lunes, 28 de febrero de 2011

Interesante manifiesto desde el Uruguay a 200 años del Grito de Asencio



Damas y caballeros, hoy 28 de febrero de 2011 de la era cristiana, se recuerda el Grito de Asencio, aquel grito revolucionario que inició la Revolución Oriental; una revolución criolla que nos puso en contra de la gloriosa Corona Española, en contra de la gloriosa dinastía de los Borbones y en definitiva en contra de nosotros mismos, que somos, fuimos y seremos españoles, partes del Imperio Español, de la Monarquía Hispánica Universal. ¡Esa es la verdad! Es nuestra esencia, es nuestra sangre, nuestra raza; una raza de conquistadores, que vinieron desde la península ibérica, conquistaron, y evangelizaron y pacificaron a los indios; indios que eran naturalmente salvajes y sangrientos, que hacían sacrificios humanos y practicaban el canibalismo, todo, para satisfacer a sus sanguinarios dioses paganos. Y lo peor de todo—en cuanto a la cuestión indígena—es que hoy, la propaganda judeo-masónica nos inunda con sus mentiras indigenistas anti-españolas, mostrándonos un terrible racismo supremacista indio, en el cual—gracias a la Leyenda Negra, en la cual los españoles son tachados de malvados y avariciosos, mientras que los indígenas americanos eran buenitos y pacíficos—hoy el sistema nos hace renegar del profundo humanismo cristiano, nos menoscaba nuestra fe y nos hace hasta sentir vergüenza de ser descendientes de españoles, portugueses, italianos y franceses; nos hace olvidar que somos la Nación más latina de América Latina, nos hace olvidar de nuestra ascendencia europea, de nuestra ascendencia blanca.
Realzan los elementos indígenas y negros de nuestra población—que no son para menospreciar, por supuesto—teniendo en cuenta claro, que casi no quedan indios en nuestra Nación y que los negros son minoría; pero hacen eso en detrimento del importantísimo elemento criollo, europeo, caucásico, blanco; o sea—en definitiva—menospreciando lo que somos, menospreciando nuestra Nación Oriental.
La Revolución Oriental se hizo, siguiendo a la revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, sede del liberalismo y de la arrogancia centralista, que escupieron en el plato su propia condición de españoles. Esa revolución fue impulsada por la Logia Lautaro, que disfrazándose de nacionalismos periféricos, de romanticismo y sensiblería liberal—con el lema de Libertad, Igualdad, Fraternidad—logró colocar la población leal al poder legítimo del Imperio, que era sin duda la Corona Española. Contra esa farsa liberal, hija de la masonería, se opusieron los realistas, es decir aquellos que se mantuvieron siempre leales a la Corona Española, siempre luchando por Dios, por la Patria y por su Rey legítimo, que era su soberano. La Revolución sustituyó la Soberanía Divina y Social de Jesucristo y la soberanía del Rey, por el tosco concepto liberal de la “soberanía popular”; y de esa forma, fue la que justamente se aprovechó la judeo-masonería, para satisfacer a sus propios intereses, para desmantelar la Civilización Cristiana. “Divide y vencerás”, dicen los sionistas; y así siempre estuvieron separando naciones hermanas, creando artificiosas rivalidades, poniéndolas unas contra otras, desmantelando imperios, todo lo opuesto al cristianismo que siempre buscó y busca la unidad, la verdadera libertad y fraternidad entre los hombres.
Porque es justamente a través de la intrínseca desigualdad del sistema cristiano, es justamente a través del espíritu autoritario, monarco-aristocrática, es que se hace posible la verdadera caridad, solidaridad, paz y justicia. La Revolución en cambio, buscó y busca hoy, la división, la separación, poner a los hombres unos contra otros; en este caso poner al pueblo en contra de su Rey. Porque aquí es bien claro, que la Revolución Oriental y las demás revoluciones americanas, NO fueron luchas por la independencia de naciones sometidas por imperios coloniales. NO éramos colonias de España; éramos Reinos de Indias, con nuestros propios Fueros, nuestras propias leyes, bajo la misma dinastía: primero la Casa de Trastámara, luego la Casa de Habsburgo y por último los Borbones. Éramos diversas monarquías independientes, habitadas por súbditos y no por esclavos de la Corona; éramos Españas, éramos un imperio, el Imperio Español, o mejor dicho: la Monarquía Hispánica Universal. Y éramos la primera potencia del mundo, éramos una superpotencia económica—como lo que hoy son los Estados Unidos de América—una superpotencia política, social y espiritual. Éramos los guardianes de la Fe, éramos “la luz de Trento, el martillo de herejes, la espada de Roma”, como decía Marcelino Menéndez Pelayo.
Todo eso fuimos y es lo que hoy aún somos en esencia; es lo que aún somos en el Fondo, pero la Matrix, la mentira de la Leyenda Negra, la propaganda de la conflagración judeo-masónica liberal-marxista-fascista internacional y anticristiana, las fuerzas de la oscuridad, las fuerzas del mal, nos hacen creer que somos hijos de los indios americanos, hijos de los negros africanos; gentes que nos liberamos del yugo de la monarquía absoluta; nos dicen que la Revolución fue buena, que fue por la libertad, por la justicia y nos engañan continuamente. El sistema nos miente, el sistema es nuestro enemigo, porque nosotros somos creyentes de Dios, somos hijos de Dios, somos católicos, creemos en Él, confiamos en Él plenamente, seguimos su Palabra, sus enseñanzas, sus preceptos y estatutos; y por eso es que el sistema es nuestro enemigo. El sistema es liberal-marxista-fascista, es capitalista, es comunista, es fascista—en el mal sentido del término—el sentido de totalitario, el sentido nazi-fascista, del sentido izquierdista pseudo-derechista, imitador de la Tradición; y desde eso, pasando por el individualismo, el liberalismo económico, el socialismo, el capitalismo de Estado o comunismo y hasta el socialismo autogestionario y la anarquía, ya sea anarco-comunismo o anarco-capitalismo; el sistema corrupto mundial—encarnado en la ONU, la banca internacional, la Comisión Trilateral, el Bilderberg, los Iluminati, la masonería, las ONGs judías, Greenpeace y tantas otras jodas como la teología de la liberación y las más fantasiosas sectas—es rotundamente putrefacto, totalitario, enemigo de la libertad y de todo lo que dice supuestamente defender. Nos miente continuamente el sistema, nos bombardea con la mentira; y es rotundamente opuesto al bien, a todo lo bueno, que es justamente lo que nosotros defendemos: Dios, la Patria, los Fueros, la Santa Iglesia, la Monarquía, las Cruzadas, la Inquisición, la moral, las buenas costumbres, la Familia, la Propiedad, la Tradición, los legitimismos como el Carlismo, la Rusia Blanca, el lealismo, los jacobitas, Isabel, Colón, José Antonio, Vázquez Mella, Franco, etcétera, etcétera, etcétera…
Por todo lo que defendemos, por todo lo que luchamos; por ser cristianos, por ser católicos, por defender la Verdad, por seguir el camino de la luz, el camino del bien; por defender nuestra Santa Causa, hasta la muerte, estando dispuestos al martirio o a la cruzada, la Guerra Santa, es decir, estando dispuesto a morir y a matar por la Causa… Por eso nos persiguen, nos insultan, nos calumnian, nos difaman, nos agreden violentamente con todo el odio, con toda intolerancia; ahí se les termina la tolerancia, ahí se les termina la democracia, los derechos humanos, la no-discriminación y todo eso por lo que tanto se llenan la boca. Porque como bien decía el escolástico francés Réginald Garrigou-Lagrange: “La Iglesia es intolerante en los principios porque cree; pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios, porque no creen; pero son intolerantes en la práctica porque no aman.” Bien clarito lo dice esa eminencia de la neo-escolástica, sin vueltas, sin hipocresía, sin llenarse la boca con la tolerancia, que sin duda no es un valor, sino un mero instrumento de medida. Lo digo bien clarito y lo repito mil veces: la tolerancia no es un valor, es un mero instrumento de medida. ¡Esa es la verdad! Nosotros somos sinceros, no hipócritas, porque nosotros no nos llenamos la boca con la democracia, pero terminamos defendiéndola mucho más que ellos quienes se llenan la boca con la misma. Lo mismo ocurre con el asunto de los derechos humanos, porque cuando se trata de perseguirnos y reprimirnos a nosotros, ahí se nos terminan—para ellos—nuestros derechos humanos, ahí somos tratados como perros, ahí nos torturan y nos matan. Se llenan la boca defendiendo los derechos de los animales y nos llaman asesinos, porque comemos carne o hacemos toreadas, pero ellos matan fetos, bebés humanos, niños inocentes; ¿y los derechos humanos de esos inocentes dónde quedaron? A los toros los defienden: “pobres toritos, ¡no los maten por favor!”—dicen ellos. Toros protegidos; ¿y yo?—piensa el inocente bebito. ¿Quién se acuerda del inocente? ¿Quién lo defiende del sistema? ¡Nadie!, pues el sistema es asesino, intrínsecamente perverso; el que defiende el sistema, entra en anatema.
Y entra en anatema, porque no es coherente, es contradictorio ser comunista y católico al mismo tiempo, por ejemplo. Es incoherente, es hipócrita, es contradictorio e inmoral. Lo mismo que ser masón y católico: ¡nada más contradictorio! No se puede estar con Cristo y con el enemigo del mismo al mismo tiempo; no se puede obedecer a dos señores al mismo tiempo, porque te o te—tarde o temprano—uno termina traicionando a uno de los dos. ¿Qué comunión puede haber entre Cristo y Belial? ¡Ninguna! O se está con Cristo o se está contra Él; el mismo lo dijo bien clarito. La cuestión está justamente entonces, en elegir el bando, porque Dios cuando hizo sus criaturas les dio a estas la libertad, el libre albedrío, la libertad de decidir el camino; y el primero en rebelarse, el primer revolucionario fue Lucifer y eso fue por su orgullo, el primero de los pecados, el no someterse, el no querer arrodillarse ante la Divinidad. El primer anarquista fue el Diablo, el primero en querer hacer lo que se le antoje, el primero en desobedecer a Dios; y a Lucifer—convertido en Satanás—le siguieron otros ángeles rebeldes, otros ángeles caídos, como la serpiente antigua o Leviatán y tantos otros. Los humanos también cometimos el mismo error que esos ángeles y la serpiente antigua incitó a la mujer a desobedecer a Dios, comiendo el fruto prohibido y Eva se lo dio a Adán el hombre y así este también cayó en el pecado. Ese fue el pecado original; antes del mismo el hombre y la mujer eran perfectos, fuertes, saludables, gigantes y de vida eterna; pero por su desobediencia cayeron en la desgracia de la imperfección y ese pecado original se transmitió a todas las generaciones siguientes de la especie humana, excepto a la Santa Virgen María, que es inmaculada, libre de toda mancha, incluso del pecado original.



Y fue justamente ese pecado inicial u original, el que siempre ha impulsado al hombre a los demás pecados, al mal, a la desobediencia, a revelarse contra Dios; es decir a convertirse en revolucionario. ¡Y eso es lo peor que puede haber! ¿Revolución o contrarrevolución? ¡Esa es la cuestión! Y nosotros hemos elegido la segunda; es decir una revolución contra la revolución, una rebeldía contra la rebeldía y ¡más—mucho más—que eso!, algo que busca restablecer todo el orden, toda la autoridad legítima, la más acérrima defensa de las instituciones legítimas—sean democráticas, aristocráticas o autocráticas—buscando la perfección, luchando—no por utopías igualitarias—sino por un mundo mejor. Luchando no con optimismo, sino con esperanza y caridad cristianas. Somos aquellos que luchamos por lo que la masa no lucha, somos quienes defendemos lo que ya casi nadie defiende, somos damas y caballeros cruzados, inquisidores, paladines, defensores de la justicia, guerreros del Señor, soldados de Jesucristo, templarios, hospitalarios, teutones, guardianes de la Verdad, ¡somos y seremos héroes!—como decía Don Plínio…¡Somos contrarrevolucionarios! ¡Eso somos!
Y recordemos, que como bien dice una de las ordenanzas del Requeté: “ante Dios nunca serás un héroe anónimo”. Es por eso, que no nos deben importar la opinión de la masa, porque toda es igual: nos llaman locos, reaccionarios, fascistas, ultra-montanos, terroristas, fundamentalistas y muchas cosas más…Pero ellos tienen los ojos cerrados, están anestesiados, adormecidos, están como zombies, son borregos de la Matrix. Nuestro deber moral es liberar a todos los que podamos de ellos de la Matrix, sacarlos de la mentira, quitarles la venda, mostrarles la verdad, pero de última; de última la decisión es de cada uno de ellos, pues cada uno—como decía precedentemente—debe elegir, debe decidir el bando. Elegir si quiere estar en el bando de la oscuridad o en el bando de la luz, el mal o el bien.  ¡Esa es la elección más importante! Mucho más importante que la pavada de la democracia liberal, de poner un estúpido voto en una urna.
Y entonces, en virtud de todo lo dicho precedentemente y no queriendo alargar más este brevísimo discurso, para que no deje de ser brevísimo y pase a ser breve, medio, largo o peor aún, larguísimo, es que yo Nicus, doy inicio a esta respuesta; esta respuesta que es la respuesta a la pregunta, a la indagación, la reacción a la acción. La acción fue el Grito de Asencio y todas sus consecuencias; la reacción, hoy—doscientos años después y obviamente no la primera reacción, sino la reacción bicentenaria—es ésta: el Grito de Río Branco; un grito contrarrevolucionario, para—al contrario que lo que hace la Revolución, que es destruir—construir; construir un futuro, armar un futuro, un futuro para las próximas generaciones. Porque mientras ellos festejan sus doscientos años, se creen el cuentito, la mentira; nosotros decimos: ¡NO! Y en el año 2016, en lugar de festejar doscientos añitos, festejaremos nuestros quinientos años; ¡quinientos años del Reyno de Uruguay! ¡Esa es la verdad! ¡Nuestra Nación Oriental y nuestra Patria Grande Hispánica! ¡Arriba el Grito de Río Branco! ¡Arriba el Alzamiento Nacional contra el sistema y arriba la Contrarrevolución! ¡Arriba el Sagrado Uruguay! ¡Y VIVA CRISTO REY Y EMPERADOR!

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