René José
Silva, 10/X/2016. [*]
[Traducción libre de “In Defense of the King:
Observations on Spanish American Royalism in the Era of Independence”, Panoramas (Center for Latin American
Studies, University of Pittsburgh, II/2015).]
Entre los historiadores, la
independencia latinoamericana ha sido y sigue siendo un campo de investigación
prolífico. Comenzando con los relatos personales de los participantes en las
guerras de independencia publicados en la primera mitad del siglo diecinueve,
década tras década los historiadores han producido una corriente continua de
erudición sobre los eventos que dieron nacimiento a las naciones múltiples de
América. Estos reportes generalmente pro “patriotas” se han visto enmarcados
dentro de los márgenes de una narrativa nacionalista que sirve para elucidar
los orígenes de los Estados de hoy día, incluso aunque los contornos
geográficos y políticos del Imperio Hispanoamericano no necesariamente encajan
en las configuraciones modernas. [1] La misma intensidad investigativa no se
aplica a aquellos americanos que se pusieron del lado del monarca español. Hasta
recientemente, los realistas que defendieron al Rey Borbón —aunque bastante
significativos bajo cualquier punto de vista— habían sido mayormente olvidados.
[2] Estos criollos, nativos, mestizos, castas, negros libres, esclavos y
residentes españoles de largo aliento en América conforman un grupo distinto al
de los peninsulares enviados desde España durante períodos de tiempo limitados
para gobernar el Imperio u ocuparse del comercio. Afortunadamente, estudios
innovadores provocados en parte por la oleada de historiografía social y cultural
del pasado siglo veinte han redescubierto una riqueza de evidencia sobre
aquellos segmentos de la sociedad que optaron por conservar su lealtad a la
Corona española. Los resultados han sido impresionantes y con frecuentes sorprendentes.
Entre la miríada de características del realismo hispanoamericano, al menos
sobresalen cuatro elementos: la volatilidad del proceso independentista, los
factores religiosos, los múltiples significados de lealtad y las actividades de
los subalternos coloniales. Cada uno de estos temas ha recibido la atención
erudita desde hace poco.
Desde una perspectiva
hemisférica, la lucha por la independencia latinoamericana fue altamente
contenciosa, en no menor medida debido a que importantes sectores de la
población apoyaron al monarca. Muchas áreas disputadas estuvieron
alternativamente bajo autoridad imperial o “patriota” en coyunturas diferentes.
Nueva Granada es tal vez el ejemplo más sobresaliente de este casi perpetuo
estado fluido. Dentro del virreinato, ciudades como Cartagena de Indias y
Bogotá buscaron la independencia total a medida que se desarrolló el conflicto,
mientras que otras como Santa Marta, Río Hacha y Pasto intentaron permanecer
bajo la tutela de la dinastía borbónica. Para todos, la resolución debió
esperar al final de la lucha pero, en el ínterin, cada una sucumbió a los
cambios dramáticos traídos por los acontecimientos militares y políticos. Como el
resto del Imperio, Cartagena se vio recortada del reino luego de que Napoleón
invadiera la Península Ibérica en 1808. Su reacción al comienzo de todo fue
profesar fidelidad a la Corona. La ciudad procedió luego a declarar la
independencia en 1811, fue reconquistada por el ejército expedicionario español
en 1815 y recuperada por las fuerzas “patriotas” en 1821. Así, durante el
transcurso de poco más de una década, el puerto se vio gobernado como una
entidad autónoma dentro del marco del diseño imperial, apartado durante un
tiempo del estandarte real, coaccionado bajo sumisión absolutista y dejado en
libertad definitivamente de todo y cualquier ligadura con la madre patria. Tal proceso
obviamente no fue una receta de estabilidad. Sus habitantes —aquéllos que
lograron sobrevivir las subsiguientes fases y permanecer o regresar— tuvieron que
adaptarse en consecuencia a sus nuevos gobernantes durante cada etapa del
camino. Esta volatilidad fue la norma en gran parte del Imperio. De las áreas
que eventualmente lograron la independencia, sólo las jurisdicciones coloniales
del Perú y del Río de la Plata experimentaron algún sentido real de continuidad
política. En la primera, la fidelidad a la Corona se vio sostenida hasta el
mismo final del enfrentamiento, un momento que los historiadores
tradicionalmente atribuyeron a la batalla libertadora “final” de Ayacucho en
1824. [3] En el último caso, la mayor parte del Cono Sur al Este de los Andes
conservó una independencia de facto desde el principio del movimiento en
adelante. [4] Tras la conclusión de la guerra, los territorios del hemisferio
occidental bajo dominio imperial quedaron reducidos a islas caribeñas como Cuba
y Puerto Rico. Un excelente estudio que demuestra la volatilidad del período es
la colección de ensayos editados por Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel
Roca con el título Cartagena de Indias en
la Independencia. [5]
Incrustados en esta
inestabilidad, las fortunas de los realistas estaban sujetas a preocupaciones
religiosas. Fray Eugenio Torres Torres ha editado una sobresaliente colección
de ensayos sobre la Orden Dominicana que examina el papel de la institución
católica durante el período de la independencia. [6] La historiografía
latinoamericana ha subrayado frecuentemente la significación de clérigos como
el Padre Miguel Hidalgo en México en apoyo del esfuerzo “patriota”. Por esa
razón, es refrescante encontrar que aquí los colaboradores eruditos han
reconocido la complejidad más pronunciada del conflicto y han encontrado las
simpatías de los sacerdotes, monjas y hermanos laicos afiliados de la Orden hacia
ambos lados de la división entre “patriotas” y realistas. Los protagonistas
inclinados hacia el realismo incluyen a un sacerdote dominico cuyas afinidades
camaleónicas espejaban los flujos y reflujos de la guerra en Chile, cambiando
de lado de acuerdo con los recurrentes cambios de régimen; las hermanas
dominicas en la Argentina que fueron acusadas de deslealtad por establecer
contacto con prisioneros de guerra pertenecientes a los antiguos círculos de la
alta sociedad; y los comerciantes prósperos en Buenos Aires devotos de la
Tercera Orden Dominicana para seglares cuya influencia se fue disipando
continuamente a medida que la región rechazaba al monarca y abrazaba la causa
republicana. Tal vez la más intrigante ilustración realista, sin embargo, fue
engendrada por eventos poco conocidos en Nueva España, donde Fray Ramón Casaus escribió
El Anti-Hidalgo en 1810 como una
refutación directa del trabajo del célebre sacerdotes insurgente, mientras que
otros realistas intentaron compensar la veneración de la Virgen de Guadalupe
entre las fuerzas pro independentistas exponiendo activamente la intervención
divina de la Virgen de la Soledad en Oaxaca del lado del rey Fernando VII. [7]
La invasión catalítica de
Napoleón a la Península Ibérica en 1808 tuvo efectos profundos más allá del
Atlántico, impulsando una cadena de consecuencias no deseadas que transformaron
al Imperio en un desarreglo. El soberano español fue secuestrado y retenido
como rehén por los invasores y un nuevo régimen bajo el liderazgo del hermano
del emperador francés, José I, fue impuesto a todo el país. Los españoles que
consideraban a Napoleón una extensión de los ideales de la Revolución francesa
y el toque de difuntos para el absolutismo borbónico dieron la bienvenida a los
agresores y declararon su lealtad al nuevo orden. La mayoría, sin embargo,
desafiaron a los intrusos. Como respuesta, las regiones étnicamente diversas de
España formaron sus propios gobiernos locales en oposición a los franceses y en
apoyo del Rey cautivo. Así nació la Guerra de la Independencia Española. Las acciones
peninsulares llevaron eventualmente a la creación de un Consejo de Regencia que
pretendía representar a toda la nación. El problema fue que sus ejércitos repetidamente
fallaron en el campo y los españoles en todos lados perdieron su fe en la
capacidad del Consejo para gobernar. Esta situación llevó en última instancia a
la formación de las Cortes españolas en 1810 que incluían la representación de
los dominios imperiales de ultramar. Sin embargo, cuando los gobiernos locales
en América se enfrentaron a la cuestión central de la lealtad a una causa
común, las opciones estaban lejos de ser claras. La cuestión pronto fermentó en
la pregunta más amplia de lealtad a quién. Una posibilidad era el nuevo monarca
francés. Otra era el Rey español rehén. Una tercera era una solución de
compromiso en las estructuras imperiales existentes, como los virreinatos y
capitanías generales, bajo los jefes nombrados por Fernando. Una cuarta era la
floreciente oposición nacionalista en la “patria” —primero hacia el Consejo de
Regencia y luego hacia las Cortes. Finalmente, los locales podían recurrir a
precedentes históricos de la Reconquista medieval y proclamar la autonomía de
los autogobernados cabildos locales. La complejidad de este intrincado proceso
se vio más complicado en 1814 con la reinstalación de Fernando VII. Inmediatamente se volvió hacia aquéllos que
habían peleado en su nombre y envió una masiva expedición militar para
recuperar sus posesiones transatlánticas para su gobierno absolutista. El Rey fue
depuesto nuevamente en 1820, sólo para recuperar su trono en 1823 con la ayuda
de la mismísima Francia. Dado el abanico de alternativas para los miembros de
tan extenso, desconectado y multifacético Imperio, no es sorpresa que los
distintos locales inicialmente hiciesen elecciones diferentes. O que los
eventos se fueran completamente de manos y que muchas regiones prosiguieran por
el camino de la eventual independencia.
Dos textos recientes tratan sobre
esta dinámica de lealtad. Preaching
Spanish Nationalism Across the Atlantic de Scott Eastman examina cómo el liberalismo
se intersectó con el catolicismo para crear una nueva ideología en defensa de la
nacionalidad española —logrando ayudar a derrotar a las armas francesas en la
Península pero fracasando en Nueva España donde la misma síntesis
paradójicamente sirvió para fortalecer la causa de la independencia mexicana. [8]
La colosal compilación en tres volúmenes de José Antonio Escudero intitulada Cortes y Constitución de Cádiz: 200 Años
también incluye ensayos de académicos de primera línea que exploran el
significado de la lealtad en América bajo las luchas políticas que disparó la
invasión francesa. Aunque la intención de la obra no es analizar el realismo en
sí, las visiones consideradas en los dieciocho ensayos que específicamente
tratan de América—demasiado numerosos para reseñarlos aquí—proveen una
fascinante mirada de las diversas facetas de la cuestión de la lealtad
confrontada por los súbditos españoles de allí. [9]
Un componente integral de la
cuestión de la lealtad también concierne a los grupos subalternos en Hispanoamérica
que defendieron las prerrogativas de la Corona. Dos estudios recientes proveen
un análisis detallado de las elecciones que confrontaron los pueblos indígenas,
los descendientes de africanos y los de antepasados mixtos, y las conexiones de
esos grupos con los eventos macro. [10] Los resultados a primera vista parecen presentar
extrañas contradicciones —por ejemplo, los indios alguna vez conquistados que
se ganaron el respeto de los españoles por su continua lealtad, así como los
criollos de antepasados españoles generaban sólo desprecio peninsular por su
rebelión. Una clave de la lealtad defensiva en Santa Marta fue el apoyo que las
élites locales recibieron de los indios rurales que entendían que el apoyo al
Rey era la manera de mantener sus privilegios bajo el sistema imperial
reinante. Los indios caquetíos de Coro en Venezuela del mismo modo apoyaron a
los españoles como forma de preservar su status como “libres”, garantizado por
un acuerdo diplomático con España en 1527. Otro estudio explora las distintas
lealtades entre los negros. Curiosamente, los arribos de esclavos más recientes
desde África tendían a apoyar al monarca español, mientras que los negros
libres y esclavos de padres americanos afiliados a fraternidades religiosas o
gremios de artesanos con frecuencia apoyaron al bando “patriota”. La lógica de
la fidelidad de los subalternos revela que la lealtad en Hispanoamérica fue
construida más sobre la base de las necesidades y aspiraciones pragmáticas
locales más que sobre la de un espectro ideológico más amplio defendiendo los
principios abstractos de la libertad. [11]
Estas observaciones demuestran
que el realismo hispanoamericano conlleva el potencial para convertirse en campo
de estudios históricos mejor desarrollado, del mismo modo que ya ocurre del
lado británico americano con los “Loyalists”
de la Revolución americana. [12] Las posibilidades de investigación son
infinitas. Los estudios recientes sobre la volatilidad política, la religión,
la ideología realista y la subalternidad mencionados aquí son la punta del
iceberg. Aforando de lo que estas investigaciones y otras anteriores han
develado a la fecha, la lucha por la independencia puede no haber sido tan
tranquilizadoramente transparente como alguna vez se supuso.
Detalle de Denis Auguste Marie Raffet, "Memorable y decisiva batalla de Ayacucho en el Perú" (1926). |
Referencias:
[*] René Silva nació en La Habana
(Cuba) y pasó su primera niñez en la isla. Exiliado con su familia, creció en
el nordeste de los Estados Unidos. Graduado en Comunicación en la Universidad
Seton Hall (1977), magíster en Historia por la Univ. Internacional de Florida
(2011), próximamente doctorado en Historia Atlántica en la misma Universidad;
es profesor asistente e investigador en la misma alta casa de estudios.
[1] Por ejemplo, para fines del
siglo dieciocho lo que hoy son Ecuador, Venezuela y Panamá eran todos parte del
Virreinato de Nueva Granada; los países de la moderna Centroamérica estaban
bajo el eje de la Capitanía General de Guatemala; mientras que Uruguay,
Paraguay y la mayor parte de Bolivia estaban dentro del Virreinato del Río de
la Plata.
[2] Estudios
excepcionales sobre este grupo son más numerosos para Perú que tal vez para
cualquier otro país latinoamericano e incluyen: Daniel Valcárcel, “Fidelismo y
separatismo en el Perú”, Revista de
Historia de América nº 37-38 (I-XII/1954): pp. 133-162; Armando Nieto
Vélez, Contribución a la historia del
fidelismo del Perú, 1808-1810 (Lima: Instituto Riva Agüero, 1960); Raúl
Palacios Rodríguez, “Notas sobre ‘fidelismo’ en la Minerva Peruana”, Boletín del Instituto Riva Agüero nº 8
(1969): pp. 757-806; Waldemar Espinoza Soriano y Luis Daniel Morán Ramos, Reformistas, fidelistas y
contrarrevolucionarios: Prensa, poder y discurso político en Lima durante las
Cortes de Cádiz 1810-1814: Tesis doctoral (Lima: Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, 2008); César Félix Sánchez Martínez, “Dispuestos a esgrimir nuestras espadas con
los aleves enemigos: la reacción realista en el sur del Perú 1814-1825”, Ahora Información nº 104 (Madrid: 2010).
[3] La investigación reciente ha
identificado conflictos violentos que continuaron más allá de la “grand finale” históricamente aceptado. Por
ejemplo, el ensayo de Heraclio
Bonilla sobre los indios de Iquicha en Indios,
negros y mestizos en la independencia (Bogotá: Planeta / Universidad Nacional
de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 2010).
[4] El proceso en Chile al Oeste de los Andres no sigue en este patrón.
[5] Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca (Ed.), Cartagena de Indias en la independencia (Cartagena:
Banco de la República, 2011).
[6] Fray Eugenio Torres Torres (Ed.), Dominicos
insurgentes y realistas, de México al Río de La Plata (México: Porrúa
Miguel Ángel, SA, 2011).
[7] Para una selección de textos
de ensayos específicos de esta colección y otras obras referenciadas aquí, ver René
J. Silva y Victor Uribe-Urán, “Spanish American Royalism in the Age of
Revolution”, Latin American Research
Review vol. 49 No. 1 (2014), pp. 271-281.
[8] Scott Eastman, Preaching Spanish Nationalism Across the Atlantic, 1759-1823 (Baton
Rouge: Louisiana University Press, 2012).
[9] José Antonio Escudero, Cortes y
Constitución de Cádiz: 200 Años (Madrid: Espasa, 2011), 3 volúmenes.
[10] Heraclio Bonilla (Ed.), Indios,
negros y mestizos en la independencia (Bogotá: Planeta, 2010); Jairo
Gutiérrez Ramos, Los indios de Pasto
contra la república, 1809-1824 (Bogotá: Instituto Colombiano de
Antropología e Historia, 2007).
[11] Ver nota
7.
[12] Ver René J. Silva, “Loyal and Royal: A
Comparative Analysis of Adherents to the Crown during the American Revolution
and the Spanish American Wars of Independence”, inédito (2013).