Vimos anteriormente
un documento donde queda revelada, ya sin lugar a dudas, simbología masónica
del escudo nacional argentino. Sin embargo, la mayor diferencia la encontrábamos
en el sol naciente en el timbre del mismo.
En la versión oficial, cuya
primera utilización aparece en 1813, es descripto del siguiente modo: “en
oro, un sol naciente, con rayos flamígeros y rectos alternados”. Ese mismo año,
tras la toma de Potosí, se encarga a la Casa de Moneda la acuñación de una
moneda de oro y otra de plata, reemplazando los blasones de Carlos IV y
Fernando VII por el sello
de la Asamblea General Constituyente, y en
el reverso el sol completo. El diseño final constaba de 32 rayos: 16 flamígeros
apuntando en sentido horario y 16 rectos colocados alternativamente. Éste es el
conocido como “Sol de Mayo”, y nos interesa porque, luego, en 1818, será
colocado en el centro de la franja blanca de la bandera argentina —y de la mano
de las tropas “patriotas” rioplatenses llegará ser insignia de la provisional
del Perú (1822) y la de la República Oriental del Uruguay (1828, simplificado
posteriormente)—.
La leyenda que se convirtió en historia oficial
dice que la Asamblea del Año XIII encargó al diputado por San Luis, Agustín
Donado, la confección de un sello para autenticar los escritos de dicha comisión
en reemplazo de las armas reales españolas que se había usado hasta el momento.
Existe un contrato entre Donado y el grabador cusqueño, pero radicado en Buenos
Aires, Juan de Dios Rivera (padre de uno de los médicos de Rosas). De allí se
ha deducido que el “Sol de Mayo” representa al Inti, el dios sol de los incas. Hasta
aquí, la leyenda.
Ahora bien. Dicho “Sol de Mayo” no se
corresponde con el sol de los incas (como podemos ver en esta
fotografía, o en
esta otra, o en
ésta, o en esta
otra versión, o —aún— en esta
representación “colonial” del inca Manco Capac). Ni siquiera en
las representaciones heráldicas de los Reinos del Perú de los tiempos hispánicos.
Pero de casualidad hemos dado con una posible
respuesta: el sol naciente en el
timbre del escudo de la colonia británica de Darién, en la actual Panamá (otra
versión aquí en un medallón).
Una hipótesis que, de confirmarse, abre
inquietantes posibilidades por las posibles conexiones con la
masonería de rito escocés, las invasiones inglesas a Buenos Aires, la
participación de futuros juntistas rioplatenses en el escape de los británicos
capturados y el asesinato
de Liniers por mercenarios británicos, el Plan Maitland
y la ejecución del mismo a cargo de San Martín, la actividad
de Lord Cochrane en el Pacífico sur, el ofrecimiento
de la antigua Capitanía de Guatemala a Gran Bretaña hecha por Bolívar, el
Congreso Anfictiónico de Panamá, las intervenciones estadounidenses en América
Central y la construcción del Canal transoceánico.
Debemos remontarnos a 1688. A mediados de ese año,
estalla en Inglaterra la llamada “Revolución Gloriosa”, cuando 14.000
mercenarios holandeses y alemanes, contratados por los protestantes británicos
y pagados por los financistas judíos de Ámsterdam, invaden y deponen al rey
Jacobo II Estuardo. Escocia e Irlanda resisten un tiempo más, y por eso serán
duramente castigadas. Pero ya volveremos a estas tierras.
En Londres, los financistas judíos presentan al
rey usurpador Guillermo un esquema para poder pagar las deudas contraídas: la
creación del Banco de Inglaterra. A cambio de 1.500.000 libras esterlinas, este
banco privado adquiría el derecho monopólico a emitir papel moneda y nacía así
el sistema capitalista moderno. (Aquí
puede leerse un interesante análisis histórico.)
Como dijimos antes, Escocia e Irlanda se mantenían
en guerra de resistencia jacobita, mientras quedaba bloqueada frente al
monopolio holandés e inglés de los mares del norte. Esto, sumado a la guerra
civil y la hambruna provocada por años de malas cosechas, provocó una situación
peculiar donde los capitalistas sin escrúpulos pudiesen enriquecerse fácilmente.
En Edimburgo, un moribundo parlamento escocés —con
una mayoría de sus miembros excluidos por razones políticas— decidió seguir el
ejemplo inglés y creó el Banco de Escocia y su contraparte comercial: la Compañía
de Escocia. Dicha compañía tenía como fin buscar mercados y materias primas en
las Indias Orientales y en África, siguiendo el ejemplo de las exitosas compañías
inglesas.
Pero no avanzó mucho hasta que “compró” el plan
de un antiguo financista que había hecho fortuna en Londres y había participado
de la creación del Banco de Inglaterra, William Paterson. Éste, tras evaluar la
pequeñez y precariedad de la flota mercante escocesa, decidió establecer una
colonia en el istmo de Panamá, en la costa del Golfo de Darién, como puente
entre Oriente y Occidente.
La riqueza no abundaba en la Escocia de fines
del siglo XVII y la Compañía levantó suscripciones en todos los estratos
sociales, calculándose que, en su mejor momento, llegó a acumular el
equivalente de más del 50% de la riqueza económica del viejo país del norte.
La expedición partió a mediados de 1698 en
cinco buques con unas 1200 personas a bordo. A fines de año fundaron Nueva
Caledonia e intentaron la agricultura y el comercio sin éxito. Acosados por los
españoles de Nueva Granada y Guatemala y los ingleses de América del Norte, que
les negaban ayuda, y sin la asistencia de los indios locales, altísima
mortandad y un clima sofocante, los poquísimos colonos escoceses presbiterianos
sobrevivientes terminaron abandonando la empresa.
Hubo una segunda expedición, igualmente
desastrosa, y a fines de 1699, se conoció el rotundo fracaso del proyecto. Paterson
huyó a Londres y, eventualmente, sería uno de los principales cabildeantes para
la supresión de la independencia de Escocia, la disolución de su parlamento y
la “unión” que forjaría Gran Bretaña en 1707.
Muchos de los implicados en lo que se consideró
el fraude más grande de la historia de Escocia y el desencadenante del fin de
su vida independiente fueron juzgados y encarcelados, algunos, incluso,
colgados. Unos cuantos escaparon a Londres, al continente o a América del Norte.
Curiosamente, o no tanto, muchos de los
descendientes de estos escoceses embaucadores, en su mayoría masones y
presbiterianos, verán sus vidas vinculadas nuevamente a la América española en
la primera mitad del siglo XIX.
El más famoso de los descendientes del “Darien
scheme” será Gregor MacGregor, el compañero de Miranda y luego general de Bolívar,
autoproclamado cacique del “Principado de Poyais y Costa Mosquito” en América
Central, que intentó colonizar con inmigrantes escoceses e ingleses que
finalmente quedarían a su suerte en la Honduras Británica (hoy Belice). Pero también
podemos encontrar a los
comerciantes hermanos Robertson de notable actividad en el Río de la Plata revolucionario
como ya
hemos dicho. O, también, los
hermanos Maitland, amigos de San Martín —y tal vez ideólogos del plan del
cruce de los Andes para “liberar” a Chile y atacar al Perú por la espalda—.
O, Lord
MacDuff (amigo de San Martín, gran maestre masón y futuro Earl Fife) y Lord
Cochrane (el fundador de la Armada Chilena).
Detalles del sol naciente en el timbre del escudo de la colonia de Darién
[Fuente: Royal Bank of Scotland y Stack's Bowers Galleries]