viernes, 23 de marzo de 2012

Olañeta: El maldito de la historia liberal



Pedro Antonio de Olañeta y Marquiegui nació en Elgueta (Vizcaya) en 1770 en el seno de una familia humilde. A los dieciséis años emigró con sus padres y hermanos a América, residiendo alternativamente entre Potosí y Salta.

Como muchos otros vascos que emigraron a fines del siglo XVIII, los Olañeta se dedicaron al comercio. Y lo hicieron bien. Pronto abrazaron una importante fortuna y pudieron hacerse un lugar entre la clase acomodada de Salta del Tucumán. Por su parte, Pedro casó con una prima suya; hermana del jujeño Juan Guillermo Marquiegui, el futuro coronel realista del que en algún otro momento nos ocuparemos.

Para cuando tuvo lugar la Revolución de Mayo de 1810, Olañeta conducía su estancia y sus hombres como un verdadero caudillo. Como otros, cayó en las redes de la propaganda de las ideologías y pensó, por un momento, que —como decía— la Revolución porteña se hacía en nombre del Rey preso de Napoleón.

Sin embargo, pronto comprendió la mentira de los “patriotas” y sus fines independentistas y pro-británicos, volcándose entonces por el bando “realista”. Con sus fieles, el caudillo Olañeta se puso bajo las órdenes de José Manuel de Goyeneche —un criollo— y participó en la campaña de defensa del Alto Perú contra la agresión porteña.

Con sus gauchos, Olañeta operó principalmente en lo que posteriormente sería Provincia de Jujuy (en ese entonces parte de Salta), destacándose por su arrojo y fidelidad al Rey.

En 1817 logró ocupar San Salvador, hasta que fue rechazado por las bestiales huestes de Martín Miguel de Güemes y sus métodos terroristas. Retirándose entonces hacia el Alto Perú, Olañeta quedó al mando de Joaquín de la Pezuela y sus hombres fueron organizados como regimiento, con él como coronel.

Posteriormente, fue ascendido a general de brigada y, bajo las órdenes de José de la Serna, hizo las campañas de 1821 a 1823. Pero cuando se hicieron evidentes las intenciones traicioneras de los liberales, se enfrentó a La Serna y se convirtió en el único “Defensor del Altar y el Trono” —como él repetía— .

Perseguido por los traidores que arteramente dominaban sobre la mayoría del otrora fiel ejército realista, se puso en contacto con Bolívar y sectores “patriotas” conservadores. Al menos, pensaba, aseguraría un refugio para los verdaderos fieles al Rey —los “absolutistas”, como los tilda la historia liberal—.

Tras recibir noticias de la liberación del Rey por parte de las fuerzas realistas de la Península y la anulación del monarca de las leyes liberales, el 15 de enero de 1824, el Gral. Pedro Antonio de Olañeta decide resistir a los jefes liberales del virreinato peruano. La rebelión se extiende entre toda la tropa realista el 22.

Olañeta intima al gobernador intendente de Potosí, José Santos La Hera, para que ponga a su disposición su guarnición de 300 hombres. En un primer momento, La Hera resistió con sus hombres en la Casa de Moneda potosina; aunque, evitando el enfrentamiento, entregó sin combatir sus tropas a Olañeta a cambio de un salvoconducto para sus oficiales y él mismo.

Luego, se dirigió a Chuquisaca (Charcas), donde intimó al presidente de la Real Audiencia, Rafael Maroto, a entregar la guarnición y la ciudad. Lo que éste hizo, refugiándose en Oruro.

Los liberales del virreinato peruano, al mismo tiempo que negociaban con facciones “patriotas” que les eran afines con el fin de independizar Perú, envían a Jerónimo Valdés desde Arequipa para perseguirlo. El 9 de marzo del ’24, Valdés y Olañeta se entrevistan en Tarapaya, en las afueras de Potosí.

El jefe “absolutista” exige la deposición de los gobernadores La Hera y Maroto, y demanda el control del Alto Perú en vistas a su futuro nombramiento como Virrey del Río de la Plata, según se le había informado desde España. Para ganar tiempo mientras José Canterac negociaba en secreto con los republicanos peruanos en nombre de la facción liberal del realismo peruano, Valdés accede a lo que le pide Olañeta. Por su parte, éste asistiría con dinero a Cuzco para resistir a los insurgentes y daría apoyo con sus tropas en caso de un desembarco “patriota” en Iquique o Arequipa.

Pero los liberales no pretendían cumplir. Valdés nunca desocupó Cochabamba ni La Paz. Y, tras la sublevación del Callao que permitió la reocupación realista de Lima, el Virrey peruano se sintió fuerte y envió tropas de refuerzo a Valdés, que estaba en Oruro.

Enterados de los nuevos vientos que soplaban en la Península Ibérica, los liberales se hicieron entonces “absolutistas”. La Serna suprimió el régimen constitucional en el Perú, pero exigió sumisión a Olañeta. Éste que sabía de las verdaderas intenciones del Virrey limeño, se negó, por lo que Valdés recibió órdenes, el 4 de junio de 1824, de usar la fuerza en el Alto Perú.

Muchos antiguos prisioneros insurgentes, incluyendo un importante contingente de argentinos, se unieron a Olañeta para resistir a los liberales de Valdés. Los “absolutistas” altoperuanos contaban, además, con el apoyo del Cnel. Marquiegui y del Cte. José María Valdez, “el Barbarucho”, que defendían Chuquisaca, y con el Brig. Francisco Javier Aguilera, que resguardaba Cochabamba. En total, unos cinco mil hombres defenderían al Rey en el Alto Perú.

Frente a ellos, lo mejor del Ejército Real del Perú, dividido en dos columnas: una al mando de Valdés contra Chuquisaca y otra, dirigida por Carratalá, contra Potosí. Junto a los jefes liberales, oficiales famosos (o que lo serán posteriormente) como Valentín Ferraz, Cayetano Ameller, José Santos La Hera y Rafael Maroto.

El 20 de junio, Olañeta da a conocer un Manifiesto a los habitantes del Perú donde denuncia la doblecara de los constitucionales que hoy lo acusan de traidor, cuando él solo defendió en todo tiempo los derechos del Rey. Si había guardado lo convenido en Tarapaya, explica, fue para evitar “una guerra desoladora”. Pero ahora debía resistir.

Ocho días después del manifiesto, Olañeta salió de Potosí con destino a Tarija. Poco después, el Barbarucho desocupaba Chuquisaca ante tropas muy superiores en número. Valdés entró en la capital de Charcas el 8 de julio y, en nombre del Virrey, nombró al Cnel. Antonio Vigil como presidente de la Audiencia y al Gral. Carratalá como gobernador intendente de Potosí.

El 12 de julio, en Tarabuquillo (Tomina, Chuquisaca), Barbarucho resistió a la caballería de Valdés. El caudillo salteño de la larga barba colorada, al frente de tan sólo 350 hombres, venció a los 4000 de Valdés (incluyendo 800 de caballería). Pero al día siguiente, se produce la traición de Ignacio Rivas, que, al frente del 2º Escuadrón de Dragones de la Frontera, se pasa a las fuerzas peruanas liberales.

También el 13 tiene lugar una verdadera operación comando. Un pequeño escuadrón de 70 Dragones de Santa Victoria, saliendo del pueblo de Puna, a las órdenes de Pedro Arraya, Juan Ortuño y Felipe Marquiegui, entran por sorpresa en Potosí, capturan a Carratalá y se lo llevan prisionero.

El 26 de julio, Valdés se presenta con su poderoso ejército en el pueblo de San Lorenzo (en las afueras de Tarija), exigiendo al comandante Bernabé Vaca la entrega de la guarnición y de su prisionero, Carratalá. Poco días después, cae Tarija; pero Olañeta logra escapar.

Barbaducho, al mando del Regimiento Unión, parte hacia Suipacha; mientras que el Cnel. Carlos Medinaceli, con los regimientos de Cazadores y de Chichas, van con dirección a Santiago de Cotagaita. Por su parte, el Cnel. Francisco de Ostria, al frente del Regimiento de Dragones Americanos, parte a Cinti (hoy Camargo), y Olañeta, con dos escuadrones de la guarnición de Tarija, logra recuperar esta ciudad el 5 de agosto y recobrar algunos desertores.

Pero mientras Olañeta recuperaba Tarija y Francisco López (subordinado de Aguilera) tomaba prisionero al traidor de Rivas en La Laguna, su cuñado Marquiegui caía prisionero de Valdés en Santa Victoria (Salta). Por la noche, el Barbarucho, con sólo 250 hombres, sorprende a Carratalá, con más de 700, capturándolo y llevándose dos cañones y centenares de caballos, mulas, fusiles y pertrechos.

Mientras Valdés regresaba de Santa Victoria (Salta) con dirección a Tupiza, Olañeta hostilizaba su retaguardia. El 13 de agosto se produce el combate de Cazón, un gran éxito del Barbarucho, tomando numerosos prisioneros y rescatando al coronel Marquiegui. Al día siguiente, en Cotagaitilla, nuevamente los realistas peruanos sufren un duro golpe. Y, poco después, en La Lava, son nuevamente alcanzados por el heroico Barbarucho, muriendo Cayetano Ameller en la refriega. Pero este caudillo “absolutista” era demasiado arrojado, hasta la imprudencia, y en el amanecer del 17, cae prisionero junto con todo su batallón. Frente a los 2000 hombres que Valdés había perdido desde que abandonara Salta, los 350 hombres del Barbarucho no eran tantos; pero para Olañeta eran decisivos. Con esta pírrica victoria, Jerónimo Valdés encontraba ahora despejado el camino hasta Chuquisaca.

Tras la batalla de Junín el 6 de agosto, el ejército realista del Perú comienza a tambalear y Valdés recibe la orden de trasladarse en forma urgente al Cusco. Valdés envió al comandante Vicente Miranda para negociar el fin del conflicto. “¡Basta de sangre!” eran las hipócritas palabras del jefe liberal peruano, a la vez que le ofrecía quedarse con el mando del Alto Perú hasta el río Desaguadero y liberar a todos los prisioneros. A cambio, pedía a Olañeta disponer de una fuerza de dos mil infantes y quinientos caballos a disposición de Lima, en caso de que fuese necesario frenar el avance de Bolívar.

En el parte de Bolívar del 13 de agosto, dice de este ejército realista del vizcaíno fiel que era “verdaderamente patriota y protector de la libertad”. Por su parte, el liberal Espartero, acusó a Olañeta de infame y traidor, y de querer unirse a los insurgentes de las Provincias del Río de la Plata.

Nuevamente Valdés incumplió su palabra. Mientras que Olañeta liberaba a sus prisioneros, el primero se llevaba los suyos al Perú. En el viaje, el Barbarucho y el capitán Francisco Zeballos lograron escapar.

En octubre, el general revolucionario José Miguel Lanza, que gobernaba un “republiqueta” en las montañas de Ayopaya, reconoció la autoridad de Olañeta.

No fue, como dice la historiografía oficial, la batalla de Ayacucho el fin de la presencia realista en América del Sur. Olañeta continuó resistiendo, fiel a la Corona y a la Tradición española, con base en Potosí.

En un primer momento Olañeta buscó cooperar con Pío Tristán, quien había desconocido la capitulación de La Serna y asumía como virrey del Perú. Pero, eventualmente, también Tristán se acogió a la capitulación de Ayacucho, dejando a Olañeta nuevamente solo.

El líder insurgente Antonio José de Sucre ofreció a Olañeta que, si se pasaba al bando republicano, le dejarían el mando sobre todo el Alto Perú. El líder “absolutista” se negó —si él gobernaba el Alto Perú, lo hacía únicamente como representante del Rey; no estaba en su espíritu el coronarse dictador de una republiqueta—, pero, en cambio, propuso la firma de un armisticio.

Sin embargo, los intereses de la minería británica no iban a permitir un Alto Perú en poder realista y tradicional. Traicionando el pacto, por órdenes de Bolívar, cayó La Paz el 29 de enero de 1825 en poder insurgente —con ayuda de Lanza, nuevamente traidor pasado al bando “patriota”—.

Perseguido desde el norte por el mariscal Sucre, que había cruzado ilegalmente el río Desaguadero el 6 de febrero, y cercado desde el sur por Juan Antonio Álvarez de Arenales con tropas venidas de las Provincias Unidas del Río de la Plata  —teóricamente neutrales—, Olañeta convoca un consejo de guerra en Potosí. Se vota por continuar la guerra y se envía a Medinaceli a Cotagaita y al Barbarucho a Chuquisaca, mientras que Olañeta parte a Vitichi, llevando consigo el Tesoro de la Real Audiencia —lo que quedaba de él; recordemos que el tesoro original había sido robado por la Junta bonaerense en 1810—.

Sucre ingresa en Potosí el 29 de marzo. Pero mientras tanto y ante un panorama de desesperación, la defección y la traición se apoderan de las fuerzas realistas. Casimiro Olañeta, sobrino del caudillo realista, mientras se dirigía a Iquique para comprar armas, se entrega a Sucre y lo pone al tanto de los planes de su tío. Por su parte, las tropas del Cnel. Medinaceli se sublevan y éste se acoge a la capitulación de Ayacucho, pasándose a los “patriotas”. Cayó así Cotagaita.

Enterado de la traición, Olañeta se pone en marcha para atacar a su antiguo subordinado. Mientras tanto, Medinaceli, habiendo recibido refuerzos de mercenarios “patriotas”, toma posiciones en el río Tumusla. El 1º de abril se produce el enfrentamiento. Olañeta, el invencible, es herido y cae al suelo, lo que provoca la desbandada de sus hombres —la mayoría de ellos indígenas agotados de años de guerra contínua—.

La batalla de Tumusla fue así uno de los últimos combates entre fuerzas regulares de lo que fueron las Guerras de la Independencia en América Española. Un día después de Tumusla, el valiente Olañeta, mientras se recuperaba de sus heridas, es asesinado vilmente por uno de sus hombres —pagado por las logias—.

Días después, el Barbarucho, José María Valdez, se ve obligado a rendirse en Chequelte, al frente de 200 hombres ya sin municiones. Sin embargo, Francisco Javier Aguilera continuará una resistencia de guerrillas durante unos años más.

Sin conocer el triste destino de su fiel general, el 12 de julio, el rey Fernando VII nombró a Pedro Antonio de Olañeta como virrey del Río de la Plata. Fue el reconocimiento póstumo del único que fue Siempre Fiel.



5 comentarios:

  1. Muy interesante la relación histórica sobre la guerra interna y la última campaña por la libertad del Alto Perú. De mi parte tengo escrito el libro titulado El Libertadoir de Charcas, donde se reivindica la obra del Cnel. Car,los Medonaceli que es el auténtico libertador del Alto Perú, que no tuvo la participación de los generales Bolívar y Sucre. En mi libro se insiste es estos particulares.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Medinaceli, al parecer, quien confabuló con Casimiro, para liquidar a Olañeta...

      Borrar
  2. La relación narrada no es la perteneciente a García Camba?? Saludos cordiales. Buen y documentado blog. Desde el Callao. JCHA.

    ResponderBorrar
  3. El libro fue publicado el año 2005, con sustento en cartas y documentos pertenecientes al Cnel. Carlos Medinaceli que es el autentico libertador del Alto Perú, a desdén de Bolívar y Sucre.

    ResponderBorrar
  4. Mi libro "EL LIBERTADOR DE CHARCAS2, fue publicado el año 2005 en Sucre, Bolivia y tiene como sustento las cartas y documentos pertenecientes al Cnel. Carlos Medinaceli, que es el autentico libertador del Alto Perú o Charcas, a desdén de Bolívar y Sucre.

    ResponderBorrar