lunes, 16 de abril de 2012

Una hipótesis sobre el sol en el escudo y bandera argentinas




Vimos anteriormente un documento donde queda revelada, ya sin lugar a dudas, simbología masónica del escudo nacional argentino. Sin embargo, la mayor diferencia la encontrábamos en el sol naciente en el timbre del mismo.

En la versión oficial, cuya primera utilización aparece en 1813, es descripto del siguiente modo: “en oro, un sol naciente, con rayos flamígeros y rectos alternados”. Ese mismo año, tras la toma de Potosí, se encarga a la Casa de Moneda la acuñación de una moneda de oro y otra de plata, reemplazando los blasones de Carlos IV y Fernando VII por el sello de la Asamblea General Constituyente, y en el reverso el sol completo. El diseño final constaba de 32 rayos: 16 flamígeros apuntando en sentido horario y 16 rectos colocados alternativamente. Éste es el conocido como “Sol de Mayo”, y nos interesa porque, luego, en 1818, será colocado en el centro de la franja blanca de la bandera argentina —y de la mano de las tropas “patriotas” rioplatenses llegará ser insignia de la provisional del Perú (1822) y la de la República Oriental del Uruguay (1828, simplificado posteriormente)—.

La leyenda que se convirtió en historia oficial dice que la Asamblea del Año XIII encargó al diputado por San Luis, Agustín Donado, la confección de un sello para autenticar los escritos de dicha comisión en reemplazo de las armas reales españolas que se había usado hasta el momento. Existe un contrato entre Donado y el grabador cusqueño, pero radicado en Buenos Aires, Juan de Dios Rivera (padre de uno de los médicos de Rosas). De allí se ha deducido que el “Sol de Mayo” representa al Inti, el dios sol de los incas. Hasta aquí, la leyenda.

Ahora bien. Dicho “Sol de Mayo” no se corresponde con el sol de los incas (como podemos ver en esta fotografía, o en esta otra, o en ésta, o en esta otra versión, o —aún— en esta representación “colonial” del inca Manco Capac). Ni siquiera en las representaciones heráldicas de los Reinos del Perú de los tiempos hispánicos.

Pero de casualidad hemos dado con una posible respuesta: el sol naciente en el timbre del escudo de la colonia británica de Darién, en la actual Panamá (otra versión aquí en un medallón).

Una hipótesis que, de confirmarse, abre inquietantes posibilidades por las posibles conexiones con la masonería de rito escocés, las invasiones inglesas a Buenos Aires, la participación de futuros juntistas rioplatenses en el escape de los británicos capturados y el asesinato de Liniers por mercenarios británicos, el Plan Maitland y la ejecución del mismo a cargo de San Martín, la actividad de Lord Cochrane en el Pacífico sur, el ofrecimiento de la antigua Capitanía de Guatemala a Gran Bretaña hecha por Bolívar, el Congreso Anfictiónico de Panamá, las intervenciones estadounidenses en América Central y la construcción del Canal transoceánico.

Debemos remontarnos a 1688. A mediados de ese año, estalla en Inglaterra la llamada “Revolución Gloriosa”, cuando 14.000 mercenarios holandeses y alemanes, contratados por los protestantes británicos y pagados por los financistas judíos de Ámsterdam, invaden y deponen al rey Jacobo II Estuardo. Escocia e Irlanda resisten un tiempo más, y por eso serán duramente castigadas. Pero ya volveremos a estas tierras.

En Londres, los financistas judíos presentan al rey usurpador Guillermo un esquema para poder pagar las deudas contraídas: la creación del Banco de Inglaterra. A cambio de 1.500.000 libras esterlinas, este banco privado adquiría el derecho monopólico a emitir papel moneda y nacía así el sistema capitalista moderno. (Aquí puede leerse un interesante análisis histórico.)

Como dijimos antes, Escocia e Irlanda se mantenían en guerra de resistencia jacobita, mientras quedaba bloqueada frente al monopolio holandés e inglés de los mares del norte. Esto, sumado a la guerra civil y la hambruna provocada por años de malas cosechas, provocó una situación peculiar donde los capitalistas sin escrúpulos pudiesen enriquecerse fácilmente.

En Edimburgo, un moribundo parlamento escocés —con una mayoría de sus miembros excluidos por razones políticas— decidió seguir el ejemplo inglés y creó el Banco de Escocia y su contraparte comercial: la Compañía de Escocia. Dicha compañía tenía como fin buscar mercados y materias primas en las Indias Orientales y en África, siguiendo el ejemplo de las exitosas compañías inglesas.

Pero no avanzó mucho hasta que “compró” el plan de un antiguo financista que había hecho fortuna en Londres y había participado de la creación del Banco de Inglaterra, William Paterson. Éste, tras evaluar la pequeñez y precariedad de la flota mercante escocesa, decidió establecer una colonia en el istmo de Panamá, en la costa del Golfo de Darién, como puente entre Oriente y Occidente.

La riqueza no abundaba en la Escocia de fines del siglo XVII y la Compañía levantó suscripciones en todos los estratos sociales, calculándose que, en su mejor momento, llegó a acumular el equivalente de más del 50% de la riqueza económica del viejo país del norte.

La expedición partió a mediados de 1698 en cinco buques con unas 1200 personas a bordo. A fines de año fundaron Nueva Caledonia e intentaron la agricultura y el comercio sin éxito. Acosados por los españoles de Nueva Granada y Guatemala y los ingleses de América del Norte, que les negaban ayuda, y sin la asistencia de los indios locales, altísima mortandad y un clima sofocante, los poquísimos colonos escoceses presbiterianos sobrevivientes terminaron abandonando la empresa.

Hubo una segunda expedición, igualmente desastrosa, y a fines de 1699, se conoció el rotundo fracaso del proyecto. Paterson huyó a Londres y, eventualmente, sería uno de los principales cabildeantes para la supresión de la independencia de Escocia, la disolución de su parlamento y la “unión” que forjaría Gran Bretaña en 1707.

Muchos de los implicados en lo que se consideró el fraude más grande de la historia de Escocia y el desencadenante del fin de su vida independiente fueron juzgados y encarcelados, algunos, incluso, colgados. Unos cuantos escaparon a Londres, al continente o a América del Norte.

Curiosamente, o no tanto, muchos de los descendientes de estos escoceses embaucadores, en su mayoría masones y presbiterianos, verán sus vidas vinculadas nuevamente a la América española en la primera mitad del siglo XIX.

El más famoso de los descendientes del “Darien scheme” será Gregor MacGregor, el compañero de Miranda y luego general de Bolívar, autoproclamado cacique del “Principado de Poyais y Costa Mosquito” en América Central, que intentó colonizar con inmigrantes escoceses e ingleses que finalmente quedarían a su suerte en la Honduras Británica (hoy Belice). Pero también podemos encontrar a los comerciantes hermanos Robertson de notable actividad en el Río de la Plata revolucionario como ya hemos dicho. O, también, los hermanos Maitland, amigos de San Martín —y tal vez ideólogos del plan del cruce de los Andes para “liberar” a Chile y atacar al Perú por la espalda—. O, Lord MacDuff (amigo de San Martín, gran maestre masón y futuro Earl Fife) y Lord Cochrane (el fundador de la Armada Chilena).



Detalles del sol naciente en el timbre del escudo de la colonia de Darién


lunes, 9 de abril de 2012

Aventurero o mercenario: Un inglés en América del Sur

La conocida editorial de historia militar británica Osprey Publishing publicó en su página el siguiente artículo como adelanto del libro “Conquer or Die! Wellington’s Veterans and the Liberation of the New World” de Ben Hughes (¡Conquista o muere! Los veteranos de Wellington y la liberación del Nuevo Mundo). El autor —profesor en Londres, historiador especialista en las guerras napoleónicas, investigador en América del Sur y con familia colombiana— presenta la historia de la Legión Británica de Bolívar, y de algunos de sus protagonistas, como la de un conjunto de luchadores por la libertad y algunos aventureros; pero la realidad fue un poco distinta, primando aquéllos convocados por las logias y una mayoría de mercenarios reclutados entre la abundante mano de obra desocupada tras el final de las guerras napoleónicas en plena Revolución industrial. Sin embargo, nos interesa traducir y publicar este escrito para dar a conocer este aspecto tan poco conocido de las llamadas Guerras de las Independencias Hispanoamericanas, la de los militares británicos que combatieron en ellas.

¡Conquista o muere! Presentación de los personajes

[http://www.ospreypublishing.com/blog/Conquer_or_Die_The_Cast/]

Por Ben Hughes.

El oficial realista a cargo de las defensas externas de Pasto había elegido su posición bien. Dos compañías de escaramuzadores españoles veteranos vigilaban la vía principal. El campo luego se angostaba en un valle que hacía de cuello de botella y que conducía a una plantación de maíz. Más allá había una zanja con una tapia de troncos defendida por seiscientos pastusos armados por un rejunte de mosquetes, hachas, gomeras y palos. Sus flancos eran impasables. A un costado había un pantano. Del otro lado, una pared de árboles que colgaban de la ladera de cuatrocientos metros del volcán Galeras. Las tropas locales estaban confiadas en la victoria. Sus oponentes se habían visto involucrados en combates durante toda la mañana y no tenían otra opción más que atacar la posición hacia la que avanzaban.

Mil patriotas pelearon en la batalla de Genoy. Cien de ellos eran voluntarios británicos. Entre ellos había un joven inglés notable, Richard Longville Vowell. Nacido el 24 de julio de 1795 en Saint James (Bath), Vowell había disfrutado de todos los beneficios de una crianza georgiana de clase alta. Hijo mayor de un mayor retirado del Ejército Británico y ex parlamentario de 49 años, y tataranieto de Gustavus Hamilton, el Vizconde Boyne, Vowell había heredado 2000 libras de un pariente desconocido mientras estudiaba en Oxford y rápidamente partió a América del Sur para la aventura de su vida. Uniéndose como teniente al 1º Regimiento de Lanceros Venezolanos del coronel Donald MacDonald, dejó Portsmouth en el Two Friends el 31 de julio de 1817.

A diferencia de la vasta mayoría de aquéllos que fueron voluntarios, Vowell pudo ver más allá de los prejuicios de su tiempo. Buen estudiante de los escritos de Humboldt sobre América del Sur, se interesó en todo aquello que vio en sus viajes, desde las anguilas eléctricas del Orinoco, que pronto aprendió a no manipular, hasta las tribus indígenas de las vastas llanuras venezolanas.

Tras varios combates en los Llanos, incluyendo una extraordinario escape a través de las líneas enemigas a comienzos de 1818, Vowell viajó a la recientemente liberada Santa Fe de Bogotá y tomó parte de la campaña contra los pastusos al sur de Nueva Granada. Al año siguiente, cuando su unidad fue enviada al puerto ecuatoriano de Guayaquil, las aventuras de Vowell tomaron un nuevo giro al unirse a la Armada Chilena de Lord Thomas Cochrane.

Tras varios años de patrullar la costa del Pacífico, Vowell finalmente regresó a Inglaterra en la primavera de 1830. Había estado fuera de su patria por más de doce años. Sus memorias y dos novelas semi autobiográficas enmarcadas en América del Sur se publicaron pocos después. Sin embargo, el interés público por aquel continente hacía tiempo que había decaído y los libros apenas se vendieron. Despreocupado, a la edad de cuarenta y dos años, Vowell decidió partir en una última aventura.

Ocho meses después arribó a Australia y encontró trabajo como capataz y empleado del Fuerte de la Prisión nº 2 cerca del río Cox. Dos años después de su nombramiento, fue acusado de aceptar sobornos para alterar las sentencias de dos prisioneros de doce a nueve meses. En vez de esperar pacientemente su castigo, Vowell escapó del fuerte junto con cuatro convictos y cuatro soldados del 4º Regimiento del Rey. Viajando a lo largo del río Murrumbidgee, los fugitivos sobrevivieron gracias a una serie de robos hasta su eventual captura en agosto de 1832. Desnutrido y sin dientes, Vowell se presentó antes los jueces, fue condenado por robo y sentenciado a muerte. Conmutada la sentencia a cadena perpetua en la isla de Norfolk, posteriormente fue reducida a siete años. Con casi cincuenta años Vowell fue liberado y permaneció en Australia por el resto de sus días. Es tentador imaginar a este gran aventurero pasar sus últimos años recordando su extraordinaria vida. Había viajado por tres continentes, peleado en numerosos combates en tierra y mar, condecorado por su valor y apresado por fraude, deserción y robo. Richard Longville Vowell murió en 1870 a la edad de 76 en Bruk Bul (Victoria).


Ben Hughes, Conquer or Die! (Londres: Osprey Publishing, 2010.)