo en esa posición. Hubo partidarios del Consejo de Regencia que permanecieron en sus cargos, como sucedió con el Virrey del Perú, don Fernando de Abascal, quien no se mantuvo en la jurisdicción peruana, sino que comenzó acciones armadas contra las regiones juntistas.” [LAAC]

¿Acaso las Juntas americanas tenían mayor legitimidad de origen que los funcionarios designados por el Consejo de Regencia (caso que por ejemplo no era el del virrey Cisneros, ni el de los funcionarios del ayuntamiento de Buenos Aires)? Es cierto que hubo casos de Juntas que se integraron a la manera tradicional (quizá el intento porteño del 24 de mayo de 1810, o la primitiva de Caracas), tal cual lo sucedido en España desde la invasión napoleónica, pero el caso es que, tarde o temprano, los miembros “legitimistas” de las Juntas fueron siendo reemplazados por los revolucionarios (como ocurrió el 25 en Buenos Aires).

Otro problema que supone el párrafo citado es el de entender el territorio a la manera de la nación-estado moderna. Pues, según el autor, el Virrey del Perú habría agredido al Virreinato del Río de la Plata al intervenir en el Alto Perú o a la Capitanía General de Chile en la isla de Chiloé. Pero nada más alejado no sólo de la cronología de los hechos, sino también de la realidad jurídica de estos casos, donde Chiloé no dependía de Santiago sino de Lima, y el Alto Perú era un caso disputado entre Lima y Buenos Aires desde la creación del virreinato bonaerense.

- Ruptura del “pacto social”

Veamos, y es un ejemplo, la tesis americana aparecida en la “Gaceta de Buenos Aires” el 6 de diciembre de 1810: “La autoridad de los pueblos en la presente crisis se deriva de la asunción del poder supremo que por el cautiverio del Rey ha retrovertido al origen de que el monarca lo derivara, y el ejercicio de éste es susceptible de las nuevas formas que libremente quieren dársele. Disueltos los vínculos que ligaban los pueblos con el monarca cada provincia es dueña de si misma, por cuanto el pacto social no establecía relaciones entre ellas directamente sino entre el Rey y los pueblos”.” [LAAC]

La grosera violación de las tradicionales leyes convirtió la Guerra Revolucionaria en Guerra Independentista, “pero no de la Corona española sino de la Nación Española”. Planteo éste que se consolidó a partir del año 1814 cuando, ya regresado Fernando VII de su “prisión” napoleónica, actuó con la doblez que le era característica ante los intentos americanos de volver a la “política de los dos hemisferios” y “al pacto explícito y solemne”.” [LAAC]

Monárquico, hispánico, católico, militar y patricio; enemigo de Napoleón -que no de España-, fiel a nuestra condición de Reyno de un Imperio Cristiano, en pugna contra britanos y franchutes, filosóficamente escolástico, legítima e ingenuamente leal al Rey cautivo, y germen de una autonomía, que devino forzosamente en independencia, cuando la orfandad española fue total, como total el desquicio de la casa gobernante. Federico Ibarguren y Roberto Marfany, entre otros, se llevan las palmas del esclarecimiento y de la reivindicación de este otro Mayo.” [AC]

Según esta “tesis”, el Consejo de Regencia primero y el rey Fernando VII después habrían violado el “pacto social” o las “leyes tradicionales”, y eso justificaría la independencia. ¿Sí? ¿Por qué?

¿Acaso la sistemática violación de la ley natural (ya no tan sólo de la ley positiva), durante dos siglos, por parte de los gobiernos de las repúblicas americanas justificaría su sucesiva fragmentación? ¿No existe un bien común político superior del cual la unidad de la patria es elemento constitutivo?

¿No hubiese sido, tal vez, mejor rechazar en aquello que fuera digno de rechazo y acatar en aquello que fuese digno de tal, pero sin quebrar la unidad de la patria que, a todas luces, no nos ha beneficiado? No estamos proponiendo hacer historia-ficción, sino que comparamos con lo sucedido en la misma Península, donde los voluntarios realistas primero y los carlistas después, lucharon por la tradición sin justificar con ello secesiones, expoliaciones, etc.

French y Berutti repartiendo escarapelas, según la leyenda.
Lo cierto es que ambos comandaban el grupo terrorista ("chisperos" o Legión Infernal) que controlaron los accesos a la Plaza de Mayo ya durante el Cabildo Abierto del 22 de mayo y que el 25, ante una Plaza vacía, irrumpieron en la sesión del Cabildo para exigir a punta de pistola la designación de una Junta conformada sólo por americanos.


lunes, 21 de mayo de 2012

El Almirante Brown: ¿contrabandista, pirata o agente inglés?

William Brown nació el 22 de junio de 1777 en Foxford (Condado de Mayo, Irlanda).

Según la historia oficial, cuando William sólo tenía 9 años de edad, emigraron a Filadelfia (Pennsylvania, EE. UU.). Pero poco después, primero su protector y, luego, su padre fallecieron de fiebre amarilla. El pequeño William paseaba por los bancos del río Delaware, cuando el capitán de un bote mercante le ofreció un trabajo. Así comenzó su vínculo con el mar. Tras diez años como marino mercante, fue obligado a unirse a la Armada Real británica, tomando parte en las guerras napoleónicas. Durante éstas, fue capturado por los franceses. Logró escapar a Alemania, junto con un coronel del Ejército Real, y juntos lograron llegar a Gran Bretaña.

Pero toda esta historia no ha logrado ser verificada. No existen registros del padre de William, ni de su viaje a los Estados Unidos, ni de su juventud como marino mercante. En ese tiempo no era costumbre de la Armada Británica enganchar marinos extranjeros a la fuerza… menos aún, un estadounidense, cuando la neutralidad de esta nueva nación se estaba guardando a rajatabla.

Muy poco se sabe en realidad de los orígenes familiares de Brown, tema sobre el que el futuro almirante casi nunca habló. La leyenda, repetida al hartazgo, es que su familia era de campesinos pobres. Pero la investigación genealógica realizada en Inglaterra e Irlanda ha detectado un único Brown residente en Foxford en aquella época: George Browne.

Este George Browne era recaudador de impuestos y era pariente de los Browne de Westport, que fueron marqueses de Sligo y condes de Altamont.

No se ha encontrado el acta de nacimiento de William, pero es altamente probable que fuese hijo ilegítimo de este George. Tanto es así que sabemos que Lady Altamont, hija del Almirante Lord Howe, le consiguió un lugar en la Armada Real como guardiamarina.

Pero en algún momento de los 1790, abandona la Armada para dedicarse al comercio. En 1801, un William Brown fue capturado por los franceses en la corveta “Presidente”, y un año después, fue intercambiado por el Tte. Crampon, a bordo de la fragata “Resolue”.

A su regreso de Francia, William se unió a la marina mercante británica en las Indias Occidentales, donde llegó a capitán. Mientras tanto, se había hecho íntimo de la familia Chitty, famosos pilotos del Canal de la Mancha, con botes que atracaban en el puerto de Deal (Kent). Los Chitty eran marinos, no eran nobles como se ha dicho.

En 1809, William desposó a Eliza Chitty. No está claro si había participado de la expedición del contralmirante Home-Popham en 1806, pero lo cierto es que, pocos meses después de su matrimonio, viajó en una misión comercial al Río de la Plata.

¿Por qué el Río de la Plata? La clave parece ser su pariente: Gore Browne. Éste era el tercer hijo de un caballero irlandés. Originalmente probó iniciar una carrera eclesiástica, pero teniendo deseo de ser militar, ingresó a la academia militar de Lochee. Participó en la represión de la rebelión de esclavos de Jamaica. Luego fue teniente coronel y jefe del 40º Regimiento. Como coronel, al mando de éste, acompañó al Duque de York en la campaña de Holanda de 1799. Estuvo también en Egipto. Y tras la campaña del Norte de África, acompañó al Gral. Auchmuty a América del Sur. Estuvo a cargo de la toma de Montevideo en 1807. Auchmuty nombró a Browne gobernador de la ciudad. Durante el breve tiempo al frente de la ciudad, Browne logró forjarse el cariño de los montevideanos. Y tras la entrega de Montevideo a las autoridades españolas, el gobernador y el cabildo acompañaron a Browne hasta el puerto. Regresado de América, el Cnel. Browne se unió a la campaña de Walcheren, resultando gravemente herido. Terminada su actuación en las guerras napoleónicas, fue nombrado mayor general, comandante del Distrito Militar Occidental de Inglaterra y gobernador de Plymouth. En 1819, ascendido a teniente general, renunció a este último cargo. En 1820 fue designado coronel honorario del 44º Regimiento. Y, en 1837, se convirtió en general. Los desastres de su regimiento, al mando del Cnel. Shelton, en Kabul, en 1842, lo afectaron profundamente. Falleció, poco después en 1843, en Weymouth (Dorset).

Por su parte, volviendo a William Brown. Éste, en 1811, a bordo de un buque mercante capturado a los franceses y rebautizado “Eliza”, arribó a América del Sur. El “Eliza” encalló en las costas de Buenos Aires, pero hábilmente Brown logró salvar la carga y venderla a excelente precio, con el que pudo adquirir una goleta propia. Vale recordar que éste era el método que, desde el siglo XVII, habían utilizado los contrabandistas holandeses, portugueses y británicos para introducir sus mercaderías a pesar del monopolio español. Por lo que, nuevamente, nos hace pensar que Brown ya había estado en el Río de la Plata con anterioridad.

Con el producido de su venta, ganó suficiente dinero como para adquirir una goleta que llamó “Industria”. Experto marino, Brown logró rápidamente hacerse de una pequeña fortuna contrabandeando entre Buenos Aires y Colonia o Montevideo, escapando entre los bancos de arena y las traicioneras corrientes del Plata de la escuadra española y con el visto bueno de la británica.

Las historias de este contrabandista irlandés ya eran famosas en Buenos Aires cuando se le encarga organizar y dirigir una flotilla que hiciera frente al bloqueo del Río de la Plata.

En un primer momento, Brown se negó aduciendo su calidad de vasallo de Su Majestad Británica, que había venido a radicarse con su familia para vivir en paz. Pero el deseo de venganza fue mayor y, finalmente y tras asegurarse el salvoconducto británico, accedió a la solicitud de los porteños.

A principios de 1814, Brown improvisó el núcleo de la que sería Armada Argentina, acondicionando un buque mercante de bandera rusa adquirido al efecto y que fue rebautizado como “Hércules”. Los tripulantes fueron reclutados de más de una docena de naciones, aunque la inmensa mayoría eran súbditos británicos.

Con esta fuerza, en marzo del ’14, derrotó a los realistas en la isla de Martín García y capturó la estratégica isla en la boca del estuario.

Unos pocos meses después, derrotó a la escuadra realista en las costas de Montevideo.

Fiel a la tradición naval británica, cual “Un nuevo Drake” (así lo llamó la prensa londinense), Brown dirigió expediciones de piratería contra los puertos españoles en la costa del Pacífico. Se convirtió en una leyenda y en un fantasma. Entre septiembre de 1815 y enero de 1820, la flotilla de Brown fue vista en lugares distantes a cientos de millas marítimas entre sí. Desde California hasta Chiloé, los puertos españoles se vieron obligados a reforzar sus defensas, quitando necesarias fuerzas para hacer frente a la insurgencia en tierra.

A principios de 1816, en las afueras del puerto de Pernambuco (en ese entonces fuera del control colonial portugués), donde había ido a vender las mercaderías capturadas en sus ataques, es interceptado por el buque “Brazen” que lo escolta a Bridgetown (Barbados). Allí, un tribunal corrupto, embarga el “Hércules” y su carga en nombre del Rey dado que Brown era súbdito británico y oficial de la Armada Real (según se sabe, en el “Hércules” ondeaba tanto la bandera argentina como la insignia británica según la ocasión).

Eventualmente, Brown logra abandonar subrepticiamente Barbados y llegar a Londres. Allí, con apoyo de su familia política, los Chitty, inicia una apelación. En la capital británica, se le une su esposa Eliza quien había escapado de Buenos Aires a bordo de la fragata británica “Amphion” (el gobierno bonaerense había toma de rehén a la familia de Brown hasta que éste entregase la carga del “Hércules” en cumplimiento del contrato). No logró recuperar su buque insignia pero sí una parte del botín tras un complicado y costoso proceso legal.

De regreso a Buenos Aires, debió enfrentar otro juicio. Se lo acusaba de no haber cumplido las órdenes recibidas, a lo que Brown alegaba que como comandante tenía derecho a no cumplirlas. Aunque no se le llegó a aplicar la pena de muerte, sí perdió el resto de su botín y fue expulsado de la Armada.

Deprimido y arruinado económicamente, intentó el suicidio sin lograrlo. Gracias a su hermano Michael y otros socios, el aún popular Guillermo Brown logró levantar un muy exitoso negocio mercante: exportaba mulas a las Indias Occidentales y regresaba con azúcar, ron y otros productos antillanos, que no sólo introducía en Buenos Aires, sino también en la Banda Oriental a través de Colonia. Este Michael Brown, también oficial de la Armada Real británica, emigrará posteriormente a Australia.

Estallada la guerra con el Imperio de Brasil a comienzos de 1826, Brown fue requerido para organizar nuevamente la Armada Argentina, en ese entonces limitada a unas pocas cañoneras.

A la vista de los vecinos porteños, logró rechazar a los buques brasileños que pretendían destruir la base de Los Pozos. Luego, un ataque nocturno a Montevideo, logró amplia difusión. Y las acciones de piratería contra buques mercantes brasileños, liberando a los esclavos y distribuyendo propaganda revolucionaria, por toda la costa desde Buenos Aires hasta la propia Río de Janeiro, supusieron un duro golpe para el Imperio.

En febrero de 1827, Brown obtuvo la mayor de sus victorias en el río Uruguay a la altura de la isla de Juncal, destruyendo la flota fluvial brasileña.

Gracias a la mediación británica, la paz lograda en septiembre de 1828 suponía la independencia de la Banda Oriental, como “estado tapón” entre Brasil y la Argentina, internacionalizando así la cuenca del Plata.

El 15 de diciembre de 1828, Brown fue nombrado gobernador de Buenos Aires. Inmediatamente introdujo una serie de reformas “ilustradas” en salud pública, educación y hacienda. Pero en mayo del año siguiente renunció.

Fue a fines de ese año que asumió el poder Juan Manuel de Rosas, que, si bien no era del gusto de Brown, mantuvo buenas relaciones.

En los primeros años del gobierno de Rosas, Brown vivió tranquilo en su Casa Amarilla, administrando su empresa marítima y ayudando a su hija mayor Eliza con su chacra. Según fuentes irlandesas, al almirante envió abundante ayuda financiera al “Libertador” O’Connell en Irlanda. Vale recordar que el liberal O’Connell nunca abogó por la independencia de Irlanda sino por los derechos políticos de los católicos para acceder al Parlamento londinense, cosa que logró en 1829 con ayuda de un sector del Partido Conservador.

Pero a fines de la década de 1830 se produjo un conflicto con Uruguay, apoyada por Francia y Gran Bretaña, que sacó a Brown nuevamente de su retiro.

Uruguay tenía una pequeña armada organizada por Campbell, un irlandés que, tal vez como Brown, había servido con Popham. La pequeña república había contratado al marino franco-italiano Garibaldi. Éste había despachado una escuadrilla río Paraná arriba para cortar las rutas comerciales bonaerenses y levantar a las provincias del interior argentino contra Rosas. Brown, en las costas de Costa Brava, derrotó y casi destruyó a la escuadrilla de Garibaldi, pero no capturó a este último. El irlandés, según se dijo, había dejado escapar a su colega franco-italiano.

Cuando finalmente se produce el bloqueo franco-británico del estuario del Plata, Rosas ordena a Brown levantar el sitio de Montevideo y regresar al puerto de Buenos Aires, evitando cualquier incidente. El 22 de julio de 1845, los almirantes británico y francés ordenan al irlandés detenerse, cosa que éste hace, arriando la bandera argentina y entregando los buques.

Luego de este desastre, Brown se retirará de la actuación pública. Enterado de la hambruna de la papa en Irlanda, decidió partir hacia su patria (bueno es recordar que el almirante siempre rechazó la nacionalidad argentina que infinidad de veces se le ofreció).

En julio de 1847 partió de Buenos Aires. Sabemos que estuvo en Liverpool (Inglaterra) y que se alojó en casa de Rose Brennan, bisnieta de su hermana Mary. Rose estaba casada con un pastor protestante llamado Leonard y que puso avisos en los periódicos convocando a parientes del almirante sudamericano. No es seguro que haya logrado llegar a Irlanda como, aparentemente, era su primitiva intención.

Muy poco después, regresó al Río de la Plata. En Montevideo, se entrevistó con su amigo Garibaldi.

En Buenos Aires, se convirtió en líder de la comunidad británica residente aquí, y también fue visita obligada de todo compatriota viajero que pasara por estas tierras. Mercaderes, clérigos, oficiales navales y naturalistas británicos registraron sus encuentros con el célebre aventurero. Consta su preocupación por las vicisitudes de la política en Londres.

Cuando fueron repatriados los restos del Gral. Alvear, el viejo almirante solicitó permiso para comandar el buque que los traía de Montevideo a Buenos Aires. Permiso que le fue concedido.

A los 80 años, en 1857, fallecía en Buenos Aires el almirante Guillermo Brown. A pesar de que el Estado de Buenos Aires se encontraba en ese momento separado y en guerra con la Confederación Argentina, ambos participaron de los funerales.

Daguerrotipo de Guillermo Brown

viernes, 4 de mayo de 2012

"¡América para los ingleses!"


En la parroquia anglicana de St. Agnes  —en Kensington Park, Londres— se organizó un proceso masivo de reclutamiento el 4 de mayo de 1817, emprendido por Luis López Méndez, agente personal del "libertador" Simón Bolívar, autorizado por el Gobierno británico y auspiciado entusiastamente por el vicario de St. Agnes, el Rev. Henry Francis Todd. 

En diciembre de ese mismo año, cinco contingentes voluntarios se embarcaron para la América del Sur. 

Pocos meses después desembarcan en la isla de Margarita, el 21 de abril de 1818. El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, y el mayor Plunket. El continengente anglo-bolivariano contaba con un total de 127 oficiales, 3840 soldados (entre lanceros, dragones, granaderos, cazadores, rifles, húsares y simples casacas rojas), y el apoyo naval de las cañoneras HMS "Indian", HMS "Prince", HMS "Britannia", HMS "Dawson" y HMS "Emerald". 

Uno de los primeros alistado había sido el teniente Thomas Charles Wright, de 29 años de edad entonces, quien años más tarde describió sus experiencias en el libro Reminiscenses of the English officers, publicado en Londres en 1862. 

En su mejor momento, en 1818, la Legión Británica contaba con cinco mil hombre de armas. Pero, para junio de 1821, su número había descendido a mil cien. 

Los integrantes de la Legión, no sólo murieron en combate, sino también por efectos de la fiebre amarilla,  las enfermedades tropicales, y mil privaciones. 

En abril de 1818 los británicos de Bolívar participaron heroicamente de la Campaña del Apure. Más de 300 hombres perecieron en julio de 1819 en la titánica avanzada o “Paso de los Andes” para tomarse Santa Fe de Bogotá, capital del Reino de la Nueva Granada. 

Después de su heroica actuación en la batalla del Pantano de Vargas, en 1819, la Legión Británica fue rebautizada con el nombre de Batallón Albión, con el que pasaría a la historia. 

Fueron también veteranos de las batallas de Boyacá el 7 de agosto de 1819; de Carabobo el 21 de junio de 1821, y de Bomboná el 7 de abril de 1822. 

Los integrantes del Batallón Albión provenían de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda, y eran anglicanos y presbiteranos en su inmensa mayoría, excepto algunos irlandeses que eran católicos liberales.

Tuvieron un papel protagónico en la batalla de Pichincha.

A fin de completar la conquista territorial, el general insurgente Sucre desplegó sus fuerzas hacia la Región Andina, en febrero de 1822. Con victorias progresivas, en mayo ya estaba en los arrabales de Chillogallo y Turubamba, al sur de la capital de la antigua Audiencia de Quito.

Descubierta su presencia el 23 de mayo de 1822, la defensa del jefe realista Aymerich se aprestó a dar batalla. En la madrugada siguiente, el Batallón Albión  —reducido ahora a 443 hombres— avanzó a Iñaquito.

Se convirtió así en indispensable para asegurar la victoria en Pichincha, puesto que, mientras Sucre y sus batallones se encaramaban el Cruz Loma, frente al Panecillo, en condiciones de desventaja, los ingleses avanzaron hasta el Ejido norte de la ciudad. Atacando desde allí a los realistas, demolieron su resistencia, impidiendo cualquier posibilidad de escape de los heroicos legitimistas. Cortaron para ello las líneas de abastecimiento con Pasto "la Leal", fuertísimo reducto realista en el norte de la América del Sur.

El empuje y valentía de los británicos hicieron que al mediodía se proclamara la victoria total. Diecisiete bravos del Albión perdieron su vida para "liberar" a Quito. A regañadientes y a punta de pistola, los frailes mercedarios fueron obligados por los insurgentes a sepultarn en la cripta de San José, del Cementerio de El Tejar, a los herejes fallecidos ingleses. Algunos años más tarde, fueron exhumados y re-enterrados en un campo baldío ubicado al norte del Churo de la Alameda, detrás de la iglesia de El Belén.

Entre las bajas británicas se contaron 46 mutilados de guerra, cuyos nombres constan en los partes de guerra. En Pichincha, dirigió al Albión el coronel John Mackintosh, quien fue ascendido y condecorado por su valor, junto a todo su Estado Nayor: el Tcnl. Thomas Mamby, el Cap. George Laval Chesterton y  los Ttes. Francis Hall, James Stacey, Lawrece McGuire, Peter Brion, John Johnson y William Keogh.

Bolívar y Sucre dieron a los británicos que así lo quisieran tierras donde afincarse y el derecho absoluto sobre su propiedad. Asimismo se les aseguró el culto protestante y la fundación de logias masónicas.

Medalla Conmemorativa de la Legión Irlandesa