Con profunda alegría comunicamos la aparición del nuevo libro de nuestro colaborador ecuatoriano Francisco Núñez Del Arco Proaño: Quito fue España: Historia del Realismo Criollo.
El mismo será presentado el día 9 de junio de 2016 en Quito en lugar a designar. Contará con la digna presencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón.
Para mayor información, la página en Facebook que lo anuncia.
«La liberación de las espaldas de indígenas por la introducción de bestias, bien merecen, como el asno, más estatuas que tantos de nuestros libertadores.»
—José Vasconcelos
¿La Independencia liberó a los pueblos de sus opresores? ¿Cómo explicarse que la llamada Guerra de Independencia haya durado más de 15 años en la América del Sur? ¿Cómo explicarse que nuestra región, la llamada en nuestros días América Latina, sea la más involucionada del mundo tan sólo después de África? ¿Cuáles son las causas de todo esto?
Es en el período que ha sido denominado como de «Independencia», cuando se conforman ex-novo los actuales estados-nación de la América Hispana o, mejor dicho, de la España americana, por la sola acción de un puñado de oligarcas, sedientos de mayores esferas de poder y de riqueza de las que ya gozaban, orquestados bajo la dirección del conocido principio divide et impera de la política colonial británica, es decir, bajo los intereses de división y dominación inglesa de nuestro continente, donde podemos encontrar las respuestas para las dolencias que nos aquejan hasta el día de hoy. La acumulación agropecuaria en el sector primario, el estancamiento en una fase agraria de nuestros países y sociedades, de nuestras economías, impidiendo la normal evolución hacia los sectores secundario y terciario de la cadena productiva, o sea, la nunca realizada revolución industrial, y la ausencia de significativos desarrollos político-culturales y, por extensión científico-técnicos, se explican con facilidad tomando como punto de referencia el período de la «independencia» y lo que ocurrió en las inmediatas décadas posteriores, producto exclusivo de esta etapa.
Que la Independencia o las independencias hayan liberado a los pueblos de sus opresores es una falacia absoluta que no sostiene el rigor histórico más elemental. Dicha falacia oficialista se sustenta a través del elenco de mentiras impuestas verticalmente por una mitología artificial cocinada ad hoc que sirvió entonces y sirve aún hoy para legitimar la existencia de las bananeras repúblicas americanas, instrumento político cuya razón de ser consiste única y exclusivamente en facilitar inmunidad plena a la explotación del colonialismo financiero internacional.
¿Quiénes eran y son los opresores y cuáles los oprimidos?
Una evidencia fácilmente constatable de lo sucedido es que la Guerra de la Independencia en América del Sur se extendió por más de 15 años, casi el triple del tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial, y eso tomando en consideración la tenacidad del soldado alemán y la incomparable capacidad industrial del continente europeo. ¿Cómo y por qué se extendió entonces tanto un conflicto donde supuestamente la inmensa mayoría de la población nativa: criollos, mestizos, indios, negros, mulatos... se posicionaron ab initio y sin fricciones a favor de la independencia? ¿Cómo se entiende que cerca de 20.000.000 de abnegados patriotas americanos necesitaran tantos años para doblegar a menos de 50.000 peninsulares de toda condición -hombres, mujeres y niños- residentes en la América? En el censo mexicano de 1827 aparecen catalogados 7.148 españoles peninsulares dentro de una población de más de 6.000.000 de habitantes nativos. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que seis millones de personas precisarán más de 15 años de luchas fratricidas para reducir a un núcleo de 7.000, del que siendo generosos quizás sólo una cuarta parte son hombres en edad militar?
Analicemos otra evidencia. Las últimas guerrillas realistas en rendirse fueron: 1839, capitulación de las guerrillas realistas indias del Perú; 1845, rendición y exterminio de las guerrillas negras, pardas y mulatas dirigidas por un indio en Venezuela; 1861, derrota de los últimos reductos realistas de Sudamérica en la región india de Araucanía al sur de Chile -nunca incorporada a la Monarquía Hispánica, curiosamente-. Es más que notable que los últimos reductos realistas hayan sido sostenidos precisamente por integrantes de los grupos étnicos que, supuestamente, más quisieron liberarse del «saqueo» sufrido durante trescientos años.
No podemos dejar de entender, haciendo aquí nuestras las palabras del embajador nicaragüense, Augusto Zamora Rodríguez: «Para las poblaciones indígenas la independencia fue una auténtica tragedia, porque guste o no, las Leyes de Indias desarrollaron un primer sistema de derechos humanos en que a estos pueblos se le reconocieron territorios, idiomas, derechos a vivir bajo sus culturas y hasta los evangelizadores tenían que aprender las lenguas de estos pueblos. Todo eso fue desbaratado por las oligarquías que tomaron el poder. Al destruirse esas leyes, los indígenas quedaron desamparados y los terratenientes se lanzaron sobre sus tierras, antes protegidas por la corona. Ahora, en América latina, encontramos una gran paradoja: los pueblos indígenas andan buscando las cédulas reales que les reconocían sus territorios. Esta es la demostración más palpable de que las Leyes de Indias fueron un sistema mejor para los indígenas que lo que vino después de la independencia. Por otra parte, las oligarquías, profundamente reaccionarias, establecieron un sistema de estado en el que la riqueza era todo para ellos y nada para los pobres. Ese es el origen de la desigualdad que hoy tenemos en Latinoamérica.»
No hace falta ser demasiado perspicaz para arribar al origen del argumento expuesto ut supra por Augusto Zamora Rodriguez, a saber: auto-odio. Auto-odio cual herramienta de dominio psicológico, sentimiento de inutilidad y ruina que lleva al inmovilismo cuando no al suicidio de nuestros pueblos. En la moderna guerra psicológica el campo de batalla es la mente del enemigo. Leyendo el tratado de Freud la estrategia de dominación parece ser de una simplicidad pasmosa.
Nacemos y nos enseñan a odiarnos, a odiar lo que somos biológica, psíquica y espiritualmente, a odiar nuestra identidad, a odiar al padre biológico, cultural y arquetípico por «violador» y a odiar a la madre mítica por «ofrecida», por haberse «dejado violar», por no haber sido lo suficientemente orgullosa -egocéntrica- y «heroica» para preferir la muerte al coito -supremo acto de amor- con el conquistador hispano; y así, como no puede ser de otra manera, a odiar al hermano.
El gran trauma de la vida nacional ecuatoriana es el odio, el resentimiento y la fijación con la figura del padre, desde la mitificada y mitificadora independencia que se constituyó en una revuelta en contra de la imagen paterna simbolizada y representada por la Monarquía, dejando vacío después ese espacio en el inconsciente colectivo, dejando un país huérfano; hasta nuestro momento actual donde los destinos del país están en manos de un hombre profundamente marcado por la relación de conflicto con su padre, también huérfano.
Llama poderosamente la atención que si bien la sociedad ecuatoriana es profundamente matriarcal –con las debidas excepciones-, nótese, por ejemplo, las diferencias entre la celebración del Día de la Madre con el Día del Padre; esta sociedad produce hombres dependientes de esa relación con el matriarcado –mamitis aguda, de quienes remplazan a su madre por su esposa- y de profundo rechazo al padre, que termina dando la pauta para su comportamiento social y público. Imponiéndose así, implícitamente, una moral femenina al hombre. Hasta para insultar se lo hace con una de las denominaciones vulgares del aparato reproductor masculino: «¡Esto o aquello vale verga!» Nadie dice: «¡Esto o aquello vale vagina!» Yo por mi parte no insulto al pene, al pene hispánico dador de nuestra propia existencia. Pienso que la mayor responsabilidad de esto es justamente la de los padres que no han hecho valer su presencia como corresponde.
La educación formal nos martillea poco a poco con sus ingeniosas mentiras, nos moldea con relatos de héroes que nunca lo fueron, de abusos que nunca sucedieron, nos conduce de una libertad adulterada, nos habla una igualdad quimérica, y de una hermandad desgajada cual tela podrida.
Nuestra historia oficial, difundida mediante la educación formal actúa a modo de estructura al servicio del poder con objeto de confundir y dividir a propósito a los ecuatorianos, facilitando su control mental y sometimiento psicológico. La futilidad de la historiografía oficial contiene contradicciones insalvables que avergüenzan a quien las conoce; contradicciones de tal calibre que no pueden excusarse por ignorancia, deben ser calificadas directamente o bien de esquizofrénicas o bien de mal intencionadas, cuando no de ambas. ¿Cómo entender que dentro del mismo libro en el capítulo primero los Incas pasan de ser genocidas y brutales invasores que someten al épico y rebelde pueblo caranqui quitu-cara, verdadero núcleo de la nacionalidad moderna ecuatoriana en episodios como Yahuarcocha cerca de 1520 y, que en el capítulo segundo, esos mismos Incas en 1534 sean heroicos resistentes a la invasión colonial española, entregando su vida por el núcleo de la nacionalidad moderna –concepto eurocéntrico inexistente entonces- a la cual anteriormente habían arrasado? ¿O cómo explicar a continuación que los libertadores son en 1822 padres de la patria, colosos y redentores nacionales a los cuales debemos ad infinitum eterna gratitud, sin quienes seguiríamos en el oscurantismo y la explotación colonial... cuando pocos años más tarde (1830) esos mismos libertadores serán militaristas extranjeros, tiránicos usurpadores de la soberanía nacional, causantes de la postración de la república? ¿Cómo asumir que la «abnegada generosidad del apoyo británico a la Independencia» se transforme casi de inmediato en dominación económica a través de la Deuda Externa Inglesa o cómo se puede leer el relato de la «independencia» bajo un prisma puramente local latinoamericano -guerra de liberación- dejando de lado la actuación determinante de las mayores potencias rectoras del orden internacional de la época orbitando siempre sobre nuestro destino continental? No, estas contradicciones no son producto del azar o de la casualidad, son el resultado del interesado criterio de quienes escribieron la historia en beneficio propio y perjuicio de todos los demás.
Ya sueltos en el mundo, surgen las corazas para defenderse de los dos primeros rasguños, y así lo bio-político-socio-histórico se extrapola a lo personal-familiar primero, y a lo común (social) después. Desde los complejos, se produce la admiración y la fascinación por el otro, sea en lo individual como en lo colectivo (el vecino tiene más y mejores cosas/el primer mundo anglosajón es mejor). La más fuerte y engañosa de esas corazas es el ego, el ego del mí –esto es mío- que suprime al Yo -Yo soy-; el ego del que merezco que los demás odien, mientan (la mentira como modus vivendi) y sufran como yo; sufran como yo al no aceptarme como lo que soy. Entonces, los vicios ajenos se adoptan como virtudes propias: orgullo (ego), vanidad, envidia (lujuria por entretenimiento), superficialidad, pasión (deseo), pasión por la ganancia y por el poder (deseo de poseer personas y cosas), estupidez (prejuicio), agresión (odio), la circunspección calculadora, el fanatismo por el trabajo, el respeto a las convenciones y a las imposiciones sociales. En resumen, máscaras que no permiten avanzar ni a la personalidad ni al conjunto.
Se enfrentan el ser contra el tener. No se escucha: «YO SOY», se adolece del «YO TENGO». El desarrollo de la personalidad se produce tomando en consideración aquello que se posee y no aquello que se es. Ergo se evita el desarrollo de la personalidad buscando la estabilidad material. Ya que se busca desarrollar la personalidad a través de lo que se posee materialmente, a través de una estrategia de proyección mediante el objeto. Objeto que realiza la función de tótem, icono simbólico al que la colectividad atribuye ciertos poderes mágicos. El equilibrio psicológico se ha alcanzado entonces al vestir unos pantalones, al calzar unos zapatos o conducir un auto de una marca determinada... todos ellos íconos mediáticos identificados con la idea de éxito social. Es así como se doma al hombre: con baratijas, espejitos y chucherías. El Dr. Pavlov lo describe muy bien en sus estudios sobre la doma de los perros pues a fin de cuentas el hombre que reniega de su libertad deviene en perro de otro y es dominado por la misma estructura de aprendizaje que nos descubrió el médico ruso del siglo pasado.
La psicopatología sería, en lugar de la historia, la disciplina que más propiamente debería investigar lo que acontece con aquellos individuos presos del auto-odio.
El hispanoamericano en sentido amplio, ya sea éste criollo, mestizo o indio reniega sus raíces. Quisiera ser inglés o estadounidense o francés o suizo o lo que sea con tal de no ser él mismo, cualquier cosa le va bien con tal de no ser español o indio.
Sin embargo, cuando le conviene el criollo hispanoamericano trata de hacerse pasar por indio cuando no lo es, como un medio cómodo y fácil de tratar de explicar y cortar la dependencia, tanto en lo que se refiere a Europa como a Estados Unidos. El indigenismo es una forma de facilismo ideológico.
Siempre revestirá mayor comodidad asumir la posición alienante de la víctima, echándoles la culpa a hombres de hace quinientos de años de nuestros males presentes; mejor esconder la cabeza en un mar de fantasías antes que asumir la responsabilidad del momento actual como beneficiarios de la herencia bio-psico-histórica que nos es propia y nos define en tanto que grupo humano diferenciado con respecto de otras culturas. Sin embargo, cada uno es arquitecto de su propio destino. De nosotros depende el seguir viviendo permanentemente engañados y engañándonos, sin querer asumir nuestra realidad. En lo que a mí concierne tengo muy claro que por fin ha llegado la hora de decir: ¡Basta! Ese es y no otro el motivo que impulsa mi voluntad al redactar estas modestas líneas. El despertar la conciencia dormida, aletargada de nuestro pueblo, a través del revisionismo histórico de la guerra de «Independencia». Alcanzar la libertad, una libertad plena de lacras e imperfecciones. Una libertad fundamentada en la verdad, pues no puede haber libertad edificada sobre la mentira al ser necesariamente una libertad falsa, desvirtuada e imperfecta. Con cuánta razón reza la Biblia aquello de: «La verdad os hará libres.»
La Monarquía Universal Hispánica al ser una creación humana distaba mucho de ser un sistema perfecto. Allí donde está el hombre aparece el error, ahora bien, la misma reconoció su falibilidad y se fundó sobre bases de realismo socio-político, aspecto que permitió un nexo común cuya coherencia y estabilidad perduró a través del tiempo. Notable es el contraste con las repúblicas que la continuaron, mantenidas endeblemente en sucesión infinita de ilusorias constituciones escritas en papel higiénico, guerras civiles, revoluciones de cuarto de hora, golpes de Estado y fraudes electorales.
Canonizados cuando no directamente sacralizados, los llamados «libertadores» constituyen a todas luces una nueva religión. Autores de la ignominia desastrosa denominada «independencia», no se contempla su crítica o estudio, la más mínima disidencia intelectual o falta de afección al régimen republicano está penada con el peor de los castigos. Sólo es permisible tolerar la idolatría y el culto por parte de la oligarquía académica establecida, sustentadora cual correa de transmisión de la oligarquía socio-política-económica verdadera beneficiaria de los réditos del discurso políticamente correcto. Es entonces, la antes citada oligarquía académica, dueña o usufructuaria de escuelas, colegios, universidades e instituciones educativas y culturales, públicas y privadas, quien impone su visión unilateral, totalitaria y dogmática de los hechos históricos a diestra y siniestra. La misma oligarquía que borró a la Monarquía Universal Hispánica de sus registros después de la Independencia, que sólo enseña de la Conquista y la Independencia, ad usum Delphini; pero se engulle de tres siglos de historia conjunta entre América y Europa. Construye cárceles mentales donde se obliga a reverenciar a ídolos con pies de barro en beneficio propio, pretendiendo ejercer una moderna inquisición a modo de policía orwelliana del pensamiento para vigilar y aún castigar las «herejías» y «traiciones» de quienes se atreven a pensar, a investigar y a buscar la verdad por sí mismos,debido a que afectan a su andamiaje engañoso y a la estructura de expoliación, fraude y estafa ideológica, establecida y mantenida sin pausa desde hace dos siglos en nuestro país y, por extensión, en todo el continente.
¿Cómo, entonces, se ha escrito hasta ahora sobre la independencia de Quito? Pues, a base de corrección política, liberalismo político, marxismo clásico y cultural, fetichismo constitucional kelseniano, relativismo conceptual y semántico, anacronismos ideológicos y chauvinistas típicos -ni hablar de los jurídico-políticos, V.g. la visión lineal de su interpretación-, como llamar colonias a los territorios de las Indias, o llamar ecuatorianos a personas que nacieron y murieron antes de que el Ecuador siquiera existiera. Repitiendo las fórmulas clásicas de los historiadores patrioteros, citando refritos como de costumbre (casi queriendo citar al Terruño). Publicando los mismos documentos de siempre. Desconociendo de historia social, de relaciones internacionales, de geopolítica, de historias de las ideas, de historia social, así como de genealogía y nobiliaria. Y, por supuesto, repitiendo con el lirismo acostumbrado hasta el cansancio que Quito era más independentista que la independencia y más libertario que la libertad… Queriendo incinerar en la neo-inquisición democrática lo que no comulga con la pretendida lógica retorcida de las ideas bolivarianas-alfaristas-liberales-neoizquierdistas (así de largo, contradictorio y absurdo es este pensamiento, consecuente nada más con el proceso de decadencia moderno). En una frase: los mismos perros con distintos collares. Lo ha dicho Pablo Andrés Brborich refiriéndose a la severidad de la verdad: «Qué mayor seriedad que la verdad.»
Latinoamérica, que no la América Hispánica, es invulnerable al desaliento. No importa cuántas veces fracase nuestro sistema político republicano basado en irrealidades desde hace dos siglos, lo seguimos intentando. Aunque no se concrete y no se vea posibilidades de concretarse ineludiblemente, siempre deberá realizarse a futuro, aun cuando nos hayamos dado con la misma piedra en los dientes diez mil veces. Una bella ucronía, casi tan bella como la del socialismo soviético que nunca llega a concretarse, pero que como género literario es envidiable. Nosotros los latinoamericanos –que no los hispanoamericanos- conocemos el mejor sistema de gobierno que jamás se haya querido experimentar, aunque siempre quede en experimento. El hecho de que hasta ahora no se haya llevado a cabo, es la más patente prueba de que se lo llevará más adelante y así hasta la eternidad. Hoy no hay república, mañana sí. ¡Volvamos mañana, pues!
La epopeya realista criolla americana con sus tintes terribles, con sus ribetes desoladores, con sus luces enceguecedoras y sus sombras pasmosas; con los cientos de miles de muertos, de masacrados, de fusilados, de azotados y humillados públicamente, de condenados al ostracismo sin regreso, muriendo lejos de sus lares, separados para siempre de sus familias y los suyos, despojados de sus bienes, perseguidos hasta la infamia; muestran que esta tierra, que esta América, parió hombres y mujeres bien paridos a la altura de los principios universales imperecederos por los que dieron y antepusieron todo, hasta su último aliento, hasta su propia vida.
Ahora que sentimos que no podemos seguir más debido a que toda nuestra esperanza se ha ido. Ahora que nuestras vidas se han llenado de confusión, cuando la felicidad es sólo una ilusión, mientras el mundo a nuestro alrededor está desmoronado; ahora que todo está patas arriba; ahora cuando los doctores destruyen la salud, los abogados destruyen la justicia, las universidades destruyen el conocimiento, los gobiernos destruyen la libertad, los medios destruye la información y las religiones destruyen la espiritualidad; ahora cuando ya no tenemos en qué asirnos, cuando todavía nos encontramos en pie en medio de las ruinas, esos muertos, nuestros muertos, esos coterráneos nuestros, nos extienden la mano desde la eternidad para reconfortarnos, para mandarnos, para decirnos que su hermosa tragedia nos brinda la esperanza de volver a encontrarnos, de volver a ser nosotros mismos.
Para como dijera ese gigante mexicano, Octavio Paz, ante otra España desangrada más de un siglo después:
«Su recuerdo no me abandona. Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o más exactamente, de volver a ser otro hombre.»
Quiero felicitarlos por esta página. Soy argentino, pero en el fondo de mi corazón me siento español americano. Comentábamos con mi esposa que estamos a dos siglos de los sucesos independentistas y hemos sido cruelmente engañados durante nuestra infancia en las escuelas. Lamentamos estos hechos a dos siglos, con una gran impotencia, solamente esperando la intervención del Cielo, la cual no se demorará.
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